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jueves, 28 marzo, 2024
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El poeta es el autor que desaparece [Gabriel de la Mora en el Museo Francisco Goitia]

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

La Gualdra 487 / Arte / Exposiciones

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El poeta es el autor que desaparece es el título de la exposición de Gabriel de la Mora, inaugurada el pasado 8 de julio en el Museo Francisco Goitia y que está integrada por 47 pinturas de la serie El sentido de la posibilidad: pintura expuesta, que han sido sometidas al proceso de deterioro y redescubrimiento que el tiempo, la historia y el polvo de la memoria han dejado sobre las superficies expuestas a la intemperie.

“El título de la exposición es producto de una constante y una pregunta para mí… siempre han existido diferentes pirámides sobre el arte; han puesto al pintor en la punta, después a los críticos, curadores, historiadores, coleccionistas, museos, galerías, mercado, espectadores… pero creo que sí yo pudiera hacer una pirámide hoy en día solo habría cuatro letras: ‘obra’. Todo lo demás o lo que esté ajeno a la obra de arte en sí, el propio artista o autor -porque ¿quién es el autor?-, es secundario. Al final del día todos vamos a desaparecer y lo que va a continuar son las obras en sí”, dice De la Mora, quien se dio a la tarea de encontrar obras en distintos lugares como mercados de pulgas y bazares, cuya autoría no fuera reconocida, piezas sin firma o muchas veces solo con las iniciales de un pintor desconocido y quizá, ya desaparecido físicamente… este tipo de cuadros que solemos encontrar incluso en la basura porque han sido desechados por sus dueños “La mayoría de las pinturas que utilicé tenía más de 50 años, las empecé a comprar y eran desechos en los mercados de pulgas; pero no sabía cómo este tipo de pinturas pudieran considerarse basura”.

El paso del tiempo en las obras necesariamente modifica las superficies, preguntarnos qué es lo que sucederá con ellas en cien o doscientos años es algo que no podemos responder con certeza, pero sí imaginar. En el mejor de los casos algunas de ellas serán encontradas por algún investigador y pueda tomarlas como documentos que ayuden a contextualizar el tiempo en el que fueron creadas y obtener de ellas datos que propicien un acercamiento a entender cómo la humanidad ha ido cambiando; pero tal vez, al ser encontradas simplemente terminen por ser destruidas. Si la obra no tiene la firma al frente, o los datos de su autor en alguna superficie, este desaparecerá en cualquiera de los casos.

Gabriel de la Mora reunió una serie de pinturas y las sometió -sistemáticamente- a un proceso natural de deterioro al dejarlas expuestas al sol, la lluvia, el polvo, el granizo, a agentes externos a la obra misma. Todo esto obedeció a una metodología: cada una de las piezas tiene su propio archivo en el que se indica dónde y cómo fue encontrada, las condiciones físicas iniciales, el registro de la imagen original, posibles datos de identificación -nombres, notas, números, letras- para poder registrar los cambios (en la cédula de las piezas que finalmente se exhibieron está estipulado como parte del nombre, el número de días que estuvo a la intemperie la pieza y el año en que inició el proceso).

Luego de este periodo en el que las piezas estuvieron sometidas a las fuerzas de la naturaleza, le siguió el de la selección de las superficies de cada una de estas obras que De la Mora tomaría para recortarlas y -con la ayuda de un restaurador profesional- consolidarlas en un nuevo tipo de soporte; de esta manera, podemos ver en la muestra que hoy se exhibe en el museo, el resultado de un meticuloso proceso del artista que decidió llevar al límite las condiciones originales de las piezas y que le hace afirmar: “En el arte también nada se crea ni se destruye: solo se transforma”.

Dicho así, sin ver el resultado, se podría pensar que esto no se trata más que de una ocurrencia, pero al ver las piezas expuestas teniendo el antecedente de todos los procesos a los que han sido sometidas -búsqueda, selección, registro, intemperie, deterioro, cambio, consolidación, registro, exposición- uno no puede más que sorprenderse. No se trata nada más de ver los cambios experimentados, porque el espectador final no tiene la imagen original en mente, sino de apreciar que la belleza está en la cúspide de una nueva pirámide creada y re-creada por un nuevo autor, creador de transformaciones; y, como si a una máquina de tiempo hubieran sido sometidas, nos encontramos con que estas 47 piezas son, en un sentido diferente, nuevas.

