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viernes, 19 abril, 2024
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Pensar la Sociedad desde la Resurrección

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

Luego que hemos visto cómo la Iglesia se volvió imperio, y con ello, se convirtió en lo que justamente rechazaba. Ahora veremos la lección de la experiencia anterior a esa fatídica conversión. Cuando Pablo habla en contra de la primacía de la Ley, lo que hace es afirmar que el cristianismo es esencialmente distinto de la esencia del imperio: le Lex romana. Y pone contra la ley el llamado ‘espíritu de Dios’. Y esto último significa no que hay alguna sustancia misteriosa e inmaterial flotando en el ambiente, sino que se-está-en-el-orden-de-Dios. Y al entrar en este orden, se pone en riesgo la propia existencia. Asumir ese orden es sinónimo de inseguridad, porque implica desmarcarse del llamado ‘orden de la carne’: los criterios del poder y la riqueza. Y dejarse llevar por ese Espíritu, es ponerse en riesgo, porque es ex-ponerse frente a los poderes que lo niegan. Y la manera de conducirse en el mundo con los dones del Espíritu, se pone de manifiesto en un texto de Lucas titulado ‘Hechos de los Apóstoles’. En él se lee: “todos los creyentes tenían todo en común. Vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el importe de las ventas entre todos, según la necesidad de cada uno”. Es decir, habían construido una comunidad que no tenía pobres en sus miembros, como efecto del criterio con el cual ordenaban su vida: de cada cual según sus capacidades, y a cada cual según sus necesidades. Y lo que daba fundamento a ese criterio de justicia es justamente el Espíritu de Dios del que hablamos arriba. No era un criterio de distribución de los bienes según los méritos, sino según las necesidades. No se le daba a alguien algo porque lo mereciera (de acuerdo a algún valor que definiera el mérito), sino porque lo necesitaba. Punto. Y el criterio de hacer el mundo por parte del poder y la riqueza no es ni siquiera el del mérito, sino el del dominio puro: la fuerza y el arrebato, la más injusta de todas las formas.  Con ello, puede entenderse por qué la Lex y el Espíritu resultan opuestos. Y la experiencia cristiana que muestra cómo se puede vivir de acuerdo a ese espíritu es el periodo de las primeras comunidades relatadas en Hechos.

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El texto rescata el periodo del año 30 al 70 dC; 40 años de surgimiento de la forma social que moldea el espíritu: la comunidad. Son un montón de comunidades domésticas, que sienten que tienen una misión en el mundo. Estas-comunidades-con-misión, es precisamene lo que se conoce como el Movimiento de Jesús antes de la iglesia. Y es un movimiento perseguido. Las pequeñas comunidades es donde se mantiene viva la palabra de Jesús, pero la palabra no es un mero discurso, recordemos cómo la palabra hizo el mundo. ‘Palabra’ no es un decir, sino una acción que teje y hace posible tanto la koinonía (lo común) y la diakonía (el servicio, por el cual no había pobres entre ellos). Y en ese movimiento se dan otros tres rasgos: se incluye a la mujer como discípula, se incursiona en otras culturas distintas a la judía y se manifiesta en oposición abierta al imperio.

Este texto nos ofrece la posibilidad no sólo de pensar la renovación de la iglesia, sino de repensar continuamente a la sociedad misma: es un horizonte crítico para evaluar la estructura social y política actual. Y a su vez, de imaginar nuevas formas de ordenar la acción colectiva, a partir de ir al origen de los valores que fundan a la religión (entramado simbólico) que dio forma a nuestra civilización. Renovar es ir a los orígenes. E ir a los orígenes es desocultar la verdad enterrada en toneladas de historia. En este contexto podemos hacer una lectura y discernimiento de Hechos de los Apóstoles. Ahí están los tipos ideales que nos permiten interpretar el presente: los proyectos teocráticos, sacerdotales e imperiales, que se critican desde el discernimiento del espíritu. Los símbolos dan que pensar: el pensar radical. ■

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