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jueves, 28 marzo, 2024
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La cuarta transformación y la fórmula populista: un divorcio necesario

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Por: Antonio Salgado Borge •

El gobierno de AMLO ha aprovechado la misma fórmula que ayudó al reciente ascenso de los populistas de derecha alrededor del mundo. La relevancia que este compuesto tiene para la 4T queda de manifiesto cuando se consideran sus dos principales elementos.

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El primero está formado por la colección de tropos y recursos discursivos populistas. En esta colección se puede incluir el uso de frases pegajosas o apodos, las simplificaciones de problemas complejos, las respuestas repetitivas y descalificaciones sin distinciones a la prensa, o la jocosa caricaturización de críticos u opositores.

El segundo elemento consiste en una raigambre cibernética constituida por el uso intensivo de hordas de bots, de replicadores de carne y hueso a sueldo y de influencers, que van desde artistas hasta supuestos intelectuales. Dado que alrededor de la mitad de los perfiles en redes sociales son cuentas automatizadas, el uso de esta estructura tiene un efecto crucial en la determinación del sentido de la discusión y en la formación de la opinión pública.

Aunque esta raigambre no es exclusiva de los populistas, han sido éstos quienes la han utilizado primero y más eficientemente. Su uso no implica la inexistencia de un apoyo masivo y real a estos personajes o a sus gobiernos, pero juega un papel importante en la explicación de este apoyo. Para simplificar, me referiré a la conjunción entre los tropos populistas y la estructura cibernética como “la fórmula populista”. Independientemente de los aciertos de la 4T –los hay y no son pocos–, esta fórmula ha jugado un papel importante para el presente gobierno. ¿Cómo puede un gobierno de izquierda defender el uso de la fórmula del populismo de derecha?

Para quienes apoyan a la 4T desde la razón puede resultar tentador ver esta fórmula como el menor de los males. La idea es que su uso en 2018 por un líder de la izquierda institucional nos salvó de la posibilidad de que la capitalizara algún populista de derecha, algún comediante venido a político o algún desquiciado –como Gilberto Lozano–. En el mismo sentido, se puede alegar que el dominio de la 4T sobre la fórmula populista es el mejor dique para frenar las ambiciones de conservadores impresentables –por ejemplo, el proyecto Calderón-Zavala– o de empresarios megalómanos –al estilo de Ricardo Salinas Pliego–.

Quienes defienden con argumentos a la 4T también pueden presentar la fórmula populista como un mal necesario. Bien se puede alegar que su uso ha sido crucial para la llegada del primer gobierno de izquierda democráticamente elegido en nuestro país. Las elecciones de 2006 nos demostraron con claridad que buena parte de las élites económicas de México, en alianza con élites políticas, fueron capaces de tirar la casa por la ventana con tal de evitar una presidencia de AMLO. Si el actual presidente pudo romper el cerco que se le impuso fue porque se topó con la herramienta idónea en el momento adecuado.

La pervivencia de estas élites y de las vociferaciones de sus aliados puede usarse como evidencia de la necesidad de dar continuidad a la estrategia populista. Para ser claro, el argumento detrás de esta justificación es que AMLO no podría limitar a algunos poderes fácticos si no mantuviese un alto porcentaje de aprobación y que, a su vez, dadas las embestidas de estos poderes, la aprobación del presidente sería imposible sin la fórmula populista.

Ambas líneas de defensa presuponen que el fin justifica los medios. No es mi intención entrar aquí en este debate. Lo que me interesa señalar es que, al menos en el mediano y en el largo plazo, el uso de la fórmula populista como medio es incompatible con la 4T entendida como un fin. Hay al menos tres formas de mostrar que la continuación de su uso atenta contra la idea misma de una cuarta transformación.

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