En cuanto a la autoría, dice Gabriel de la Mora “había algunas firmas, algunas fechas, pocas, hay algunas de 1967, del 62… y hasta del 2000, que fueron las más recientes que pude encontrar; tomé estas piezas recientes también para ver qué sucedía y lo interesante es que los óleos no se desprendieron tanto, pero lo que sí perdieron fue el color”. Al tratarse de pinturas que estaban desechadas o arrumbadas, De la Mora se pregunta ahora “¿Quién es el autor? ¿Quiénes son los autores? ¿Los que pintaron originalmente los cuadros? O en el momento en el que yo los adquiero y los meto en la azotea podrían ser de mi autoría; o al someterlos a la intemperie, Dios, por representar a la naturaleza de alguna manera… a mí lo que me interesaba era que al someterlas a esas intervenciones no tuvieran el control humano, que no hubiera nadie interviniendo o manipulando esas piezas y que al final de cuentas empezara un trabajo de desaparición”.

Las piezas en exhibición registraron el paso del tiempo, los efectos de los rayos del sol, el polvo, las gotas de lluvia y transformaron las superficies; De la Mora no deja de sorprenderse “qué maravilla que las gotas de lluvia, el granizo y la misma naturaleza dibujen sobre la pintura”. Cada una de las obras que conforman esta exposición dialogan entre sí, su formato así lo permite; el óleo erosionado y consolidado registra lo que la naturaleza ha re-dibujado sobre las pinturas originales: un entramado de figuras, espirales, cuadriculados diminutos, craquelados que de alguna manera van reconfigurando con un ritmo diferente, una reticencia a desaparecer del todo: donde solo el autor se difumina.

Sobre estas piezas, De la Mora dice: “De alguna manera no importa quién las hizo, lo que importa es que la obra es esto y detona cosas […] Siempre, cualquier obra de arte por más conceptual que sea, el primer impacto que causa es a través de la mirada, y eso mueve emociones, genera contemplación y propicia después una pregunta… pasa de un aspecto formal a un aspecto conceptual a través de preguntas; y cuando algo te mueve emocionalmente pero además te deja pensando, es lo mejor que le puede ocurrir al arte […] Para mí el arte, es cuando la gente -sin información previa-  se va a mover sin nada a través de la mirada, a través de observar, cuando esto lo mueve emocionalmente. Creo que pudiera haber algo que se pudiera llamar formalismo conceptual, donde el aspecto formal tenga como resultado el conceptual y el conceptual tenga a su vez el aspecto formal. Contemporáneo es todo lo que se produzca y se haga ahorita”, eso es lo que sucede con esta muestra.

De Octavio Paz fue tomado el título de esta exposición; el poeta leyó en la década de los años 80 al referirse a la escritura y al oficio del poeta, “Yo dibujo estas letras /como el día dibuja sus imágenes / y sopla sobre ellas  y no vuelve”, y después de leer el poema afirmó: “El poeta no es dueño de lo que dice, es como el día que dibuja las imágenes y se va. Lo que queda o no queda son las imágenes, pero el autor desaparece detrás de su obra […] No somos dueños, nadie es dueño de lo que dice, cuando hablamos habla también la raza, el lenguaje… cualquiera que está hablando, sin saberlo, está repitiendo lo que dijeron sus abuelos, los otros, los que inventaron el idioma… cada acto nuestro, verbal,  representa un homenaje histórico […] sin lector no hay poesía, el poeta es el autor que desaparece, queda el poema, pero el poema siempre es algo incompleto, algo que se está rehaciendo sin cesar”.[i]

Visite esta exposición en el Museo Francisco Goitia.

 

[i] Ver: “Experiencia poética 1. Conversaciones con Octavio Paz”, en: https://youtu.be/yVxWx3VAcpc

 

 

 

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