Profunda consternación ha ocasionado la muerte repentina del escritor Alejandro Sandoval Ávila, entonces esto va en serio, la vida es un asunto muy delicado, la muerte es sagrada, es un malentendido, dicen los espiritistas españoles, los místicos italianos en Argentina subrayan, a partir de la teosofía, que es entonces una liberación, un motivo de alegría, pues terminan los males y empieza la verdadera nueva vida.
Yo no sé qué calibrar, de verdad lo estimaba, escritor refilado, miembro de una súper generación muy brillante de talleristas de Aguascalientes, destacando Jesús Lara Huerta, Alejandro García, el Farfán, el Engels, el Valdivia, y también toda una generación de escritores mexicanos y del mundo que intensificaron la labor de culturizar a un mundo de analfabestias y de ignaros donde el mundo delictivo institucional le daba migajas a la cultura y se solazaba con amenazas de exclusiones y o prebendas para los adheridos o muy educados.
Sea cual fueran las circunstancias, a Alejandro se le quería, ya por su historial al frente de los escritores nacionales agremiados, sus libros deslumbrantes y pacientes, su amor por la literatura infantil, sus conferencias, su disposición a ser cuate del alma, a perdonar, a ser pues parte inolvidable de la gran generación de poetas que le hablan a los lectores deseosos de saber de la vida y sus múltiples sorpresas.
Esta es una de ellas, de apenas 65 años, realmente joven, atrás quedan las aventuras increíbles, las anécdotas con personajes únicos, el horizonte ese raído por lo inverosímil de cada día y su circunstancia.
Adiós a uno de los nuestros, uno inolvidable, camarada, noble, suficiente y ahora eterno.
