La Gualdra 582 / Literatura / Libros
¿Cómo conocer todas tus diversas personalidades en la vida? Eso es lo que trato de acomodar para ti un día cualquiera, pero la destrucción sirve de espejo. Despertar en medio de la madrugada, por ejemplo, y luchar contra tres o cuatro de uno mismo. Luego, si la mañana se desvanece del otro lado de las ventanas trabadas, y se esclarece, un maestro de colegio privado, en flor de loto, exhala el hartazgo de la ansiedad en Mérida, borrándose por completo el ojo izquierdo.
Cuando el viento de la madrugada irrumpe sobre La Perla, empujando la neblina hacia el mar y disolviéndola, y el recinto del Colegio Militar Leoncio Prado se aclara como una habitación colmada de humo cuyas ventanas acaban de abrirse, un soldado anónimo aparece bostezando en el umbral del galpón y avanza restregándose los ojos hacia las cuadras.
Hablar de crecer no es ficticio. Hablar de morir es real. Y lo real se hace interesante cuando se lee por tercera ocasión un libro nunca acabado. Eso vino a mí cuando decido tomar nuevamente la primera novela enmarcada del Boom latinoamericano, presidida, por razones editoriales, a Mario Vargas Llosa con: La ciudad y los perros (1962). Así fue. Hace unos días recibí la noticia en Twitter. El escritor peruano del Nobel encamado por enfermedad, o como yo lo imaginé: recostado tan quijotesco y todavía cuerdo (quiero intuir). Entonces me pregunté: ¿Cómo no hablar de resentimiento cuando el mundo en el que vivimos, si es pobre o rico, es ignorado desde nacer hasta el lecho de muerte? ¿Cuántas veces te has pasado a morir por un choque, o tan solo por resbalar? Describir este sentido, de forma dantesca, es una telaraña que aún persiste a través de la vista con los problemas de esta sociedad, más bien adicta, y el mundo que te parece distinto a través de una batería sobrecargada hecha de litio. Tan sencillo como el verbo “obedecer” se hizo la lectura, y comenzar a notar los errores en mí fue desastroso (o ¿esperanzador?).
Soy un animal. Agobiado por continuar con mis listas de tareas. Y así recomiendo los consejos, los que yo mismo no puedo seguir. Veo cómo un adolescente rezonga con su madre, su objetivo es llevarle la contraria. De esa forma, recuerdo el aislamiento por decisión propia, porque mis ojos no miraban al mundo como ellos, sino equivocadamente. Me hice a un lado. Rompieron su silencio y me dijeron “bastardo”, “jorobado”, “promiscuo”. Pero yo no quería entender que en mi figura había todo un Minotauro. […] “Juro que me escaparé de Mérida. Mañana mismo”. Me señalaron o me rechazaron muy tarde. Sí, crudo y sin prisa, ese mismo día, después de sonar las campanas, mis ojos se habían abierto en las páginas de un libro.
¿Saben qué pasa cuando un perro y una perra se encuentran en la calle? No, mi cadete, primero se huelen con cariño y después se lamen. Y luego lo sacaron de la cuadra y lo llevaron al estadio y no podía recordar si aún era de día o había caído la noche. Allí lo desnudaron y la voz le ordenó nadar de espaldas, sobre la pista de atletismo […] “Juro que me escaparé. Mañana mismo”. Los muchachos se miraban unos a otros y, a pesar de haber sido golpeados, escupidos, pintarrajeados y orinados, se mostraban graves y ceremoniosos. Esa misma noche, después del toque de silencio, nació el Círculo.
