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viernes, 29 marzo, 2024
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¿Normalidad como en Suiza?

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Por: Mauro González Luna •

Hace un poco más de 100 años retumbó el grito de «sufragio efectivo» como antídoto al monopolio faccioso del poder, al miedo, a la cobardía, al desánimo, a la resignación infecunda.

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Fue un grito de combate que unificó descontentos, galvanizó esperanzas, despertó conciencias y heroísmos. La historia es maestra porque se repite. Y cada época brinda la oportunidad única de enfrentar crisis decisivas de manera adecuada a los tiempos, de sacar lecciones cuando se tiene memoria, y decoro.

Las luchas de hoy por dicho sufragio, base de una vida democrática y justa, se arman de resistencia pacífica, de entusiasmo cívico, generosidad, grandeza de ánimo, organización unificada que derrota divisiones y mezquindades estériles.

Nadie, ningún ser humano por importante que sea, está más allá del bien y del mal, nadie es indispensable. La vida de los pueblos, como la de las personas, tiene momentos decisivos y únicos que definen carácter y porvenir, dependiendo todo de que se sepa realizar el esfuerzo común de salvación nacional.

México vive tiempos inéditos. Pocas veces en la historia de esta nación, se palpa por conciencias críticas, tanto cinismo, tanto desprecio por el derecho cuya alma es la justicia, tanta demagogia, tanto engaño, tanta maldad, tanta mentira, tanta incomprensión de la gravedad extrema del momento por parte de millones que vegetan. 

La televisión, dominada por intereses económicos de unos pocos multimillonarios consentidos por los poderes en turno, ejerce un influjo deformador inmenso en la opinión de las masas ignorantes compuestas por pobres y ricos, jóvenes y ancianos; influjo ese que no se compensa con las redes sociales, atiborradas de bots engañabobos y de frivolidades.

Muchos comentaristas de tal medio masivo, empresarios, profesionistas, aunque mostrando cierta inquietud en algunos casos, hablan con una parsimonia desconcertante de los graves problemas nacionales, como si viviéramos en la normalidad de una Suiza con sus fallas y asegunes, siendo que a la nación mexicana la amenazan -para los que quieren y saben ver- catástrofes inminentes de índole social, económica, educativa, cultural y política en el presente y futuro muy inmediato.

Normalidad desmentida por una realidad nacional convulsa, poblada de violencia brutal, crimen organizado aterrorizando poblados,  desapariciones forzadas, salud pública deprimente, asesinatos de periodistas, represión a migrantes pobres en obediencia servil al gobierno yanqui, inflación empobrecedora, concentración insólita de riqueza en unos cuantos, desigualdad social, adoctrinamiento contrario a los valores nacionales en la educación pública, pobreza, indiferencia suicida de la mayoría de jóvenes en las universidades, desabasto de medicamentos, destrucción de instituciones y de pluralismo, amenaza de muerte al sufragio efectivo, encono y división inducidos sin precedentes, y un largo y lacerante etcétera.

¿Querrá México y los mexicanos, mujeres y hombres, jóvenes y viejos, ricos y pobres de buena voluntad, realizar el esfuerzo de salvación nacional? Ha habido en nuestra historia momentos de excepción en que sí se ha querido realizarlo: la Revolución maderista frustrada después, y la Cristiada contra la perversidad anticatólica de Calles -títere de Morrow- y sus secuaces.

Sin ese esfuerzo no hay posibilidad de éxito; es su condición. Y con frecuencia, sin embargo, la realidad defrauda el éxito esperado, según palabras de un orador griego de la antigüedad; pero eso no importa, pues en el esfuerzo y la esperanza de que fructifique tarde o temprano, está el mérito, como se ha dicho con sabiduría. Es difícil dar una respuesta positiva a la pregunta del párrafo anterior estimado lector, dada la experiencia histórica que ha prevalecido a lo largo de los siglos desde la independencia de España. Pero no olvidemos que, en tanto seamos un pueblo guadalupano, habrá valientes que levanten ese estandarte en horas cruciales de la patria, habrá esperanza fundada.

Dedico este artículo con afecto y admiración, a la memoria de mi bisabuela Julia Kyan Aliotti de Romero, irlandesa, concertista de piano graduada en el Conservatorio de París, institutriz de la familia Madero en Coahuila a finales del Siglo XIX, mujer virtuosa y cristianísima; y de mi bisabuelo Mauro H. González Álvarez, hombre serio y cabal, abogado honorable, presidente municipal maderista de Guadalajara en 1912-13.

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