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jueves, 28 marzo, 2024
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¿Semos, parecemos o nos hacemos?

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Hace apenas seis meses a lo largo de la geografía mexicana se daban inimaginables manifestaciones de hermandad, de solidaridad, de bonhomía de amor desmedido y miles de muestras de desprendimiento material y emocional hacia todas las víctimas del terremoto que azotó el sur del país, causando estragos en la capital y una cantidad indefinida de poblaciones principalmente en los estados de Chiapas, Oaxaca y Morelos, por citar a los más afectados. La solidaridad no se presentó solamente en el territorio nacional sino de diferentes partes del mundo a través de apoyos de todo tipo de gobiernos de otros países, fundaciones y figuras públicas tanto del espectáculo como de los deportes. La desgracia volvió a hermanar al pueblo mexicano y a todos aquellos que alrededor del mundo sienten afecto por él.
La ciudadanía y su nueva forma de manifestación masiva a través de las redes sociales se reinventó y diseñó formas de asistencia hacia aquellos que habían sido tocados por los vientos de la desgracia, y una oleada de ayuda que fluyó por regla general de norte a sur en la geografía nacional se orientó hacia la entrega directa de la asistencia de los benefactores hacia los beneficiados. Se ejerció presión para que los mentados fondos del Fondo Nacional de Desastres (debiera ser de cualquier tipo) llegaran a quien más los necesitara y que la armonía nacional que por regla general sólo aparece después de las desgracias se fortaleciera a través de acciones de fraternidad.
Lo que más unió a la ciudadanía a nivel nacional fue cuando se sugirió que los fondos destinados a los partidos para las campañas políticas que se llevarán a cabo inminentemente, se destinara para inhibir las calamidades que aparecieron como consecuencia del cruel fenómeno trepidatorio. Más aún cuando algunos personajes que viven parasitariamente del ejercicio del presupuesto, saltaron a la palestra gritando a los cuatro vientos que “lo caido, caido” con las jugosas asignaciones para dicho evento. El pueblo se alebrestó, encaró a los políticos y les mostró su desprecio ante su voracidad y mala entraña. Pareció que el país despertaba, que la solidaridad nacional iba en serio y que no tenía nada que ver con la propuesta que algún día diseñó el compatriota para succionar los fondos nacionales, pero…
No. Como diría la rola de Emmanuel, “todo se derrumbó”. No nada más a los grillos les siguieron haciendo los mandados, sino que ahora se sufre su flatulenta revancha con campañas anodinas y desangeladas; la mayoría de ellas basadas en mentiras, calumnias y lo peor de todo, misiones de odio. La mayoría de estos actos deleznables dirigidos contra alguien que todo mundo sabe quién es y a últimas fechas contra sus simpatizantes. Y aunque las respuestas son diferentes a las de hace doce años (Cómo dejar de recordar al profético “ya cállate, chachalaca”) y ha permeado cierta cordura entre la oposición, el último “debate” o “cena de negros” entre candidatos pintó de cuerpo entero al escenario político nacional cuando al final el líder de la supuesta izquierda, lo que sea que eso signifique, y que amalgama las ilusiones de casi la mitad de la población, agarró sus triques y se marchó muy orondo mientras los otros cuatro candidatos y moderadores se entretuvieron dándose de besitos y apachurros todos contra todos desdiciendo la ficticia contienda que acababan de protagonizar. No en balde el negrito de la feria los llama mafia.
Pero eso es lo menos importante. La desgracia evidente es que ahora todo el amor de septiembre y octubre se ha transformado en desprecio, odio y descalificaciones. Ahora, no es posible sostener una plática sobre política entre dos o más antagonistas sin que aparezcan reclamos, descalificaciones e incluso agresiones. Evidentemente no existe educación política entre los ciudadanos de este país, con todo lo que lleva implícito. Y se nota en las redes sociales. Personas aparentemente inteligentes y bien instruidas se enganchan con comentarios soeces hacia los partidarios de sus contrincantes y descalifican sin consideración alguna las posturas de los otros por muy bien fundamentadas que estén. Se ha terminado el derecho a opinar espontáneamente sin correr riesgos hasta peligrosos. Algunos han perdido sus trabajos o se les ha condicionado a cambio de militancia o proselitismo y lo peor de todo, cada vez está más cerca de aparecer la mala entraña que ha caracterizado a las campañas de contiendas anteriores que produjeron mártires y terminaron en fraudes comprobados (contra Vasconcelos, Henríquez, Cárdenas y López Obrador, por citar los más descarados).
¿Y sabe usted quién ha estado azuzando el odio colectivo, estimado lector? Se puede imaginar quienes son los autores intelectuales, pero sus ejecutores son sin duda, adivinó usted, los partidos políticos de cierta tendencia y muchos irresponsables personeros que cobran generosamente a través de medios de comunicación. Así que no se deje enganchar, ame a su prójimo aunque no le vayan al mismo candidato. Cuando termine la contienda, todos quedarán en el lugar que se elija. Procure que su voto ayude a que todos quedemos en el mejor de los escenarios de vida en los próximos seis años. Y los que sigan.

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