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jueves, 25 abril, 2024
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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 522 / Libros / Op. Cit.

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Se cumplen cien años del nacimiento del escritor portugués José Saramago, y con ello la mejor oportunidad para revisitar su extraordinaria herencia.

Obra extensa en el género novelístico, justa en cuento, esclarecedora en lo ensayístico y franca en poesía.

Toda actual, oportuna y necesaria al lector de un mundo injusto y esperanzador.

De ahí que sus editores en español (Alfaguara) se hayan volcado a la reedición de los títulos más significativos de este autor nacido en Azinhaga, y que al atenernos a su estadística personal y creativa, podríamos asegurar que conocimos tarde.

Fue hasta 1985 que se tradujo al español El año de la muerte de Ricardo Reis.

Desde entonces (poco después Saramago estaría casi de incógnito en algún encuentro poético por estos rumbos) no hubo de pasar demasiado tiempo para despertar el interés lector hispanoamericano.

El viaje del elefante, Memorial del convento, El Evangelio según Jesucristo, Todos los nombres, La caverna, Claraboya… y un largo etecé donde la amalgama de historia, imaginación y el pulso de personajes nos conducen una y muchas veces a la reflexión en torno a la humanidad.

“Dicen que mis mejores personajes son mujeres y creo que tienen razón”, escribió Saramago, “propuestas que yo mismo querría seguir”, y con él nosotros los lectores, las lectoras.

¿En qué libro de Saramago habremos de guarecernos?

¿Cuál sugerir?

Apenas esta semana se supo de una “nueva obra” del autor, especie de mapa crítico armado a partir de cientos de imágenes, alternativamente una más de sus biografías, acompañada de textos saramagianos, y firmado por Alejandro García Schnetzder y Ricardo Viel: Saramago. Sus nombres.

También ahora se reedita Las intermitencias de la muerte, novela aparecida originalmente hace más de tres lustros, As intermitencias da norte, y que al lado de Ensayo sobre la ceguera (1995), son un buen acompañamiento a los tiempos pandémicos.

En Las intermitencias…, ese múltiple universo inventado por Saramago vuelve a quebrarse. Y es que lo acontecido, de buenas a primeras, tiene que ver con la desaparición de la muerte, así, simple y llanamente.

¿Puede existir un mundo así?

Interrogante sin respuesta.

Aún más en los días de la disputa por la sobrevivencia.

A reflexiones como estas nos lleva la ficción de Las intermitencias…

Podrán las instituciones, sacrosantas catedrales de nuestra civilización, sobreponerse a la inexistencia de la muerte, pregunta la voz narrativa.

Y es que sin muerte, “óigame bien, señor primer ministro, sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay iglesia”.

Uno a uno irán poniéndose en entredicho nuestros presupuestos culturales.

¿Qué harán las empresas del negocio funerarios? “¿Qué será de nosotros?”.

¿Qué será de las compañías de seguros?

¿Qué será de los filósofos?, si “filosofar es aprender a morir”.

¿Hasta cuándo durará la tregua de la muerte?

Estas algunas de las preguntas que se plantean en Las intermitencias…, una ficción en donde la voz de la muerte será cardinal, y la que al hablar con su eterna acompañante, la guadaña, se proyecta “muy guapa”.

“Y era verdad, la muerte estaba muy guapa y era joven, tendría treinta y seis años o treinta y siete años como habían calculado los antropólogos”.

Premio Nobel de Literatura, Saramago inició su oficio como narrador a una edad tardía, se dice. 

Palabras para todo…

Fallecido casi a los noventa años, dejó una obra que sigue leyéndose asiduamente, y que una perspicaz atención podrá relacionar con los acontecimientos del mundo actual.

“Afortunadamente hay palabras para todo”, escribió en su blog, por ahí de 2008.

“Afortunadamente”, insistió, “existen algunas que no se olvidarán de recomendar quienes que quien da debe dar con las dos manos, para que ninguna de ellas se quede lo que a otros les pertenecería”.

“Así como la bondad no tiene por qué avergonzarse de ser bondad, tampoco la justicia debe de olvidarse de que es, por encima de todo, restitución de derechos. Todos ellos, empezando por el derecho elemental de vivir dignamente”.

“Si a mí me mandaran colocar por orden de precedencia la caridad, la justicia y la bondad, el primer lugar se lo daría a la bondad, el segundo a la justicia y el tercero a la caridad. Porque la bondad, por sí sola, ya dispensa la justicia y la caridad, la justicia justa ya contiene en sí caridad suficiente. La caridad es lo que resta cuando no hay ni bondad ni justicia”.

Bondad, una palabra de esas en desuso, siempre inserta en la obra de Saramago.

TEXTUAL

Basta que Lisboa sea lo que simplemente debe ser: culta, moderna, limpia, organizada —sin perder su alma—. Y si todas estas bondades acaban haciendo de ella una reina, pues que lo sea. En la república que somos serán bienvenidas reinas así.

Intento ser, a mi manera, un estoico práctico, pero la indiferencia como condición de la felicidad nunca ha tenido lugar en mi vida, y si es cierto que busco obstinadamente el sosiego del espíritu, cierto es también que no me he liberado ni pretendo liberarme de las pasiones.

Trato de habituarme sin excesivo dramatismo a la idea de que el cuerpo no es solo finible, sino en cierto modo es ya, en cada momento, finito.

¿Qué importancia puede tener eso, si cada gesto, cada palabra, cada emoción son capaces de negar, también en cada momento, esa finitud? Verdaderamente me siento vivo, vivísimo, cuando, por una razón u otra, tengo que hablar de la muerte.

José Saramago, El cuaderno (septiembre, 2008 / marzo, 2009).

José Saramago, Las intermitencias de la muerte, Alfaguara, México, 2022, 270 pp.

* @mauflos

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la-gualdra-522

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