La Gualdra 508 / Río de palabras
Durante un recorrido por una comunidad wixárika en la Sierra Madre Occidental, en compañía de mis compañeros de campo, comenzamos a caminar por la plaza que estaba rodeada de tukis –es decir, templos-; de pronto, sentimos la mirada de las personas sobre nosotros, que, confundidos, nos detuvimos inmediatamente. El marakame se acercó para comentarnos que habíamos roto el orden sagrado del lugar, por lo que deberíamos regresar sobre nuestras mismas pisadas para evitar más caos y se restableciera la paz. Fue a través de esta experiencia etnográfica cuando tomaron sentido aquellas lecturas de mi clase de antropología sobre el orden y equilibro entre los grupos originarios. Habíamos trasgredido la paz en la comunidad wixárika sin saberlo, por desconocimiento de la cosmovisión de aquellas personas.
En la antigua concepción mesoamericana existía el principio de la dualidad y complementos, calor y frío, agua y fuego, noche y día, mujer y hombre, entre varios conceptos; el equilibrio de ellos mantenía la armonía. Para los nahuas del centro de México el hombre tenía dos espacios: uno, el propio, donde vive en sociedad; el otro espacio es el ajeno, al que ingresa por necesidad, pero se encuentra solo frente a la naturaleza y lo sobrenatural. De acuerdo con lo anterior, había salido de mi espacio social e ingresado al ajeno en aquella comunidad, y eso me lleva a reflexionar sobre cuántas veces ha ocurrido esta situación aun en nuestro espacio social. ¿Cómo mantenemos la paz? ¿Cómo se entiende la paz entre las culturas o las personas? La paz es temporal, son momentos y sensaciones, es un periodo donde no hay tensiones.
La plaza de aquella comunidad indígena era una materialización de su orden divino, como lo es el templo para los católicos o la mezquita para los islámicos; en el ashram los hindúes aprenden a buscar la paz. La paz es un tiempo donde no hay guerra, es un lapso pactado o pagado, por lo cual no es raro que etimológicamente las palabras pacto y pago deriven de paz. La ciudad de San Luis de la Paz en Guanajuato lleva este nombre debido a que ahí se firmaron los tratados de paz entre los chichimecas y los españoles en el siglo XVI. Entre los grupos originarios del suroeste norteamericano establecían periodos de paz fumando una pipa. En cuanto a su acepción de tranquilidad se dice que después de navegar por aguas inestables en 1520, Fernando Magallanes llegó a pacíficas aguas por lo que ahora llevan el nombre de Océano Pacífico. Situación similar sucedió con La Paz Baja California Sur cuando arribaron los primeros españoles.
En las reinvenciones de los comportamientos humanos la paz como término continuó, pero está ausente en la sociedad, a pesar de la señalética de circulaciones en un estacionamiento público, no se respeta el orden. Deseamos que esa paloma blanca vuelva a anidar en nuestro árbol, que la paz no sea solo una noche de diciembre y que el ejemplo de aquella pareja de peregrinos continúe.
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