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martes, 23 abril, 2024
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La tercera vía son los ciudadanos, no los partidos

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Por: MANUEL ESPARTACO GÓMEZ GARCÍA •

El que escribe ha militado en casi 20 años de participación política, en un solo partido. Renuncié a él cuando se consolidó el famoso “Pacto por México”, que a la postre diera inicio al periodo neoliberal más reciente por la implementación de las reformas de gran calado que hoy se van diluyendo con el tiempo. Se me hacía increíble ver en una misma mesa, sentados acordando la división política del país y repartiéndose canonjías a los líderes de los tres partidos (hasta entonces) más representativos de México. Sin lugar a dudas no fui el único, porque si bien ya estaba el naciente MORENA, los indecisos, con este perverso juego de cúpulas, se fueron de alguno de aquellos partidos al movimiento de AMLO, o simplemente, desilusionados como fue mi caso, no volvimos a militar en otro instituto político.

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El tiempo ha pasado, al país lo ha gobernado la “derecha” la “izquierda” y el “centro”, y aunque aún haya que darle el beneficio de la duda al partido político del cual emanó el presidente de la República, parece ser que tanto los partidos, así como sus posiciones ideológicas, le han quedado a deber enormemente a la gente. Ojo, me refiero en esta ocasión exclusivamente a los partidos políticos, porque ya habrá oportunidad de hablar de los gobiernos, pero por ahora, la idea es dilucidar entre las opciones del votante, que no Ciudadano, en los próximos procesos.

Lo hago desde ahora, porque los movimientos se gestan con tiempo, son como un platillo fino de comida que tiene su chiste, se me viene a la mente el bacalao, este pez que se conserva en sal para llegar desde Noruega, vuelve a la vida (en sentido figurado) después de hidratarlo por días y a base de varios cambios de agua. Así pues, con este burdo pero ilustrativo ejemplo, el votante vuelve la vida cuando se convierte en ciudadano. Si sostenemos la tesis de que en México se nos acaban las opciones para votar por algún instituto político, el problema ya es mayor, debemos hablar entonces de un sistema político corrompido y anquilosado, vetusto y caduco. Nada nuevo bueno puede salir de ese sistema, porque aunque en cada elección hay nuevos partidos políticos, todos resultan ser satélites de otros más grandes o negocios familiares que duran lo que duran las prerrogativas que evidentemente se usan para hacer negocio y no política y por la baja votación pierden el registro. Y si nada bueno ni nuevo puede salir del sistema político mexicano, entonces solo quedan dos opciones:

O se corrige de raíz o lo sustituyen los ciudadanos. En ambos casos el problema es mayúsculo.

¿Cómo puede corregirse, refundarse, cambiar de origen el sistema político mexicano, si éste es tutelado justamente por la actual clase política? Simplemente esto es impensable, no pasaría -a bote pronto-, una modificación de esta naturaleza, tendría que pasar por la Cámara de Diputados, y me atrevo a decir que ninguna fuerza al interior votaría a favor de quitar presupuestos y privilegios para refundar nuestro sistema.

La segunda alternativa me alienta más, pero no es menos complicada. En México tenemos “ciudadanos” de elección, no Ciudadanos en el sentido más amplio. A diferencia de otros países, donde la participación ciudadana para el desarrollo y solución de la problemática es muy alta, aquí no se alcanza a entender ni lo que es comunidad. Estamos tan inmersos en la batalla por sobrevivir y salir adelante que nos volvemos individualistas, ajenos y apáticos y eso disgrega y coaliciona porque rompe el tejido social.

Me gusta mucho hablar de una obra de arte en forma de libro, que escribió el gran Lorenzo Meyer, se llama “El Estado en busca del Ciudadano”, y justamente basa su teoría en que en este país no existe ciudadanía, porque el solo hecho de votar no nos hace ciudadanos, nos hace votantes, como lo dije al principio, pero la ciudadanía es más, mucho más que eso, de hecho estamos muy lejos de serlo pero por algo se comienza.

Si el sistema de elecciones no cambia ni los partidos políticos modifican, toca a los ciudadanos asaltar el estatus quo y como caballo de Troya, reconstruir desde adentro en su propia cancha. Pero al mismo tiempo, en la calle, en la sociedad y en la familia, si no volvemos al modelo tradicional con el que se formó la sociedad mexicana cuando menos entre las décadas post revolucionarias y hasta antes de la llegada de los tecnócratas al poder, donde la familia era la escuela y la escuela la reafirmación de los valores, no cambiará gran cosa el país. Necesitamos hacer comunidad, reconstruir el tejido social y hacer ciudadanía

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