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viernes, 3 mayo, 2024
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Tortas japonesas

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Por: HERÓN EDUARDO DOMÍNGUEZ •

La más reciente “hazaña” parisina del fundamentalismo islámico resulta un acontecimiento funesto desde cualquier ángulo que se le vea: por la pérdida aberrante de centenares de vidas; por el sufrimiento estéril (en el mejor de los casos) de  millares de familiares, amigos y hasta conocidos; por la satanización consecuente de comunidades enteras; por ensangrentar una ciudad por abundantes razones entrañable; empero sobre todo porque  implica una franca regresión en el proceso civilizatorio.

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Mal haría, así  pues, quien ostenta la máxima autoridad civil en México, de no condolerse públicamente, de palabra, pues otra cosa no puede hacer,  por tan infausto acontecimiento; aunque mejor  haría si  se condoliese, de hecho, se supone que  lo puede hacer, del pueblo se supone le  confió su destino, y tratara por algún medio eficaz de poner fin a la carnicería con lugar en el estado que hasta muy recientemente gobernó, donde los homicidios dolosos perpetrados al año sextuplican el número de víctimas de la masacre parisina, y otro tanto sucede en Guerrero, Michoacán, Tamaulipas y un etcétera del tamaño del territorio restante de la República Mexicana.

***

Plenamente localizada la situación prevaleciente a escala nacional, el logro que los cada vez más exiguos panegiristas  de la declinante administración estatal prefieren referir: una hipotética tendencia a la baja en los niveles de inseguridad, pareciera haber puesto reversa. No es que los taxistas resulten los únicos mortalmente afectados, sino se trata de una de las pocas minorías organizadas; con pocas posibilidades, mas posibilidades pese a todo, de hacerse oír.

Una plausible explicación de lo anterior sería que nuestros empeñosos servidores públicos tienen mejores cosas en qué ocupar  elemento tan valioso como su tiempo, verbigracia la sucesión, y no en  minucias insignificantes como la seguridad de los ciudadanos.

“El gober es nuestro amigo –dicen que dicen los taxistas- pero sus subordinados no nos hacen caso”. Magro consuelo, pero consuelo al fin.

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