La Gualdra 649 / Arte
Según Rodríguez de la Flor, el mundo es un enigma constituido por metáforas y jeroglíficos su clave se develará sólo al final de los tiempos; el quehacer del hombre es descubrir los sentidos velados. La oscuridad y el sinsentido del mundo confirman la necesidad de interrogar cada cosa que aparezca en el camino, descubrir la conexión con el plan divino y avanzar en el camino de aprendizaje y progreso espiritual. Ignacio de Ries pinta –adscrito al barroco hispánico y al pensamiento del siglo XVII– Alegoría del árbol de la vida (1653). En la imagen, sobre un intenso cielo azul –bañado de niebla– comienzan los valores narrativos de la escena, sus figuras se ordenan espacialmente alrededor de la forma simbólica del árbol, en su copa, un grupo formado por pequeños personajes, figuras pesadas, hieráticas y rígidas, celebran un banquete y aunque no interactúan con el espectador, coquetean y ríen, tañen instrumentos musicales, encarnan los placeres terrenales. En la parte inferior de la composición, junto al tronco del árbol, encontramos otras tres figuras: a la izquierda, la muerte (pecado) blande un hacha con la que troza el tronco del árbol, ha talado ya la mayor parte. A su lado, una pequeña figura envuelta en llamas (demonio) tira de una soga anudada a la copa del árbol, favoreciendo su inminente caída. La zona inferior derecha de la composición aparece dominada por la imagen de Cristo (redención) tocando una campana con un martillo, mirando hacia arriba, exhibe en el rostro un gesto de aprensión y decepción. Dos inscripciones situadas en la parte superior sirven de complemento y aclaración a la imagen. En el ángulo superior izquierdo puede leerse: “mira que te vas a morir/ mira que no sabes cuándo”. Y en el ángulo superior derecho: “mira que te mira dios/ mira que te está mirando”.
En esta pintura, invitados a reflexionar sobre la vacuidad de la vida, la inutilidad del placer frente a la certeza de la muerte. Nos sitúa ante la Vanitas, promotora de la insignificancia y fragilidad de la vida. Al emboscar el alma, nos sitúa frente a la consciencia de la culpa, ésa que los creyentes llaman pecado, “enfermedad silenciosa”, propia de sujetos con una vida atormentada, que como diría Dessal, se “entregan a toda clase de acciones autopunitivas, se sumergen una y otra vez en al fracaso, empujados por un sentimiento de culpabilidad del que no tienen la más mínima sospecha y que, para colmo, no se fundamenta en ninguna transgresión real”. La culpa, es una “misteriosa sustancia que no emana de ninguna realidad [y que] se destila en la profunda alquimia del inconsciente”, no depende de la transgresión a la ley o de realizar un acto prohibido, es producto de una fabulosa empresa de lavado de consciencias (confesión, arrepentimiento y penitencia). Este tipo de pinturas muestra trazos de persuasión y culpa, además, como declara Antonio Rubial, “sentaron las bases de la percepción estética, simbólica y emocional […] en la cultura occidental del siglo XXI”.
UAEH-UAZ.