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domingo, 20 abril, 2025
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Aprehender la vida

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Por: LUCÍA RIVADENEYRA* •

La Gualdra 633 / Homenajes / Poesía

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Jorge Valdés Díaz-Vélez llegó a este mundo en medio del calor de Torreón, Coahuila, en 1955. El puro nombre de esa ciudad con doble rr y tres vocales fuertes, da sed, parece que se atora en la garganta. Ciudad de clima extremo que puede llegar a cero grados en invierno o a los 45 en la primavera o el verano. No obstante, con cierta necedad, a Jorge lo ha acompañado el calor.

Salió de Torreón a los 17 años porque lo llamó la psicología, pero “la vida estaba en otra parte”. Aunque terminó la carrera, se fue de México. Se entregó al viaje y qué mejor que en el servicio exterior; pero no quemó las naves. Dejó muchas anclas. Se fue buscando agua y la encontró dulce y salada. 

En cualquier lugar del mundo se puede tener vivencias intensas, pero el viaje… aunque sea un “viaje alrededor de mi cuarto” al estilo de Xavier de Maistre (1763-1852), el viaje -creo- nos transforma. Y Jorge Valdés Díaz-Vélez se fue formando y conformando como un escritor en su país y en países como Costa Rica, Argentina, Cuba, Estados Unidos, Marruecos, España y Trinidad y Tobago durante su valioso trabajo en el servicio exterior.

Desde Voz temporal (1985) y Aguas territoriales (1988) a Cuerpo cierto (1995) se puede encontrar en él una voz definida y sus temas constantes: el viaje, el desierto, la mujer, el amor, el deseo, el insomnio, el regreso al origen. En 1985 obtiene el Premio Latinoamericano Plural; en 1998, por La puerta giratoria, gana el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes; a éstos le siguen, entre otros, el Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana 2007 por Los alebrijes (uno de mis favoritos); y el Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado 2011. En 2003, publica Jardines sumergidos; en 2005 ve la luz Cámara negra y no se ha detenido. 

Incluido en decenas de antologías, él sorprende libro tras libro; cada vez más sólido, nunca se desborda. Hace unos días le preguntaron si se torturaba al escribir o por qué se contenía tanto. A lo que respondió que no vivía torturado ni se limitaba. Creo que ya es su estilo y su debilidad por los endecasílabos y los heptasílabos y por algunas formas clásicas como el soneto o la silva, incluso el haikú. Quizá la forma sea quien decide hacia dónde va y cómo. En toda su obra se advierten sus lecturas, da pistas de sus autores amados en epígrafes y en sutilezas. El ritmo del coahuilense seduce, lleva de principio a fin cualquier tema, hay muchos guiños…

AL OTRO DÍA

Después de tanto amor qué va a quedarnos

sino esta cicatriz que es la memoria

de polvos adheridos al olvido,

este impulso de ser menos nosotros

y más el tú que nos devora, el otro

ese rojo dolor tatuado en seda.

Si algo tiene final son las historias 

contadas al revés de algún espejo.

No lo dudes, amor, y no pretendas 

ignorar que después habrá otro cielo

y otro ciclo y después otro comienzo.

Somos todos al fin sustituible

materia insustancial frente al deseo

que aspira, sin embargo, a ser eterno

en el frágil tumulto de la vida. 

Hace ya muchos años, a estas alturas ya no sé qué son muchos, Jorge y yo nos encontramos en algunos espacios. No olvido uno: la Casa del Poeta donde tuvo una lectura. Para mi sorpresa, llegó el escritor Sandro Cohen, su editor, quien sólo asistía a eventos de ese tipo cuando participaba. Jorge fue la excepción. Rememoro que al charlar me dijo: es poeta. Gracias a las redes sociales estamos un poco al día. Además, cómo no saber de un hombre como él que va por la vida domando a las rudas palabras y con ellas cuenta historias breves. Sí, generalmente, sus composiciones son cortas. 

