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jueves, 28 marzo, 2024
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Buena política y Constitucionalismo, contra el Populismo (I)

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Por: Carlos E. Torres Muñoz • admin-zenda • Admin •

Partamos sin obviar: para términos de interpretación de este texto, populismo se identifica con la estrategia de atraerse el voto o la simpatía de las clases populares a través de declaraciones y/o propuestas irresponsables, dado que se hacen sin sustento, con el simple objetivo de consolidarse en el ánimo popular, no pocas veces rayando en la demagogia, esta última, en términos de la Real Academia Española: “Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”. A su vez entendemos por constitucionalismo el sistema político que reconoce como parte primordial de la estructura jurídica de un Estado, para que éste sea democrático, que se respeten los derechos humanos, que exista división de poderes y un cuerpo jurídico determinado llamado Constitución, rígido y que goce de algún tipo de control superior a los poderes reformadores (esta última definición que trató de ser sencilla es susceptible de críticas, observaciones, modificaciones y obvias ampliaciones).

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Ahora, abordemos la exposición: El espanto común que nos ha causado la candidatura y seria posibilidad de alcanzar la victoria de Donald Trump, nos ha puesto a buscar razones para el ascenso del populismo, ya no sólo en Europa o América Latina, sino en la cuna misma de la democracia moderna. Pareciera entenderse que hay dos razones que lo explican todo: la mala percepción en cuanto al desarrollo económico de las mayorías, ancladas en las clases medias y bajas, y el descrédito de la clase política, frente a la ciudadanía en general.

Ambos argumentos tienen de sí certezas innegables. La desigualdad no es un fenómeno exclusivo de los países pobres o en desarrollo, pues cada vez se incrusta más en la de los países del otrora primer mundo, volviéndose evidente el extraordinario enriquecimiento de unos cuantos, y el empeoramiento de las condiciones de bienestar de muchísimos más, por no arriesgar cifras en debate. En cuanto al descrédito que vive la clase política en general, no solo es evidente a partir de las elecciones, sino en los intermedios de éstas, que nos describen con claridad la apatía del ciudadano común, cada vez más, en torno a la vida pública. Todas las herramientas que clásicamente se utilizaban para la participación cívica, parecen ir rumbo a una crisis: los medios impresos; los partidos políticos, las Universidades, los sindicatos e incluso los derechos sociales. A éstos, los nuevos engranes institucionales, como los organismos públicos autónomos y las nuevas expresiones de asociación política, no los han sustituido, sino al contrario, parecen contribuir a su evidente deterioro. Igualmente pasa con las redes sociales, qué, si bien en casos específicos han permitido lo que en lo inmediato parece ser el triunfo de una democracia en la red, de procedimientos rápidos e impulsivos, la mayoría de las veces han generado más la confusión y el engaño, que lo primero.

¿Qué nos queda entonces? No suspirar melancólicamente, sino actuar estratégicamente ¿Qué podemos hacer? Un nuevo pacto social, de alcances mundiales, que permitan la articulación de los Estados, en torno a tres problemas que parecemos compartir en todas las latitudes del mundo: la desigualdad, la corrupción y la ausencia de un rígido sistema de respeto y promoción de los derechos humanos.

La propuesta no es nueva. Hay quienes se han pronunciado por un Constitucionalismo mundial (por citar dos destacados: Bruce Ackerman y Luigi Ferrajoli). Esta propuesta permitiría, a partir de un sólido conjunto de tratados internacionales y convenios de colaboración el seguimiento y evaluación permanente, transparente y participativa, que los países puedan avanzar en la ruta de solución de problemas, considerando más allá de su propio contexto, pero también sujetándose a la constante colaboración, participación y observación de autoridades supranacionales.

La buena política, desde mi punto de vista, hoy debe contemplar esos retos ya enunciados, y el contexto de globalización, ya irreductible, así como la importante participación del ciudadano común, la academia, la iniciativa privada, la prensa (en el sentido amplio y extenso) y la sociedad civil organizada. Esta lógica permitiría a los políticos la puesta en práctica de la democracia permanente, con sus elementos más demandables hoy en día: rendición de cuentas, transparencia, coparticipación, corresponsabilidad, capacidad de comunicación, habilidad negociadora y creatividad institucional. ■

 

@CarlosETorres_

*Miembro de Impacto Legislativo, OSC parte de la Red por la Rendición de Cuentas.

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