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jueves, 28 marzo, 2024
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Ejercicios radicales. Jeanne, de Bruno Dumont en la categoría Una cierta mirada

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Por: SERGI RAMOS •

El cineasta adapta una obra de juventud del escritor francés Charles Peguy, El Misterio de la caridad de Juana de Arco, publicado en 1897 y revisado en 1910

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Bruno Dumont presentó el sábado 18 de mayo, en la sección Un certain regard, Jeanne, la segunda parte de su díptico sobre Juana de Arco. Se trata de una figura esencial del imaginario nacional francés, que se ha convertido en una de las figuras más revisadas por el cine, en especial el de autor, desde Carl Theodor Dreyer hasta Jacques Rivette, pasando por Robert Bresson. Para esta relectura, Dumont adapta una obra de juventud del escritor francés Charles Peguy, El Misterio de la caridad de Juana de Arco, publicado en 1897 y revisado en 1910.
Releyendo el mito

El proyecto de adaptación causó una cierta expectativa en un realizador cuyo cine ha oscilado entre un realismo crudo y austero, magnificado por los paisajes naturales en los que rueda, la naturaleza áspera del litoral del norte francés, en particular en sus primeras películas, y la sátira grotesca que ha cultivado últimamente en dos miniseries para televisión, El pequeño Quinquin.

El resultado estuvo a la altura de las expectativas. Frente a la lectura del mito de Juana de Arco que se ha pretendido apropiar el catolicismo más conservador y la reaccionaria extrema derecha francesa, Dumont en la primera película dedicada a la infancia de Juana presentó una propuesta heterodoxa, al acercarse al relato autobiográfico a través de los códigos de un musical y heavy metal.

En su continuación, Dumont retoma en parte esta fórmula, otorgando un menor puesto al musical, presente sólo en algunos momentos clave y confiándolo al tratamiento más intimista del cantante francés Christophe. Sigue trabajando con actores no profesionales, y en particular conserva a la joven actriz de la primera parte, de apenas diez años, para interpretar a la Juana adulta.

Frente a la condena
La película se divide en dos partes claras. Juana se ha erguido ya como cabecilla de las tropas del Rey de Francia contra los ingleses. Ante su última batalla para retomar París, las voces divinas que la guiaban dejan de hablarle. Frente a la duda, Juana decide partir al combate. Dumont contrapone entonces la figura de Juana y su concepción bondadosa e idealista del hombre a la de Gilles de Rais, apólogo de la violencia, la codicia y de las más bajas pasiones. Como para excluir a la propia violencia de su puesta en escena, Dumont decide filmar la batalla como un ejercicio de coreografía ecuestre, marcado sólo por el ritmo marcial de los tambores de guerra.

Pero ésta se termina en derrota, y Juana es llevada frente a un tribunal de la Iglesia para ser juzgada. Aquí Dumont hace gala de su vena más grotesca para describir la hipocresía de una institución que manipula el juicio a su gusto, y que se guía más por intereses políticos que espirituales, pero que se demuestra incapaz de romper la determinación y la integridad de la joven.

Como Peguy, que se inspiró de los misterios medievales para escribir su obra, Dumont rompe todas las convenciones de verosimilitud de la ficción. El realizador sigue apostando por la radicalidad estética para defender su propuesta, a imagen de su joven Juana. Sin duda sale vencedor, aunque algunos le abandonen por el camino.

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