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viernes, 19 abril, 2024
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Los usos políticos de la violencia

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Porque el saludo amable a una anciana y la visita constante a un pueblo en abandono no eran suficientes, la pronta liberación de Ovidio Guzmán López, (hijo de Joaquín El Chapo Guzmán), en octubre de 2019, fue la piedra angular de la narrativa de un supuesto pacto entre el presidente y el cártel de Sinaloa.

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No importaba que esto se hubiera dado en el contexto de la amenaza real y patente de que ese grupo delictivo masacrara la zona habitacional donde residían las familias de militares, y de que cobrara víctimas fatales entre la población civil.

Hoy tres años después, la piedra angular se desmoronó porque el Ejército Mexicano detuvo a Ovidio en un operativo mucho más cuidado. Esta vez el campo de batalla no fue una zona urbana, aunque sí poblada. Además, inició de madrugada, antes de que las oficinas, las escuelas y las calles se llenaran de gente, aminorando con ello, la posibilidad de “daños colaterales”.

Esta vez la capacidad de reacción del cártel fue menor, y a pesar de ello el operativo costó la vida a 19 presuntos delincuentes y a diez militares.

Conforme pasa el tiempo se conocen los daños que dejó el encontronazo en la localidad de Jesús María donde fue capturado Ovidio. Entre estos se encuentra la falta de comunicación o electricidad, aunque ya se anuncia la llegada de una caravana humanitaria encabezada por el secretario de Salud y la directora del DIF, y de la implementación del plan DN-III en la localidad, aunque quizá de eso, poco escuchemos.

Ahora el análisis se centra en decir que la captura de Ovidio Guzmán no resuelve el problema de la violencia, lo cual es una absoluta verdad, pero tampoco lo resolvía hace tres años cuando se equiparaba su liberación con la claudicación del Estado a luchar contra el narcotráfico.

Cierto es que ni siquiera se trata de líder de la agrupación a la que pertenece, pero tampoco lo era hace tres años cuando se le dio una importancia que hoy se le regatea.

En momentos como éste, donde predomina el deporte nacional de la especulación y la autoproclamación de expertos en la materia, son muy atendibles las voces de los conocedores, como la de Alejandro Hope, columnistas de El Universal, quien destacaba la improbabilidad de hacer coincidir una captura de este nivel con la visita de un jefe de estado extranjero, como también se dijo en el uso político del tema.

En similar sintonía se mostraba Jesús Esquivel, corresponsal de la revista Proceso en Estados Unidos, cuando explicaba que, de acuerdo a sus indagaciones, la DEA ignoraba el operativo, contrario a lo que aducían aquellos, que quizá con complejo de inferioridad, no pueden imaginar que se mueva una pluma sin la intervención estadounidense.

Siendo realistas, el lucro político, tanto de la liberación como de la captura de Ovidio, es casi imposible de evitar en el nivel de debate político al que estamos acostumbrados. Pero para que esto sea posible, se generan medias verdades y mentiras completas que conllevan como consecuencia la normalización e indolencia, por un lado, y la psicosis y paranoia por el otro, dejando un desgaste emocional que aún no se analiza lo suficiente.

Ni los políticos ni los opinólogos ni los periodistas dispuestos a participar en ese juego, -que no son todos, claro está- miden el daño social que su liviandad produce, tanto en las medidas de seguridad que la gente adopta para su autocuidado, como las consecuencias económicas y sociales que esto genera.

Así, nos encontramos en el vaivén entre faltas de precaución incomprensibles, y la psicosis histérica que despilfarra la voluntad de tener cuidados en fuegos artificiales inocuos.

Ante ello, lejos del humano deseo de cerrar los ojos y olvidar el tema, se requiere abrevar de información plural con la mente abierta y el pensamiento crítico para no perder la perspectiva del horizonte. De no hacerse así, aumenta el riesgo de quedar atrapado en el fuego cruzado de las balas reales, y en el mejor de los casos, de las balas discursivas que no por simbólicas pierden capacidad de daño.

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