En la década de los 90’s los partidos de gran parte del mundo cayeron en lo que se llamó ‘cachalotodo’; esto es, de todos los colores se corrieron al centro de la geometría política con la idea de capturar los votos de todos los sectores sociales. De esta manera, abandonaron sus ideologías específicas y sólo se interesaron por el ingreso a los puestos del poder estatal. El abandono de las ideologías trajo efectos funestos: olvidaron las campañas sobre la base de programas y se centraron en procesos de marketing, manejo de imagen que copiaron de los productos de mercado y formas ilegítimas para conseguir votos los días de la jornada electoral. Así las cosas, la descomposición de los partidos inició como bola de nieve.
Pero después de la crisis del 2008 surgieron críticas llenas de hartazgo desde la sociedad civil y con ello los movimientos de los indignados en varios países. Estos movimientos provocaron una huida del centro. Esto es, a partir del 2008 la ruta de los movimientos políticos emergentes empezó a correr en sentido contrario a como venía siendo desde la década de los noventa. Los primeros en despuntar fueron grupos de extrema derecha que se manifestaban abiertamente contra la migración sur-norte, y a abanderar la agenda conservadora en torno a los derechos civiles. Luego los movimientos de clara marca a la izquierda política, como Sanders en EEUU, Podemos en España o Jean-Luc Mélenchon en Francia. En América Latina, la década que va de los 2003 en adelante, se posicionaron partidos progresistas, que aprovechando em empuje económico de China, implementaron proyectos de seguridad social muy interesantes. El caso más interesante es el de Bolivia, que tiene logros que llegan a ser fantásticos.
Pero México durante esa década prosiguió en la senda del Neoliberalismo y atado a los ritmos de EEUU. El sistema de partidos en México también prosiguió su descomposición y concentración en el centro político, con los argumentos de que se trataba de una ‘izquierda moderna’ el PRD se hundía en el fango. La vida interna de todos los partidos se burocratizó y creó élites que se eternizaban en el poder, que sólo cambiaban de puesto o de curul. Los partidos, en suma, se convirtieron en agencias electorales para conservar el poder (no ya de una élite) sino de una casta. Con el surgimiento de Morena pensamos que se iniciaba un camino de recuperación de la vida democrática en un espacio partidario, porque al concebirse como ‘partido-movimiento’ se iba a mantener en contacto con la sociedad organizada y así evitaba la burocratización. Pero hubo dos cosas que impidieron que eso ocurriera: (1) la dirigencia original de Morena desconfiaba de los movimientos sociales y se alejó de éstos, y (2) no hubo renovación de cuadros políticos por lo que se constituyó con el reciclado de cuadros del viejo régimen, incluidos el PRI y el PAN. Ahora vive un periodo bochornoso que puede llevarlo al basurero, donde se encuentra el resto de los partidos. Con lo cual, dejaremos de tener opciones partidarias por quien apostar. Estaremos ante un vacío.
El día de hoy no hay un solo partido mexicano que podamos decir que tiene una ideología definida, un programa de gobierno y una vida democrática interna. Ni uno de esos tres rasgos. En Europa y Sudamérica tenemos partidos que tienen uno o dos de esos rasgos, y en algunos casos, los tres. En México ninguno (el día de hoy). Y tampoco el cuarto rasgo con el cual cambió la lógica política después del 2008: la huida del centro. Nada. Estamos ante una oquedad política.