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viernes, 19 abril, 2024
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Hoyo negro antiespañol

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Por: Mauro González Luna •

Esta vez, Frido Aliotti Kyan, periodista mexicano de origen irlandés, en lugar de sostener un diálogo con algún personaje, como es su costumbre, reproduce palabras dichas por él sobre la Conquista, con motivo de la presentación de un libro que trata de la fundación de Veracruz por Hernán Cortés, hace 500 años. He aquí el discurso:

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Me da gusto amigos todos, participar en este acto académico que ha resultado una verdadera fiesta de la cultura. Gesto generoso, presentar este libro sobre Cortés y los cinco siglos de la ilustre ciudad de Veracruz por él fundada, un 22 de abril de 1519.

Este ha sido y es un acto de desagravio. Somos los mexicanos, hijos de indígenas y españoles; desconocer el mestizaje, denostar la sangre española, es atentar contra la mitad de nuestro ser, dejar la otra mitad en desamparo al quedar escindida la identidad del todo nacional; es naufragar, ser blanco fácil de los enemigos yankis que, pasado el tiempo, nos arrebataron medio territorio.

El deseo de Castilla fue la comunión de dos estirpes, jamás el exterminio como en el caso de Inglaterra y Holanda. Para su tranquilidad, intentaré ser breve, pues al ser último en hablar, me han dejado sin materia mis colegas, claro sin esa intención; pero sobre todo seré breve para no correr el riesgo de que me exijan pedirles perdón por extenderme, ahora que está de moda solicitar perdones. Pero en realidad, exigir perdones, violenta la libertad.

Hay un síndrome llamado fanatismo antiespañol, provocado por ingerir píldoras de la leyenda negra, plagada de mentiras, exageraciones y medias verdades, fraguada hace siglos por los ingleses, holandeses y después continuada por sus secuaces yankis, enemigos esos de la Fe Católica y de la “empresa de generación colectiva de más largo alcance ecuménico”. Tenían envidia del predominio español al que pretendían desprestigiar. La leyenda negra es como los agujeros negros -tan de moda- que todo se tragan, hasta la luz, hasta la verdad de los hechos, incluso hasta ¡el tiempo!

Tal síndrome genera el falseamiento de las cosas; por ejemplo, la afirmación de un escritor de que Cervantes había retratado a Cortés en la comedia “El Celoso Extremeño”, cuya trama trata de un sujeto en extremo celoso de su mujer, defecto vulgar de medianías, inexistente en Cortés que se mide con César, como reconoce el mismo Manco de Lepanto. Su celo volcánico, fue religioso, de gloria, de poblar, con sus grandes virtudes y defectos.

Dice Cervantes de Cortés en el Quijote: “Quiero decir Sancho que el deseo de alcanzar fama es activo en gran manera…¿Quién contra todos los agüeros que en contra se le habían mostrado, hizo pasar el Rubicón a César? Y con ejemplos más modernos, ¿quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortesísimo Cortés en el nuevo mundo?”.

Y a propósito de las naves destruidas, fiándose de su oratoria seca y marcial que recuerda la de Aníbal, el cartaginés, en la batalla de Ticino; “hizo ver Cortés a sus soldados que ya no tenían navíos para ir a Cuba, ni otro socorro que Dios y nuestro buen pelear y corazones fuertes”. Estaba echada la suerte de la conquista y la creación de un mundo nuevo.

El designio de la conquista está cifrado en el testamento de Isabel la Católica: “nuestra principal intención fue traer, procurar, convertir a los pueblos de las islas en tierra del mar océano a nuestra Fe Católica, sin que reciban agravios sus personas”. Y es verdad que muchas veces esa última voluntad de la reina se vio incumplida, violada. Mas se trataba de una guerra en la que como dice Bernal Díaz del Castillo, “en muchos pueblos después de conquistados, encontraban que “algunas veces los brazos y las piernas habían desaparecido, y los indios que se habían quedado atrás, explicaban que se las habían llevado para comer”.

Pero también es cierto que los misioneros salvaron el propósito de Isabel, junto con los constructores de ciudades, escuelas, leyes de indias protectoras del indígena, sin parangón, hospitales, catedrales, hospicios, universidades, y de cuyo testamento fue ejecutor el santo Obispo Quiroga, Tata Vasco. Y ya al tiempo del comienzo de la conquista, España era un imperio, el más brillante, envidia de todos.

En el fondo de la leyenda negra -que pervive más en el estómago que en la mente de muchos-, hay como dice un escritor, un “odio teológico” hacia la religión católica, liberadora, que España trajo a mesoamérica. Odio a España y a Roma que va desde G. de Orange -descuartizando niños-, Enrique VIII -asesinando a Moro y a otros católicos insignes–, Hakluyt, Foxe, De Bry -desmentido por Solórzano Pereira-, pasando por las tergiversaciones de C. Stalaert. Eco, Galeano -cuyo libro de juventud, fue después descalificado por él mismo en 2014- hasta los despropósitos de I. Clendinnen.