Todos deberíamos conocer la trama: un grupo de estudiantes en el colegio militar forma una pandilla, eventos en robos de exámenes, mutilaciones al más débil, secuestran cigarrillos, escriben pornografía, son infieles, vaya, nada más dantesco que un infierno lleno de animales. En ese aspecto, aún recuerdo las historias de mi padre y su vida militar en México. Lo habré contado borracho en algún sitio de mi Ciudad mil veces, por ello, varias personas se avergonzaron de mí (siendo cuerdo, yo también lo haría). Con sutilidad nunca pude ser parte de ese Círculo, ah, la vida de restaurantes con sushis de lujo o de malls climatizados. Mi colegio militar fueron mis decisiones. Cómo explicarte que leer a Vargas Llosa, en una novela o en un manual para primeros novelistas, es lo más horrible del planeta. Y no por ser un infierno, sino por semejarse tanto a una purga. Sin balsa o Virgilio, uno va dándose cuenta, eso sí, cuando se empieza a madurar, sobre esa “realidad”, esa “persuasión”, o esos “vasos comunicantes” de los que tanto se jacta el ahora caballero peruano de la triste figura (sin afán de ofender, mejor de halago).
Mi madre no me respondió; me seguía viendo frustrada y yo me preguntaba “¿en qué momento termina?”. Algo pasó: lento, se llevó las manos a la cara y poco después lloraba con amargura. Apenas pude bajar las escaleras y decirle que no me rendiría, que seguiría luchando. Ella estaba sufriendo. […] Me llamó idiota, igual que mi padre. Entre sus palabras en maya y sus oraciones, habló de la casa de mis abuelos que había comprado por sí misma, donde servía bizcochitos comprados de la tienda. El café, todavía recuerdo, se nos hervía en las mesas.
Su madre no respondió; lo seguía mirando resentida y él preguntaba “¿a qué hora comienza?”. No tardó mucho: de pronto se llevó las manos al rostro y poco después lloraba dulcemente. Alberto le acarició los cabellos. La madre le preguntó por qué la hacía sufrir. […] Ella lo llamó cínico, hijo de su padre. Entre suspiros e invocaciones, habló de los pasteles y bizcochos que había comprado en la tienda de la vuelta eligiéndolos primorosamente, y del té que se había enfriado en la mesa.
Quizá la madurez (o la muerte) viene con el silencio. O con las luces apagadas. Entender a esa pluma de la realidad es complicado, pongamos una verdad dicha a medias: siempre he envidiado la valentía de los cronistas o historiadores. De hecho, ahora que doy clases en esa materia veo lo complejo que es hablar de la verdad honestamente. ¿Quién lo ha sido? ¿Usted? ¿Un libro? Después de analizar al Jaguar y contraponerlo a Alberto (el poeta), me doy cuenta que ser menos letrado te da corazón, en otro sentido de la palabra, te da carácter. Por eso, recordé, en un taller de cuento que tomé en el 2021, alguien me señaló eso justamente, que mis textos “no latían”. Después de ese comentario siempre me pregunté a qué se refería Luis Jorge Boone con los “vasos comunicantes”. Hoy después de la herida me doy cuenta, que jugamos a ser las fichas de un Dios (tal vez uno que no está cuerdo), o que quizá sólo fui la pieza movida en este mundo para ceder la lección a otros. Y cuando se escribe, por el contrario, a tu imaginación, uno se da cuenta que en esta realidad no se “arde”. Mi pregunta es: ¿tendríamos que, como leí hace poco, esperar a que nuestros maestros nos hundan la cara debajo del agua hasta casi asfixiarnos para comenzar a saber qué es “arder”? Mejor dicho, ¿ver la realidad? Creo que el Círculo del hurto a nuestra madre, como señala Faulkner, es una incoherencia. O, mejor dicho, un egoísmo. Pero, ¿cómo hacer latir un texto de ficción si ponemos de por medio nuestra vida al ego? Vaya uno a saber qué tan acomodado estemos para sonreír y poner el punto final, o describir una muerte como la que sucede con el personaje del Esclavo.
Creo que Dios no existe para mí de la misma forma que lo hacen mis familiares. Eso me hace dudar a veces. Digo que no creo, pero es mentira, puro movimiento. […] Despacio, al hospital. A paso lento. Mi padre es un subteniente retirado, me cargó en sus hombros muchas veces en varias direcciones. Los sabuesos se apartaron del grupo por soberbia y cortaron camino, equidistantes. […] Los perros de mi grupo quedaron adelantados […] ¿Cómo me llamo hoy? Daniel Sibaja, mi subteniente: Me dicen el Perverso. […] ¿Pueden decirme cómo ando? Aislado, por decisión propia, pero con la escritura.