Siempre he pensado que es un hombre de palabra y de palabras y las conjuga con la diplomacia. Se ha podido mover por el mundo en diversas lenguas y parece jugar con la propia porque la domina. En 2008, en Bellas Artes hubo un homenaje, si mal no recuerdo a Víctor Hugo Rascón Banda, quien murió tres meses después. Alguien dijo, al referirse a la mesa: “aquí están ‘Los bárbaros del Norte’”. Debo decir que no había duda. Hago memoria de creadores extraordinarios como Nellie Campobello (Durango, 1900-1986), Inés Arredondo (Culiacán, 1928-1989), Carlos Montemayor (Parral, 1947-2010), el mismo Víctor Hugo Rascón Banda (Chihuahua, 1948-2008), Enriqueta Ochoa (Torreón, 1928-2008), Daniel Sada (Mexicali, 1953-2011), Rosina Conde (Mexicali, 1954), José Ángel Leyva (Durango, 1958), Dana Gelinas (Monclova, 1962), Luis Aguilar (Tamaulipas, 1969-2022)… Hoy en día hay muchos que no rebasan los 40 años y son bárbaros, bárbaros, bárbaros. 

Hemos oído la frase “en Zacatecas donde termina la cultura empieza la carne asada”, se le atribuye a Vasconcelos; si fuera así, en aquellos años, algo había de cierto en el sentido de que, aunque hubiera toneladas de talento, había que venir a “la capital”, es decir, a la Ciudad de México o peor aún ¡a México! Para poder crecer. Dadas las dimensiones de nuestro país, cruzar de Chiapas a Mexicali implicaba -en los años treinta- más o menos unos tres días. Empero, hoy por razones que todos conocemos el norte florece sin que las semillas y las plantas se tengan que mudar al exDF. 

Con casi 20 obras publicadas, este norteño, en su más reciente publicación, Los ojos del caballo, hace una especie de recapitulación de algunos temas y vuelve al origen. Recupera intermitencias de la infancia, como en el poema que da título al libro. De igual forma, en “Conversación con mi madre” da un panorama de ella, de sí mismo, de Torreón y también, claro, de la distancia y la lejanía. Se mantiene en su brevedad y en su concreción. A estas alturas, sus lectores sabemos que su estilo, totalmente pulido, tiene una intensidad que no termina. Es un poeta de poder, con una pulcritud que se derrama y humedece; sabe mantener una suavidad que golpea: “El llanto no hace pozos en la arena”. 

He de agradecer que comparta sus cantos en “el feis”, así que lo leo con frecuencia. Estos días he mantenido una lectura constante y prolongada de su obra. Por tanto, me queda claro que se descubre y redescubre y a todos los que nos acercamos a su trabajo nos pasa lo mismo; por si fuera poco, nos estremece. Quién no tiembla en su sano o no muy sano juicio al leer, por ejemplo, este verso: 

 

“El sentir de la vida no fue el mismo

cuando nombré el amor y hablaba el miedo”.

 

Después de leer y releer a Jorge Valdés Díaz-Vélez, me siento honrada por coincidir con él en este tiempo, en la palabra, en la admiración y en el cariño. Es imposible tener un poema favorito de él, hay tantos y tantas circunstancias que siempre que vayamos a su encuentro tendremos la respuesta que necesitamos. Su obra es testimonio de que ha sabido aprehender la vida. Por eso, elegí éste de Jardines sumergidos:

 

DOY FE

Donde dice la noche debe leerse el día,

donde aparezca sombra deben estar tus manos;

en donde diga brisa, ciudad que me abandona;

donde dice relámpago, memoria o travesía;

donde se nombra el fuego puede escucharse música;

el mar agonizante donde aparezca el mar;

debe decir la isla si puse ahí tu cuerpo;

la dársena o deseo, cuando la niebla diga; 

debe quedarse desierto donde escribí desierto;

diluvio, adonde tierra; el tren, en vez de túnel;

donde dice la playa debe decir tu sexo, 

prolongación del viaje contra la luz confusa;

donde escribí la muerte, debe decir la vida;

donde dije la vida, debe decir la muerte, 

máscara bajo mis huesos, desesperanza, 

canto sin flor, presente simultáneo, destino. 

 

Sólo resta agregar: Donde dice poesía debe leerse Jorge Valdés Díaz-Vélez. Doy fe. 

 

***

Texto leído durante el homenaje a Jorge Valdés Díaz-Vélez en la Casa Marie José y Octavio Paz, en la CDMX, el sábado 10 de agosto de 2024.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_633

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