La muerte de mujeres tachadas de brujas en la Alemania e Inglaterra protestantes fue inmensamente mayor que en España, de acuerdo a los cálculos del historiador alemán, W. Behringer. Además, los equivalentes a la inquisición española en los países protestantes, fueron mucho más violentos que en España, como lo señala el francés, M. Bataillon. Insisto, el hoyo negro de la leyenda se traga las verdades históricas y distorsiona todo a su alrededor.

La religión católica hizo posible que los pueblos conquistados no compartieran el exterminio, no accidental, sino planificado, racista que los ingleses protestantes perpetraron en otros lugares. Por dar un ejemplo: indios de Virginia, asados en varillas largas, como lo recuerda María Elvira Roca -sin vínculo alguno con el catolicismo como ella lo declara- en aleccionador libro de historia verdadera sobre la leyenda negra, a la que pone en jaque con hechos documentados, citando a historiadores de gran calado, incluso norteamericanos, serios y honrados intelectualmente como Powell o Lummis, elogiosos del valor de la conquista española.

Cultura que liberó a los pueblos indígenas subyugados por los aztecas, por muchos conceptos admirables, pero que fundaban su civilización en la guerra y los sacrificios humanos.”Buena parte del año cazando gentes en las tribus vecinas para sacrificarlos en festivales que duraban tres meses y en los que se mataban entre 20.000 y 30.000 personas cada año. Las tribus sometidas de la región vivían aterrorizadas esperando el día que acabara aquella monstruosidad. Y acabó, con la llegada de los españoles, pero no sin la colaboración de muchas tribus”. Cortés desembarcó con alrededor de 500 hombres. La población de Tenochtitlán era de entre 80.000 y 250.000 habitantes.

Sin la colaboración de otros pueblos, como tlaxcaltecas y totonacas, a Cortés le habría sido imposible la victoria. Powell, historiador norteamericano, dice “que la mayor parte de la conquista fue un trabajo de alta diplomacia más que de guerra y que solo fue posible estableciendo alianzas con los indios”. Por cierto, señala Roca, que Motolinía, admirable protector de indígenas, critica a De las Casas, obispo de Chiapas, “que renunció a su diócesis y prefirió vivir alrededor de la corte toda su vida”. El celo protector indudable de fray Bartolomé, llegó, sin embargo, a extremos tales en su Brevísima Relación, como los de justificar los sacrificios humanos y el tráfico de negros para liberar a los indios. “Las virtudes vueltas locas son peores que los vicios”, dijo Chesterton.

Y volviendo a la Pérfida Albión de los ingleses para contrastar, en Irlanda, por ejemplo, como lo señala el historiador Pat Coogan, citado por Roca, los anglicanos fraguaron un plan para diezmar en el siglo XIX, a la población de la cual desciendo, y que un día defendió a México en la injusta guerra con los Estados Unidos (Batallón de San Patricio). Un millón de irlandeses murieron de hambre y otro millón tuvo que dejar su tierra, entre ellos, mi tatarabuela Julia Kyan.

Debo terminar. Los ingleses colonizaron cambiando de domicilio, y aniquilando como propósito, a los naturales por racismo y comodidad, no por enfermedades accidentales. No hubo un mundo nuevo con ellos, detestaron fusionarse con la sangre indígena. Por otro lado, “es duro y difícil” forjar una personalidad colectiva nueva, surgida del mestizaje de dos almas grandes, con sus noblezas y crueldades, propias de la condición humana, pero personalidad colectiva única, “cósmica”, en trance siempre de superación, a pesar de los tropiezos y de los paréntesis transitorios de regresiones políticas y culturales.

La colonización inglesa, eliminó al indio como “conducta institucionalizada”, como plan. Eliminar como designio, es sencillo, fácil; levantar muros, enjaular niños, expulsar refugiados y cerrar fronteras, también lo es para los pérfidos del norte de hoy. Nada de laberintos, de soledades, filosofía esa de segunda, protestantoide, autodenigrante, nada de ello, sino campo libre, cielo abierto que fue y es el mestizaje, “doloroso nacimiento” del México nuestro, tuyo y mío, “espina dorsal” de nuestro ser nacional.

Estar con la leyenda negra, es estar contra uno mismo como mexicano para regocijo del anglosajón voraz, patrocinador de indigenismos ideológicos infecundos, ajenos a la apabullante realidad mestiza de México, que no de la defensa real del indígena. La defensa del indígena está ahora en manos de humanistas indígenas y mestizos, Marichuy, de los de Huexca, Chiapas, Dos Bocas, del Sureste indómito…

Adaptando la frase de Cánovas del Castillo, ante cuyo prestigio el mismo Bismarck, altivo, inclinó la cabeza, digo con orgullo hoy en esta ceremonia para mí memorable por su simbolismo: con la Patria Mestiza, a los pies de Guadalupe, Estrella diamantina de la mañana, “se está con razón o sin razón, como se está con el padre y con la madre”. Muchas gracias. ■

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