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miércoles, 24 abril, 2024
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Sin proyecto justiciero tampoco ganan

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Por: Agustín Basave •

El 2024 ya está aquí. Domina la imaginería del inefable círculo rojo, que vislumbra y discurre escenarios de la elección del próximo presidente de la República. Es difícil encontrar algo que diga o haga Andrés Manuel López Obrador, sus colaboradores y adeptos o la dirigencia de Morena que no contenga un cálculo de cara a la sucesión presidencial, y algo similar puede decirse de la oposición partidaria y empresarial a AMLO, que prácticamente no da un paso sin tener en mente el objetivo de derrotarlo. Estrategias, tácticas y sobre todo nombres se barajan de uno y otro lado. Con una diferencia: del lado oficialista casi todo está definido y por ello la dosis de incertidumbre es mínima, mientras que del lado opositor persisten bastantes incógnitas.

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AMLO tiene una hoja de ruta que trazó hace años y que ha sostenido contra viento y pandemia. Y es que lo que él llama perseverancia es, en realidad, obcecación e inflexibilidad. Pese a crisis y contingencias sigue por ese camino, sin modificar un ápice la trayectoria. Por eso aún está en el lugar de siempre –diría el clásico de Ciudad Juárez–, en la misma ciudad y con la misma gente. El plan de navegación de las oposiciones, en cambio, no está tan claro. No se ha confirmado qué partidos contenderían solos y cuáles, en su caso, formarían una alianza. Menos se sabe quiénes serían los precandidatos. Y el proyecto de nación que presentarían al electorado para competir con la 4T es, por lo menos para mí, un misterio. Si bien en la condena a la restauración autoritaria y la defensa de los equilibrios democráticos sobran coincidencias discursivas entre los potenciales aliados, en los ámbitos de política económica y política social no se vislumbran propuestas alternativas. Porque dentro del espectro opositor, contra lo que pregona AMLO, coexiste una considerable diversidad ideológica. Cierto, hay algunos que confirman el estereotipo de las mañaneras: repudian cualquier subsidio redistributivo, en vez de forjar un Welfare State quieren regresar al Estado guardián, defienden el trickle-down economics con sus privilegios fiscales a las grandes empresas y a los más ricos (lo contrario, dicho sea de paso, forma parte del repertorio retórico obradorista, aunque en los hechos está muy lejos de concretarse). Pero también hay democristianos, liberales (sin el “neo”) y socialdemócratas por convicción y conocimiento de causa o por simple (y certera) intuición.

Ensamblar una coalición para postular candidatos a la Cámara de Diputados fue un poco más sencillo: la bandera del “No a AMLO” alcanzó para impedir la mayoría calificada. Tejer una alianza para ganar la Presidencia de la República, sin embargo, exige más definiciones. No me refiero a textos académicos minuciosos; hablo del interés de millones de votantes en saber cosas muy concretas: programas sociales, pensiones, educación, salud pública, por ejemplo. Sí, ya sé que en estos tiempos pesan más las emociones que las ideas, pero emocionar y cautivar electores presupone un mínimo de planteamientos, preferiblemente genuinos o por lo menos verosímiles. El discurso es clave. ¿Los pobres serán vistos, escuchados y atendidos desde el poder? Nadie gana una elección presidencial sin una oferta verbalizada, sin un programa –responsable o demagógico– que capture la imaginación popular.

¿Cuál sería, pues, esa oferta? Lo pregunto porque desgraciadamente AMLO se ha salido con la suya y permea la creencia de que sólo los extremos existen: o se está a favor del “liberalismo” –es decir, de todo lo que él predique– o se está a favor del “conservadurismo” o neoliberalismo corrupto que se sustenta en una complicidad entre la élite política y la élite empresarial que olvida y margina a los pobres. Es terrible tener que aclararlo: la polarización ha borrado una porción significativa de la realidad. No, ni el mundo ni México se dibujan en blanco y negro ni el menú ideológico-programático se reduce a dos sopas. De hecho, AMLO encarna un izquierdismo contradictorio y retrógrado. En el centro-izquierda hay algo mejor –la socialdemocracia– que la resaca post neoliberal está reivindicando cada vez más, que ve al futuro y que es mucho más eficaz que el populismo para construir sociedades justas. ¿Habrá una oposición que proponga un nuevo y auténtico Estado de bienestar en lugar del que la 4T ha caricaturizado? ¿Podría coincidir en torno a ello una coalición para enfrentar al obradorismo?

El cuestionamiento es pertinente. En mi artículo anterior (“Contra el neo Maximato, manos limpias”, 27/06/21) argumenté que sin un candidato opositor honesto será imposible derrotar a quien AMLO entregue la candidatura de su partido. Ahora agrego que sin un proyecto justiciero verdaderamente progresista y funcional que priorice el combate a la pobreza y a la desigualdad tampoco se podrá detener a la 4T, y que intentar un viraje a la derecha en 2024 podría provocar ingobernabilidad en este México injusto. ¿El candidato de la oposición va a debatir con Claudia o quien represente a Morena defendiendo la soberanía del mercado? ¿Qué sociedad le va a ofrecer a los mexicanos, el hábitat excluyente que tenemos o un hogar para todos? Tendrá que comprometerse a edificar –permítaseme reiterar una metáfora que acuñé hace tiempo y que a mi juicio resume lo que México pide a gritos– nuestra casa común, con un piso de bienestar que detenga la caída de los débiles, un techo de legalidad que impida la fuga de los poderosos y cuatro paredes de cohesión social que nos permitan a todos convivir en armonía.

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