No creo que exista el diablo, pero el Jaguar me hace dudar a veces. Él dice que no cree, pero es mentira, pura pose. […] Rápido, a la enfermería. A toda carrera. Los suboficiales cargaron al muchacho y se lanzaron por el campo velozmente, seguidos por el capitán, el teniente y los cadetes que, desde todas direcciones, miraban con espanto el rostro que se balanceaba por efecto de la carrera. […] Los cadetes se apartaron de los suboficiales y cortaron camino, transversalmente. El capitán quedó retrasado […] ¿Cómo se llama? Ricardo Arana, mi capitán: Le dicen el Esclavo. […] ¿Puede decirme cómo está Arana? Está aislado.
Pertenecer a un Círculo de Enfermos Mentales no se parece a un solo infierno. He encontrado la paz, quiero creer, en la meditación. Pero aún no tengo disciplina, ni en mi trabajo, ni en la escritura. Mucho menos en mi vida. “El verdadero infierno está aquí”, han dicho muchos personajes. Marcos Martos, en su ensayo “Áspera Belleza” nos dice: “Un símil interesante es comparar la manera de narrar de Vargas Llosa con una poderosa linterna que va iluminando los escondrijos […], donde habitan los perros y los que mandan a los perros […]”. Estos pequeños destellos de luz son también el hilo conductor de la trama. Por esa razón, la disciplina civil, aunque parezca imposible de concebirse, siempre yace en los cimientos de la educación, no sólo de casa, también de nuestra ciudad misma.
A veces me siento un personaje más en Mérida. En ocasiones tengo miedo de terminar como un villano, o no tener redención. Opino, por eso, Alighieri y Cervantes, terminaron sus grandes obras en el aislamiento. Marcos Matos nos vuelve a decir: “El verbo, como la pluma de Dante, penetra, con distintos grados de intensidad en la entraña de los personajes […]. El infierno de Dante, estructurada en círculos, tiene en su último lugar a Lucifer, con tres cabezas, una caricatura de Dios. En los círculos infernales del colegio militar Leoncio Prado, el director mismo es una caricatura de líder. […] La ciudad y el colegio están en contradicción permanente”. Eso es lo que tomo de los “vasos comunicantes”: la contradicción de nuestras indisciplinas que nos ha llevado al fracaso. Pero somos amantes de copiar las voces ajenas, y hacemos caso omiso a la intuición. Eso es lo que no late, tal vez, ojalá… Siento que eso nunca lo podremos saber, porque la ficción es tan subjetiva que atraviesa a quien más lo solicita, no a quien quiere redimirse en un libro cualquiera.
Tomé esta edición de Alfaguara y la Real Academia Española, publicada en el 2012. Lo intenté leer desde ese año, también, una o varias veces después. Nunca pude comprender con gran intensidad esta novela hasta hoy. Luego de cuatro meses de haberme aislado por decisión propia y luchar contra mis adicciones. No he ganado aún. ¿Por qué creen? Los círculos que se dibujan en la literatura universal no son más que una pastilla tranquilizante. Realmente, ¿podemos decir que vivimos con disciplina día a día? Creo que esos quijotes encamados abundan en el mundo. No tengo miedo a convertirme en uno de ellos. Hoy no. Puedo aceptar que la ficción también ha sido mi infierno y que por ende no he “ardido”. Cuando escucho la noticia de Vargas Llosa, sólo puedo aceptar algo, que novelar o vivir en disciplina siempre son parte de la cata divina que nos lleva al mismo sitio, a ese lugar tan cerca, cerquita de la muerte. ¿Usted la ha sentido? Escríbame, claro, si gusta, al siguiente correo electrónico, y de esa forma, platíqueme de sus actividades disciplinares con la escritura: [email protected], les leeré con gusto.
* Mérida, Yucatán, 1997.
https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra582