La Gualdra 582 / Literatura
Conocí a Angelina Muñiz Huberman entre el 2003 y el 2004 en un hermoso departamento entre luminosos cuadros, plantas y flores. Recuerdo bien que era primavera y las jacarandas lucían de forma majestuosa en toda la Ciudad de México. Fuimos la primera generación de becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas del área de ensayo literario a su casa por invitación suya, había sido parte del jurado y tenía intención de conocernos, nos ofreció un delicioso té y unas galletas recién horneadas, nos preguntó de qué trataban nuestros proyectos y agradeció afablemente; cuando tocó al final mi turno, dije que había presentado un proyecto sobre “El cuerpo en el arte contemporáneo” y me comentó que si no había mandado otro proyecto o escrito más, y le dije que sí, que había escrito algo sobre la “Cábala, caída y creación humana”, entonces sus ojos brillaron y elogió mi texto y me dijo que tenía muchas posibilidades de ahondar en el tema; dicho texto sirvió de borrador para un capítulo de mi libro Imágenes de la imaginación (México, FLM-Tierra Adentro, 2006). Gracias a ese borrador de texto fui elegido para ser miembro de la primera generación de becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas.
Como muchas cosas que realmente han sido significativas en mi vida, me cae el veinte mucho tiempo después; soy de lento aprendizaje. En aquella ocasión la escritora de origen sefardita nos animó a seguir escribiendo, leyendo, escuchando, abriendo todos los sentidos al misterio de las cosas. Celebró nuestra juventud y nuestra búsqueda literaria. Sin protocolos, la velada fue festiva, amena e íntima. Me regaló un par de libros que he releído muchas veces. Aún conservo dichos obsequios: Conato de extranjería y El canto del peregrino, ambas obras cuidadosamente publicadas en 1999, se trata de obras maestras que conjuntan poesía, meditación sosegada y reflexión atenta al mundo y al hombre moderno en su peregrinar sin rumbo.
La escritora y profesora de la UNAM, española nacida en 1936 en Hyères Francia, llegó a México muy joven y en 1954 adquiere la nacionalidad mexicana. Su obra explora todos los géneros con soltura y gracia, haciendo de la experimentación lingüística y la reflexión pausada sus señas de identidad. Rompeolas (México, 2012), cristaliza la reunión de su obra poética en el Fondo de Cultura Económica, en 700 páginas despliega una vocación vigorosa sostenida entre la mística judía y la exploración de las vanguardias modernas, pero en todo caso la manufactura resulta excelente y el rigor poético se equilibra con la pasión por una lucidez clarividente sin concesión alguna.
El exilio y el nomadismo son temas y problemas que trata la pensadora trasterrada a partir de su experiencia personal y familiar, pero también como motivos centrales del ser moderno y del ser humano en general. El siglo del desencanto (2002) es una obra que aborda los autores y cuestiones que más me interesan de la literatura y del pensamiento moderno y lo hace con un estilo discreto, elegante en una prosa mesurada y finamente argumentada. La sugerencia antes que la retórica apabullante. Es como si quisiera conversar con el lector de algo que le interesa tanto al que escribe-habla como al escucha. La fineza de sus escritos está siempre presente, incluso en su hermoso prólogo-ensayo a La Guía de perplejos de Maimónides la autora hace gala de una erudicción rigurosa discretamente expuesta en su prosa ágil y fresca. Digna heredera de los grandes maestros del ensayo, la hondura metafísica apenas está sugerida invitando al lector a extraer sus propias conclusiones.
Recientemente he vuelto a la hermosa obra En el Jardín de la Cábala (México, Conaculta, 2008), es un libro en el más puro estilo borgesiano que recrea fábulas y cuentos judíos entre la ficción, la poesía y la sabiduría rabínica. Escrito con una prosa exquisita, el libro expone en breves relatos el pensamiento y la tradición judía antigua y sus variaciones modernas en autores como Kafka, Benjamin y Scholem, entre otros. Toda su obra está llamada a volverse clásica, pues amalgama de forma equilibrada belleza, profundidad metafísica y sabiduría humana. Constituye una meditación sosegada sobre nuestra condición fronteriza limítrofe: la experiencia del exilio humano ante Dios y la hecatombe de los totalitarismos del siglo XX. Para Muñiz-Huberman no se puede pensar ni concebir realmente al ser humano sin su espejo de trascendencia divina. Arte, literatura, mitos, religiones y filosofía están ahí –según ella– para recordarnos nuestra vocación humana de trascendencia que se proyecta desde nuestra humana condición mortal. Somos seres para la muerte, pero nuestra vocación de trascendencia atraviesa el corazón de la inmanencia y desde la finitud nos conducen al reino de la creación humana como espejo de la creación divina que emulamos en cada instante y que nos hace únicos y universales.
Las creaciones literarias y artísticas están ahí para recordarnos, más allá de nuestra miseria, finitud y mezquindad, nuestra humana vocación irreductible a toda aprehensión. Creación es libertad pura en el jardín infinito. Me gustaría volver a conversar con ella y decirle todo lo que su obra y su trayectoria ejemplar han significado para mí, y comentar que, desde otro punto de partida, otros autores e ideas he atisbado la misma reflexión en torno a nuestra condición humana fronteriza limítrofe y la exigencia de replantear el arte y la literatura desde una perspectiva ético-política-poética capaz de repensar la creación humana como espejo del universo. Y aunque nunca tomé clases con ella, el magisterio de Angelina Muñiz-Huberman está presente en lo que escribo, pienso, leo e imagino. Su obra representa para mí una esperanza de hacer de la creación humana una puerta cósmica. Imagino poder verla y contemplar su rostro sereno resplandeciente de mujer sabia y generosa. Y escuchar su límpida voz profunda que hace eco de voces silenciadas por la barbarie y el genocidio. Voces que, a su vez, hacen eco de esas voces otras del jardín secreto de la creación.
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