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jueves, 25 abril, 2024
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Una nueva historia del presidencialismo mexicano: breve reseña

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

Debo comenzar por decir que el título del presente artículo requiere una acotación: más que una nueva historia del presidencialismo mexicano, a lo que me refiero es a una nueva perspectiva de la historia del presidencialismo mexicano, que ofrece espléndida y magistralmente Soledad Loaeza en su libro de reciente aparición “A la sombra de la superpotencia. Tres presidentes mexicanos en la Guerra Fría, 1945-1958”, editado por el Colegio de México.

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La discusión de la figura presidencial, sus alcances, limitaciones, impactos, contexto, circunstancias e historia, será una constante en nuestro país hasta en tanto no abandonemos el modelo político que nos ha regido históricamente. Es inevitable suponer que quizá eso nunca sucederá: nuestra historia más lejana, pero también el más palpable presente, nos llevan a la misma conclusión pragmática, el presidencialismo es el único modelo político que nos permite funcionar más o menos en democracia. Hoy, cierta distancia de la hegemonía predominante en el siglo XX, la experiencia de la alternancia y el retorno episódico del PRI, así como de lo que parece ser un estilo inspirado en la supremacía del poder político, depositado en la Presidencia de la República, sobre cualquier otra fuerza social, nos permite volver a indagar sobre la configuración del poder presidencialista, que nos trajo a su vez, al México que discutimos hoy.

La Profesora Loaeza, realiza un recorrido histórico sobre el liderazgo y/o mando que ejercieron Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdés y Adolfo Ruíz Cortines, en la posterioridad de la Segunda Guerra Mundial, a partir de la vecindad histórica y compleja de un poderoso país, que de surge del conflicto bélico como súper potencia, y un contexto doméstico de consolidación del régimen posrevolucionario, con pactos, tanto formales como informales, definidos para alcanzar objetivos de largo plazo, a partir de la conformación de las instituciones que marcarían el desarrollo de nuestro país a lo largo de todo ese siglo y que, en su mayoría, perduran hasta el día de hoy (o más o menos, tienen el mismo nombre, aunque no la misma relevancia, los mismos fines, aunque no los mismos medios, etc.).

El texto es de lo más extraordinario, más allá del interés que se tenga por el tema, hay aportaciones que antes se habían abordado sin la profundidad y la fortaleza teórica y documental que hace la investigadora que lo escribió. Y es que, al abordar el tema que anuncia desde la portada, analiza con rigor y una perspectiva casi inédita en México al presidencialismo. Me bastan dos citas para consolidar lo anteriormente dicho. Nos dice la autora: En general, le juicio de la opinión pública mexicana sobre los presidentes del siglo XX es despiadada. Y más adelante se pregunta: Si la historia de los presidentes de la segunda mitad del siglo XX es un listado de liderazgos políticos fallidos ¿cómo se explica el milagro mexicano de la posguerra? ¿Cómo se deben entender las grandes diferencias que distinguen a México del conjunto latinoamericano en esos años? Muchas preguntas como éstas pueden formularse, pero no encontramos las respuestas en la imagen pública de los presidentes que proyecta sobre ellos solo una luz desfavorable. Si se les atribuye todo el poder de decisión, ¿no podría también reconocerse su contribución positiva a los éxitos del país? Fin de la cita.

Sin duda, el simplismo con el que hemos abordado a los presidentes mexicanos, y en general a sus decisiones, quizá como consecuencia de la falta de controles y mecanismos de rendición de cuenta democráticos, nos ha llevado a la imposibilidad de reconciliarnos con el liderazgo institucional, democrático o no, que a menudo conlleva la tentación a la reinvención cada seis años, al rompimiento, más allá de lo político, de planes, rutas y proyectos de desarrollo, que nos tienen en lo que Ugo Pipitone llama “el eterno comienzo”.

Asumir que, con todos sus defectos, el presidencialismo mexicano también trajo ventajas, como la estabilidad desconocida más allá de períodos muy cortos en nuestra historia y la consolidación de un Estado, imperfecto, pero Estado al fin, así como que las circunstancias y otras fuerzas, limitaron siempre al popular pero erróneamente concebido “omnipotente” presidente, puede permitirnos salvar la experiencia, los éxitos y, en todo caso, la complejidad misma de nuestra historia política, cuya renuencia, andamos pagando cada vez más caro.

Soledad Loaeza permite un nuevo acercamiento a una historia muchas veces abordada y pocas veces comprendida. La invitación a leerla es permanente.

@CarlosETorres_

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