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viernes, 19 abril, 2024
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Entre desmanes y el futuro

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Esta ocasión habrá que referirse a los acontecimientos que tanto atormentan a nuestra sociedad y que tienen que ver con la tranquilidad citadina.

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El estado, como el resto de la república vive bajo la zozobra de la inseguridad. Las páginas luctuosas atiborran los encabezados de la prensa, tanto la que se conduce con ética y sobriedad como la amarillista que hace del dolor humano un espectáculo digno del circo romano, ensalzando los crímenes y actos de mala leche como si fueran acontecimientos dignos de fiesta nacional. El morbo hecho prensa.

Pero no se trata, como es la costumbre de los innumerables críticos de las redes sociales y de las instituciones de buscar culpables o justificantes que permitan a las instituciones evadir sus responsabilidades. Se deben establecer medidas preventivas que permitan a nuestra sociedad eliminar los riesgos en que se vive permanentemente. Cuando el riesgo se convierte en peligro inminente, las cosas cambian de manera radical.

En estas fechas las escuelas están viviendo sus períodos de fin de cursos. La alegría estudiantil por vivir el fin del semestre se transforma en jolgorio colectivo, lo cual, lejos de toda actitud moralina, está perfectamente justificado. El problema es que la mayoría de los muchachos encuentran en el alcohol y quien sabe en que otras cosas, los medios para dar rienda suelta a su euforia. Y hasta ahí, se puede decir que todo va “bien”. Pero, hay algunas circunstancias que detonan salidas no siempre razonables. Por una parte, el centro de la ciudad se ve invadido por hordas de jóvenes que en su excitación no miden consecuencias. Invaden todos los espacios, incluidas las vías vehiculares. Se apropian de todos los espacios y no siempre son respetuosos con los transeúntes, se comenten algunos actos de vandalismo y todo bajo la mirada complaciente de los “guardianes” del orden.

La manifestación más nefasta se da en esa aberración de folclore turístico y popular que se denomina “callejoneadas”. En esta festividad todo se sale de control y el abuso del alcohol prolifera y la mayoría de los que festejan son jóvenes menores de veinte años y entre ellos, muchísimos que son menores de edad. Lo peor del caso es que no hay personas mayores, ya sea maestros o padres de familia que ejerzan algún control sobre el comportamiento de la masa estudiantil abrumada por los humos del alcohol.

Cuando las cosas se salen de control, entonces sí aparecen los agentes de la ley, pero tratando de ejercer acciones coercitivas desatando la rebeldía sin límites de los jóvenes ante la autoridad. De acuerdo a experiencias históricas este sería el peor de los procedimientos y desataría el peor de los resultados. En lugar de dispersar inteligentemente a los muchachos prefieren la amenaza y las ofensas, con la consecuente confrontación de los chicos. Ante estas situaciones tan reales como el viento, la única conclusión es que se está viviendo un gravísimo problema que tiene que ver con la educación. Por una parte, la de los jóvenes y por otra la que se refiere a una capacitación a los cuerpos policiacos y viales sobre como lidiar ante este tipo de circunstancias. Este es un caldo de cultivo de una asonada que tarde o temprano cobrará factura y todo mundo se rasgará las vestiduras y no habrá pozo que tapar ante tanto niño ahogado. En este caso, ahogados, pero de ebriedad.

No se puede culpar a nadie, si acaso, se debe recuperar la educación que se genera desde el hogar de las familias zacatecanas. Se está viviendo una etapa de crisis de valores y todo mundo se avienta la pelotita y nadie asume su responsabilidad. Es tiempo de que los padres de familia asuman su papel de pilares de la sociedad y se rescaten los proyectos educativos de verdad y no vaciladas de mentiritas como las que nos tienen acostumbrados las autoridades y centros formativos. Pareciera que quienes determinan cual es el patrón general de comportamiento colectivo son los vendedores de alcohol, para no mencionar a otros que parece que tienen una influencia más poderosa de lo que parece.

No todo está perdido, pero hay que ponerse las pilas. Es hora de voltear los ojos ante las propuestas constructivas que, como en esta columna, se vienen dando desde hace años como prédicas en el desierto.

Aun es tiempo. Solo falta buena voluntad y la otra, la voluntad política para sacar este gigantesco buey de la muy honda barranca. ¿Habrá que esperar un desastre total para abrir los ojos y dejar de seguir dando palos de ciego? Al tiempo.

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