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martes, 30 abril, 2024
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‘Caulacau Tzumb Kutulu Zum’ [Primera parte]

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Por: LEOBARDO VILLEGAS •

La Gualdra 608 / Río de palabras

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I

El corruptor de las civilizaciones

Deidad perturbada, dios omnipotente y veleidoso, trepa por encima de los mundos a la manera de un simio ágil y horrendo que profiere gruñidos que desquician a los astros. El universo es su selva; las galaxias, los árboles en que ejecuta sus acrobacias. Mono sideral, adopta una apariencia piojosa. Le agrada elevar la decrepitud a alturas cósmicas. Y planea corromper a las civilizaciones, ejercer en su devenir histórico un retorcimiento proverbial… una desfiguración inimaginada. Y disfruta planeando que los mayas funden un imperio marítimo, que los egipcios adoren a Xipe Totec y que los incas ejerzan batallas en las montañas balcánicas. Su locura es tal que hace que los persas se pierdan en las patagonias y los asirios en las olas salvajes de los mares africanos. Y todos, desde los chinos hasta los aztecas, desde los fenicios hasta los romanos, hablarán una lengua de gruñidos como lo dictamina el gran corruptor. Y luego el desenlace final: los pueblos con sus grandes hombres entregados a las horcas y a los fusilamientos. Y las pirámides, los calendarios, las piedras circulares, los sepulcros, las momias, los textos sagrados, las espadas, los navíos, los ídolos serán también entregados a las llamas. Preparémonos, entonces, para las humaredas del post-mundo. En esas auroras siniestras otra realidad se gestará: el nuevo imperio de los monos con su dios Arutan-Tootsh.

 

II

El enemigo de las estrellas

“Haré tales cosas -no sé todavía cuáles- pero serán el terror de la tierra” (Nietzsche). Encenderé el sol en la mitad de la noche. Meteré las auroras en ataúdes. Arrojaré víboras en los altares de los templos. Ahorcaré a la luna y al sol. Incendiaré los astros. Abriré abismos en las selvas y los desiertos. Agitaré el mar hasta levantar olas monstruosas. Desataré tormentas y vientos salvajes. Propiciaré guerras y devastaciones. Sembraré rabias ululantes. Incitaré a los demonios y a los fantasmas para que aparezcan, siniestros, entre truenos y relámpagos. Llenaré el silencio de gritos. Convertiré los frutos de los campos en gusanos. Haré hablar a los animales para que escupan a los hombres las palabras de su venganza.

Cierto, no ignoro que todo esto es imposible, pero lo haré, pues he adquirido la condición de una divinidad negra, de un dios de las sombras, errado y demente. Siendo esto así, haré cosas que harán temblar a todo lo que existe.

 

III

Cosas de la memoria

Estoy recordando… recordando el infierno. He estado ahí, bajo la luna roja que miraba las lumbres eternas, entre los demonios. Y paseaba en las orillas de los estanques de aguas turbias en que dormían las serpientes y los lagartos. Y el cielo decapitado contemplaba palomas de fuego. Y más allá, los sombríos tigres solazándose entre las piedras humeantes. Sí, estoy recordando el infierno: las sórdidas fosas, los fantasmas atormentados, los lamentos en el tiempo incendiado. Mi nombre es Mindurf, pero también poseo otros nombres secretos que no puedo revelar. Son mis talismanes auditivos que me confieren tener el poder de todas las magias antiguas, de todos los sortilegios secretos. Y tengo la facultad de pronunciar palabras mágicas que me permiten, si quiero, pulverizar los astros. Ahora mismo tengo una cohorte de brujos y de astrólogos judiciarios que administran mis apariciones a lo largo de los siglos. Viví en Alejandría, en una cloaca, cuando los gnósticos postulaban sus heréticas doctrinas. Y en la antigua Persia, en tiempos maniqueos, fui confundido con un dios lisiado y ciego responsable de haber creado un aborto padre del género humano. Los hermetistas me invocaron sin saber realmente quién soy; los teósofos me adjudicaron facultades inexistentes. En conventículos secretos fui adorado por alquimistas fracasados en tiempos en que Giordano Bruno, siguiendo las teorías de los atomistas griegos, postulaba la infinitud del universo. ¿Soy un demonio? Diré solamente que estoy recordando el infierno al contemplar ahora mismo este mundo desde las alturas de las bóvedas celestes, como se contempla la carroña de un perro muerto.

 

IV

Brujería y filosofía

Entre los árboles, a un lado del arroyo, en la mitad de la noche, bajo la luna ahogada entre las nieblas, en un camino en cruz, aparece el enano siniestro: cojo, ojos hundidos, nariz y orejas puntiagudas. Es el diablo. Bolas de fuego brincan en los cerros. Apariciones, como lechuzas, se pierden entre las nubes. Y ahí le esperan los magos, los hechiceros, con un gato blanco y una gallina negra. Y hay, entre ellos, invocadores de muertos y de demonios. Y ocultistas. Y profieren estas palabras: “Caulacau tzumb zisq zum. Papè Satân, papè Satân aleppe. Viva anticristo en sota, y ya. Cabra negra ogbu bug cabra intir terra tsum ball”. Y abren el libro La vaca de Platón, y leen sus conjuros: “Azag-thoth Kutulu zikur ia zi azag Maskim kutulu Maskim-kutulu”. Y el diablo enano reparte entre los presentes talismanes que los acreditan como brujos negros. Y en sus mantos púrpura se aprecian sellos y símbolos mágicos. Y dan inicio los encantamientos: prodigan conjuros sobre los libros escolásticos, derraman filtros en las obras de David Hume, sacrifican una lagartija sobre la Fenomenología del espíritu de Hegel abierta en el capítulo final en que se expone el saber absoluto. Y proclaman: “Filósofos, ustedes son todos unos supersticiosos. Malditos sean”. Y el enano toma la palabra, y sentencia con odio e ironía: “Yo reiré al final de todos sus sofismas, perros”.

 

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