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domingo, 11 mayo, 2025
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Llévate mis amores, Bestia

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Por: HUMBERTO MÁRQUEZ COVARRUBIAS •

Todos los días, un grupo de mujeres voluntarias prepara provisiones de alimentos y agua para los migrantes centroamericanos indocumentados que viajan sin permiso a bordo del tren carguero rumbo a Estados Unidos. Durante 20 años han realizado esta labor en La Patrona, Amatlán de los Reyes, Veracruz. No forman una organización ni asociación civil, tampoco pertenecen a un partido político, simplemente son mujeres con lazos familiares y de amistad que abarcan tres generaciones, cuyo mayor interés es ayudar al migrante desvalido, un genuino acto de amor por el prójimo. Leonilda Vázquez, de 78 años, y su hija Norma Romero, junto a otras doce mujeres, además de dos hombres, forman el colectivo conocido como las Patronas debido al nombre del poblado y a la autoridad moral ganada entre los migrantes.

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Durante dos años, el joven cineasta Arturo González Villaseñor convivió con las Patronas. Entonces pudo entender su labor que plasmó en un cuento y un guión cinematográfico. En el transcurso recabó muchas horas de filmación que fueron editadas en el largometraje documental Llévate mis amores (2014), su opera prima que relata con ecuanimidad una de las expresiones más altas de la solidaridad humana. En entrevistas a cuadro, las protagonistas ofrecen testimonios sobre la forma en que apoyan a los migrantes desamparados sin esperar nada a cambio, pese a que afrontan carencias y problemas personales. No obstante, las Patronas confiesan sentirse agradecidas con los migrantes quienes habrían cambiado sus vidas.

La película aborda sólo un momento de la larga y penosa travesía migratoria. La línea dramática se ajusta a un día en la vida de las Patronas. Desde temprano encienden la fogata para preparar grandes cacerolas de arroz, frijol negro y salsa macha. Recaban donaciones de la comunidad, como pan dulce y verduras. Llenan botellas de plástico con agua del pozo. Preparan alrededor de 200 lonches. En el punto culminante acuden a las vías férreas para entregar los víveres en las manos de los migrantes encaramados en los vagones de un tren en pleno movimiento. Esta maniobra es arriesgada: la máquina de acero, con más de cien toneladas de peso y una gran velocidad, cimbra la tierra, además de que los migrantes estiran con fuerza brazos y manos para tomar las bolsas con el peligro de derribar a sus valedoras.

Literalmente a pie de vía, el trabajo cotidiano de las Patronas entraña una alta dosis de emotividad que no deja impávido al espectador. Cuando la vida de los migrantes montados en los lomos del tren pende de un hilo, las Patronas acuden a su auxilio y otorgan el mínimo vital: alimentos y bebida, lo necesario para seguir el camino sin desfallecer.

En ese trance, los migrantes indocumentados representan un desdoblamiento negativo y positivo de la vitalidad. Por una parte, son víctimas de la economía capitalista que niega la reproducción de la vida en condiciones dignas, pues en sus países, como en el nuestro, prevalecen la pobreza, la violencia, el despojo y la inseguridad; la mínima ecuación, trabajar para sobrevivir, ya no es posible. Por otra parte, los caminantes representan vida iluminada, encarnan la esperanza de reconstruir la vida destrozada en su país de origen.

Desde 1995, con la desaparición del tren de pasajeros, emerge el fenómeno de los migrantes trepados en los trenes cargueros. El ferrocarril fue privatizado hace 18 años para favorecer los intereses de las corporaciones privadas Genesee & Wyoming Inc. y Grupo México, una estadounidense y la otra mexicana. En sus contenedores transporta materias primas, mercancías y sustancias químicas, pero también migrantes. Por ser un medio de transporte peligroso para quienes viajan como polizones ha sido bautizado como la Bestia. En esas condiciones los migrantes afrontan varios riesgos y peligros: inclemencias del tiempo como lluvia, frío, calor, ventoleras; malestares fisiológicos como insolación, deshidratación y hambre; violencia de criminales y pandilleros que asaltan, secuestran y violan; arbitrariedades policiacas y acoso de garroteros o guardias privadas. Además, al viajar como “moscas” están expuestos a caerse o ser arrojados de los vagones y sufrir golpes y mutilaciones, incluso perder la vida. Las cifras oficiales reportan que unos 400 mil centroamericanos indocumentados cruzan México con destino a Estados Unidos, de los cuales 250 mil son deportados y mil 300 sufren mutilaciones o mueren. Apenas un 15 por ciento logra traspasar la frontera sur estadounidense.

La estampida poblacional que viaja de manera clandestina está expuesta a las peores bajezas y a las mejores expresiones de solidaridad humana. Llévate mis amores se ocupa del segundo rasgo. En tiempos donde urge disponer de ejemplos aleccionadores sobre cooperación y solidaridad, el documental merece una gran difusión en festivales, universidades y demás foros. Por lo pronto, la película ha cosechado dos premios y forma parte de la gira de documentales Ambulante. ■

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