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viernes, 10 mayo, 2024
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Marc Augé: de los no-lugares a las pequeñas alegrías de lo simple

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Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 584 / Filosofía

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Marc Augé fue un antropólogo y filósofo francés que destacó por mirada siempre atenta a la emergencia de nuevos fenómenos sociales. Aunado a ello fue un gran prosista, un ensayista notable que echaba mano de la descripción aguda y una narrativa ágil siempre abierta a la irrupción de lo nuevo. Por eso, hace varias décadas, cuando leí por primera vez su obra, comenzando por la traducción de Gedisa de Los no lugares y siguiendo por El sentido de los otros (Barcelona, Paidós, 1994) y sus crónicas citadinas en el metro, entre otras, y no obstante que discrepo de su diagnóstico de Futuro (Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2012), me encantó su claridad y estilo llano. Y aunque aportó varios conceptos teóricos para entender la mutación de la modernidad contemporánea, sin lugar a dudas los conceptos de “Sobremodernidad o híper-modernidad” y sobre todo el de “los no-lugares” le valieron un sitio de honor entre los analistas sociales actuales. La sobremodernidad o hipermodernidad, que no posmodernidad, constituye un concepto bastante fecundo para diagnosticar las metamorfosis de la modernidad crepuscular. Asistimos a la emergencia de una sobremodernidad o híper-modernidad que vuelve planetaria y globalizada una experiencia humana empobrecida, la cual se vuelve intercambiable y meramente pragmática. Los cambios acelerados, así como su ralentización, constituyen –según el pensador– un serio desafío para los teóricos sociales incapaces de atender y entender la emergencia de lo nuevo desde viejos modelos conceptuales anquilosados. Las transformaciones sociales contemporáneas le condujeron a plantear una serie de cambios estructurales que afectan tanto el objeto social como al sujeto investigador. El análisis de dichos cambios lo condujeron a plantear tres movimientos complementarios que se retroalimentan e interfecundan: el paso de la modernidad a la sobremodernidad o hipermodernidad; el paso de los lugares a nos no-lugares; y el paso de lo real a lo virtual.

Según él estos tres movimientos no se distiguen entre sí sino únicamente porque enfatizan puntos de vista distintos si bien interdependientes entre sí: el primero enfatiza el tiempo, el segundo el espacio y el tercero la imagen. Tiempo, espacio e imagen retroalimentan una mutación antropológica de largo alcance, apenas estamos viendo algunos de sus efectos. “Los no-lugares” refieren espacios modernos por excelencia vacíos y vaciados de todo sentido y simbolismo trascendente: hotel, autopista, aeropuerto, centro comercial; su único valor funcional utilitario y mercantil adquiere una significación estandarizada al embonar en la axiomática capitalista. Los no-lugares se caracterizan por la ausencia de vínculos humanos y relaciones duraderas comunes y comunitarias, los intercambios están mediados únicamente por su reconversión objetiva en mercancías. De la mano de la lógica hipermoderna de los no-lugares está la reconversión del mundo en imagen, las modernas tecnologías de la imagen virtual o digital crean un efecto de fascinación absoluta cuyas consecuencias complejas, paradójicas y ambiguas apenas podemos atisbar.

Por fortuna, consideraba el autor, la sociedad real siempre es y será mucho más compleja y heterogénea que cualquier modelo teórico que intente dar cuenta de ella. En contra del nihilismo y pensamiento catastrófico reinante –aconseja– habría que anteponer la alegría y sentido de la vida que la gente común celebra desde la jornada cotidiana sin más. Siguiendo a Voltaire, recomendaba vivir cultivando nuestro huerto desde la cotidianeidad, labrando un sitio efectivo y efectivo entre el individuo y lo infinito.

A diferencia de muchas vacas sagradas que se dedican a pastar sus glorias pasadas y enquistarse en un reconocimiento social evanescente, Augé pasó los últimos años entregado al goce de los placeres y alegrías simples que nos depara una vida ordinaria y cotidiana en pequeños y minúsculos detalles y regocijos, al respecto escribió en Las pequeñas alegrías. La felicidad del instante (Ático de los libros, 2019), un texto que bien podría servir de obra testamentaria póstuma:

 

Las «pequeñas alegrías» nos devuelven a la Tierra y a los mortales, a los seres de carne y hueso, con sus anhelos, sus decepciones, sus miedos y sus esperanzas. Lo que nos invita a preguntarnos sobre la presencia y el papel de los sentidos cuando delimitemos estos momentos de felicidad. Si es más exacto, interesante y menos ideológico hablar de pequeñas alegrías en plural que de felicidad en singular, es porque se trata de ubicar hechos, acontecimientos y actitudes y no de disertar sobre algo tan abstracto como el concepto de la felicidad en general.

 

Frente a un concepto general, cuasi universal de felicidad, el autor defiende una felicidad plural que se expresa, entre otras formas, en las pequeñas y minúsculas alegrías que depara la vida humana simple. Alegrías furtivas, pequeños instantes de felicidad robados a la desgracia y miseria de no ser más que mortales, finitos y limitados. Sobre todo, se trata de defender la vida humana en su devenir cotidiano evitando la parálisis y la derrota como enemigos mortales de las pequeñas alegrías insurrectas. Una reconquista de la buena vida que crea instantes de goce a pesar de todo y de todos. La doctrina de la pequeñas alegrías se sitúa en las antípodas del goce narcisista posmoderno, pues en todo momento apela a la creación colectiva de sentido, a la vida cotidiana enraizada en la memoria común y comunitaria. La apología de las pequeñas alegrías esboza la promesa de un futuro mejor, si por tal se entiende la búsqueda solidaria de un mundo menos injusto y más libre.

Sin constituir una teoría general, y más bien como un presentimiento o intuición a flor de piel, hay en Marc Augé un humanismo descentrado, crítico, festivo y libertario que descree de las grandes narrativas y teorías y se acoge a lo simple, lo nimio, lo intersticial y desde ahí defiende la apertura de pequeños espacios como bucles de experiencia autónoma disidente. De ahí que un destacado urbanista social, después de un diálogo crítico intenso con el autor haya concluido las siguientes palabras:

 

En definitiva, ha sido un placer y un honor poder dialogar con Marc Augé, oír sus conceptos claros, expresados con su voz suave y lenta, con su mirada tierna, iluminada por una enorme confianza en el futuro y en el objeto de su estudio: el ser humano en sociedad. Conversar con él es como consultar a un oráculo que, con su saber y experiencia, aporta explicaciones e interpretaciones para cada una de las vicisitudes sobre las interrelaciones entre las personas. Ojalá que su optimismo «gramsciano», con este posible humanismo planetario que se vislumbra y esta utopía basada en el poder de la educación que Augé sostiene, encuentren eco en nuestro presente convulso, amenazado por diversas regresiones, y tan necesitado de referentes éticos y de intensidad ideológica (Marc Augé y Josep Maria Montaner, La humanidad planetaria, Gedisa Diálogos, Barcelona, 2019).

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra584

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