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jueves, 28 marzo, 2024

Reforma, sindicato e ideología

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

En su “Los días y los años de una institución”, Francisco García González consigna que en la década de los 1970 “grupos de profesores y estudiantes progresistas” intentaron “cambiar radicalmente la Universidad”. Propusieron el Simpósium de Reforma Universitaria de 1971 y, entre otras cosas, lograron plasmar en las recomendaciones la necesidad de establecer plazas de tiempo completo para la Escuela Preparatoria. Tras muchos años de “lucha” la demanda por plazas de carrera para los docentes de la Unidad Preparatoria no está satisfecha. Sin embargo, la confusión ideológica, la desorganización y la frivolidad sindical han desvanecido de la conciencia de los maestros la histórica demanda. Esta no estuvo limitada a la Escuela Preparatoria, se concibió como un elemento necesario en la mejora en la calidad de la enseñanza. Formó parte de la crítica, tan válida hoy como ayer y quizá mañana, hacia el magistrocentrismo, autoritarismo y verbalismo de los profesores del ICAZ. Las diferencias entre los años 1970 y los 2020 no es pequeña: en la séptima década del siglo XX existió un espíritu de protesta, una suerte de esperanza (como la retrata, con morosidad, Juan Villoro en su “El país de la gran promesa”) que no tiene vigencia ya. Si los docentes estaban radicalizados, y solicitaban la verdadera comunidad humana, ahora apenas si alcanzan a mendigar las pocas migajas de un contrato que les es ajeno e incomprensible. No es un secreto que, desde el punto de vista de la concepción del trabajo docente acordada en el Contrato colectivo de trabajo UAZ-SPAUAZ (CCP), la contratación de personal por obra o tiempo determinado es algo transitorio, determinado por situaciones extraordinarias que demandan una respuesta rápida (cláusula 18-IV). Generalizar ese tipo de contrataciones es “precarizar” el trabajo, introducir la “explotación intensiva” para abaratar los costos contractuales y violar lo contratado. Además, para empeorar las condiciones del trabajo universitario, las contrataciones por obra o tiempo determinado se hacen por horas clase, ni siquiera por tiempo completo o medio tiempo. Y, en violación a la cláusula 19-IV, se contrata al personal hasta por 50 horas a la semana. Esto lleva a que existan docentes con 10 grupos de 5 horas a la semana, o 17 grupos de 3 horas por semana. También hay casos de personal que, aparte de los 15 grupos se carga con alguno más “gratis”, para echarle la mano a las autoridades. Con la esperanza de resultar simpático y obtener otros 17 grupos al siguiente semestre. Si se analiza con detenimiento la situación social del docente universitario de la UAZ lo menos que puede localizarse es algún síntoma de radicalismo. Menos de esclarecida interpretación de las cláusulas contractuales. Aceptan y sugieren que se siga con la explotación “súper” intensiva. Alegan estar de acuerdo con las 50 horas, con la contratación por tiempo determinado, pero solicitan algún privilegio. Si está por fuera de lo contratado y es para unos pocos mejor: resulta más barato para el patrón. La ideología indica “cuidar la institución”, la “fuente de empleo”. Esto es lo opuesto de aquellas demandas de los 1970 en las que se incluían jubilaciones impagables, prestaciones infinitas, vacaciones indefinidas. ¿Cuidar la institución? ¡que la cuide el Estado! ¿Se han “derechizado” los docentes y estudiantes” ¿Ya no son progresistas? ¿Aceptan la diferenciación salarial, el reglamento académico, los ahorros para el retiro? Para los docentes de los años 2020 el neoliberalismo no es una opción, es una forma de vida. Al igual que el radicalismo sin escrúpulos lo fue de los 1970. Ahora bien ¿resulta viable exigir la basificación masiva del personal de la UAZ, en medios tiempos y tiempos completos en las condiciones del presente? Si se intenta el exigüo presupuesto, que hoy no alcanza, no ajustaría a cubrir esas demandas. Cualquier radicalismo cede ante la ausencia de dineros, de crecimiento económico, de redistribución del ingreso. Se cambia del radicalismo a la resignación. Los docentes, como cualquier ciudadano, están presos de las posibilidades ínsitas de su tiempo a menos que tengan la creatividad de generar respuestas imaginativas ante problemas insolubles. Una de esas respuestas fue el “proceso de regularización”, dependiente de una interpretación de la cláusula 122, la que establece que, una vez cumplidos los 10 años, a ningún docente, salvo causa grave, se le puede despedir. Otra, fue introducir la cláusula decima transitoria en la que se define la carga horaria frente a grupo de un docente de tiempo completo entre 15 y 20 horas. Fue en los 1970 que se inauguró en la UAZ la idea de tratar los problemas de la Universidad entre todos los universitarios. Se convoca a todos, pero pocos son los que acuden. Si en los tiempos que corren se trata de organizar una reforma, ha menester que los docentes la hagan suya, que sean sus problemas la materia de discusión. De otro modo no habrá reforma incluyente. Muchos de los asuntos que afligen a los maestros universitarios son el resultado de reformas en las que decidieron no participar. Al autoexcluirse se generan las condiciones de la “explotación intensiva” y las ideologías que la justifican. Una reforma sirve para muchas cosas a variados grupos de actores. Unos pedirán dinero al Estado, esperemos que otros soliciten mejores condiciones laborales.

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