La Gualdra 632 / Pablo Neruda / Libros
La pasión fortalece a los investigadores. Es fuego que acecha entre papeles y es preciso aprender a conservarla. Algo semejante pasa en el amor, sólo que en el amor no hay metodología y, a pesar de ser un tema perenne, en él se puede ir de lo cursi a lo sublime. En la investigación seria no se corren los mismos riesgos; hay otros, claro, pero al menos no existe el de la cursilería. Hay que indagar, comprobar, verificar, constatar, buscar, buscar y buscar.
Rafael Calderón (Morelia, Mich., 1976) se ha entregado a esta tarea. Es el hombre efeméride, así le digo yo. Siempre atento a los lustros, a las décadas, a los centenarios de mujeres y hombres de palabra y de palabras que han pasado por sus ojos. Sus lecturas son amplias y es un gran bibliófilo. Hace meses me habló de los discursos que pronunció Pablo Neruda en la capital del Estado de Michoacán. Ya entonces, andaba entre papeles y realizaba entrevistas. Charlamos al respecto y pasó el tiempo. Ahora, justo en el 120 aniversario del natalicio del hombre del Cono Sur y en el centenario de la edición de Veinte poemas de amor y una canción desesperada publica el libro Pablo Neruda en Morelia.
Antes de presentar los discursos “A la juventud de Morelia” (1941) y “Discurso de Michoacán” (1943), éste con motivo del doctorado Honoris Causa que le otorgó la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Calderón redacta la Introducción en la que plasma el sentir de un periodo irrepetible en la vida cultural de esa capital: los años cuarenta. Brinda a los lectores un contexto valioso sobre el asunto y un panorama de las cuatro visitas que hizo el poeta. Ofrece antecedentes, comparaciones y consecuencias. Menciona incontables nombres de personajes que hoy en día pueden resultar ajenos a muchos. No obstante, forman parte de Michoacán, de nuestro país y algunos pertenecen al mundo.
En una época como la que vivimos, cuando estudiantes de nivel licenciatura creen que Argentina o Brasil son países de Centroamérica o que las únicas poetas mexicanas son Sor Juana Inés de la Cruz y Rosario Castellanos o jóvenes que no saben leer un reloj de manecillas (esto es real), qué van a saber sobre Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto. Sin embargo, Rafael Calderón apuesta, siempre apuesta; por eso, habrá quienes después de acercarse al texto, lo sepan.
El chileno llegó a México como cónsul general por el gobierno de su país y vivió aquí tres años. Fue a Morelia gracias a la motivación de otro poeta, el español Rafael Alberti. Cuando la descubrió la llamó “campana de coral ceniciento”. Quiso a México e hizo muchos amigos. Afirma en sus memorias que es “florido y espinudo”.
Pido disculpas por el tono intimista, pero este “michoacano y austral”, como se auto definió, es parte de mi vida, por eso esta publicación me conmueve doblemente. Primero, porque habla de su obra que me ha acompañado desde la infancia; y, segundo, porque levanta imagen de su estancia en mi ciudad natal, a la que también se refirió como “la ciudad de los párpados rosados”. Estuvo en 1941, 1943, 1944 y 1949; su última estadía fue fugaz y clandestina, calificativos estupendos de Calderón.
Se puede afirmar que la Introducción está dirigida a los que saben mucho, poco o nada sobre el diplomático. No sólo se refiere a aquellos años de ebullición cultural en el Estado y en su capital tanto en la música como en la pintura, la literatura, el cine… El investigador rebasa esa década maravillosa y va más allá, incluso comenta poemarios como Odas elementales (1954), Plenos poderes (1962) o sus memorias Confieso que he vivido (1974), editadas póstumamente. Es un panorama breve y conciso; sin duda, una introducción al nacido en Parral, Chile.
Hay en el libro fotografías valiosas y una selección de 15 poemas; incluye, entre otros, “Oratorio menor” (a Silvestre Revueltas, de México, en su muerte), “Farewell” (Crepusculario, 1923), “Un canto a Bolívar”, “El Vino” o “Viaje por la noche de Juárez”. Los poemas elegidos tienen una razón: son los que leyó en público en sus visitas. El poeta tuvo una postura política definida. Nunca dio, como se dice de manera coloquial, “el bandazo” y lo demuestra en su quehacer poético desde sus primeras composiciones hasta las últimas.
Rafael Calderón proporciona un referente bibliográfico que ilumina. Y como bien dice el también ensayista: “… aunque es muy común que entre los lectores devotos de Neruda una y otra vez se cite alguno de los discursos de Morelia, han sido poco difundidos. Algo comprensible en un autor con semejante caudal de títulos publicados. Siempre resulta interesante el encuentro con la obra dispersa y marginal, la aparentemente olvidada”. Es, por tanto, un verdadero lujo este ejemplar, coeditado con Conalep. Ojalá se hagan muchas ediciones.
El Nobel de 1971, al hablar de su primera inquietud al conocer esta ciudad, escribió: “La quise conocer como se quiere entrar en las ciudades dormidas de la selva, una Morelia dormida en el agua del tiempo”. Pablo Neruda no sólo entró a la ciudad, la despertó de uno de sus muchos sueños y la dejó tatuada. He aquí el testimonio de algunas de las vivencias de un hombre “fugaz y clandestino”, aunque también eterno.
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Calderón, Rafael (Compilación e Introducción), Pablo Neruda en Morelia, Conalep, Michoacán / Centzontli Pájaro de 400 voces, México, 2024, 106 pp.
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