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sábado, 4 mayo, 2024
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La felicidad y los malos gobiernos

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Por: ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ •

“…Dentro de veinte años probablemente estarás
más decepcionado por las cosas que no hiciste
que por las que hiciste. Así que suelta las amarras.
Navega lejos del puerto. Atrapa los vientos
favorables en tus velas.
Explora. Sueña. Descubre…”

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Mark Twain

Históricamente hemos sido instruidos más para el sufrimiento que para la felicidad; erróneamente y como estrategia de control, algunas corporaciones políticas, delictivas o religiosas, han preestablecido al dolor como mecanismo para acceder a la gloria, a la eternidad, a la obtención de algún privilegio, poder y bienes materiales o para la supremacía espiritual. Considero que paulatinamente la generación de la tristeza tendrá que ir cambiando, al igual que el discurso, la forma de gobernar o allegarse adeptos ya que la felicidad será reclamada por la ciudadanía cuando esté convencida de que es posible, en grandes magnitudes y en esta misma vida terrenal.

Para Platón la felicidad es posible en la medida en que el hombre pueda contemplar las esencias de las cosas, por lo que invita a ver con el intelecto más allá de la ilusión que nos ofrecen nuestros sentidos; su discípulo Aristóteles consideraba a la felicidad como el Bien Supremo del hombre y el fin al que naturalmente, todos estamos inclinados; Kant la definía como el estado de un ser racional en el mundo, al cual, en el conjunto de su existencia, le va todo según su deseo y voluntad. Así, para el Budismo Tibetano las cinco reglas de la felicidad son: libera tu corazón del odio, libera tu mente de preocupaciones, vive humildemente, da más y espera menos; en el hinduismo, los devotos de Ganesha invocan el siguiente mantra para alcanzar la felicidad: Om Dvimukha Ganapataye Namaha. Regresando a lo mundano, en el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto de 1789, se dice que: “…considerando que la ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las calamidades públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, a fin de que esta declaración, constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes; a fin de que los actos del poder legislativo y del poder ejecutivo, al poder cotejarse a cada instante con la finalidad de toda institución política, sean más respetados y para que las reclamaciones de los ciudadanos, en adelante fundadas en principios simples e indiscutibles, redunden siempre en beneficio del mantenimiento de la Constitución y de la felicidad de todos. En datos más recientes, tenemos que la ONU, ha determinado que el mejor método para medir el progreso y la calidad de vida de un país es la felicidad de sus habitantes; se remembró al país Bhután quién introdujo en los 70 el “Índice Nacional Bruto de Felicidad”, para determinar el bienestar y el progreso de un país en oposición al PIB. El citado índice integra la medición de los niveles de salud pública, la estabilidad laboral, la calidad del medio ambiente, así como el goce pleno de los derechos humanos.

Es el caso que de acuerdo con el Informe de Felicidad Mundial 2016, Dinamarca y Suecia son los países más felices del mundo y, por el contrario, Siria y Burundi los más miserables; en lo tocante a América Latina, Costa Rica es el más feliz y le siguen Puerto Rico, Brasil y muy abajo en el lugar 21, nuestro querido México. Por debajo de nosotros están Chile, Panamá, Argentina, Uruguay, Colombia, Guatemala, Venezuela, El Salvador, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Perú y Paraguay. Para determinar lo anterior, se ha tomando en consideración el apoyo social, la expectativa de vida, la libertad social, la generosidad y la ausencia de la corrupción. En esta tesitura, la felicidad personal y a nivel República depende de múltiples factores bien definidos en los que sin duda, tenemos mucho que ver como individuos, lo malo es que nadie nos enseña a ser felices en lo particular y menos como nación, más bien, a la clase política en el poder le interesa más manipular a una masa poblacional sumida en el terror, la angustia, la pobreza y la inseguridad que conducirnos a planos más elevados de bienestar y progreso que nos hagan sentirnos plenos, así las cosas, su felicidad y la mía se ven cada vez más lejos, sin embargo, los que le apuestan al dolor deben estar conscientes de que cuando siembras tormentos, estos tarde que temprano acabarán por alcanzarte afectando sus dones más preciados. Sin duda, la felicidad individual impacta en la felicidad colectiva de ahí que nuestros gobernantes deban esmerarse por hacernos felices y, hasta ahora, el desprecio, el repudio y hasta el odio que sentimos por varios de ellos, nos alejan de los parámetros mundiales de la felicidad, lo cual, refleja lo nefasto de sus administraciones y lo pésimo que han resultado para gobernar. ■

 

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