Hace un año, el Ministerio de Educación en Palestina denunció que colonos izaron la bandera de Israel en la Escuela Básica Beduina Al-Kaabeh, lo cual representaba una amenaza a la educación y su soberanía y una provocación a los sentimientos de la gente de la región. Visto en retrospectiva, la imposición de la bandera israelí en dicho centro escolar constituyó un acto simbólico del educidio que estaba por iniciar, durante el cual se ha agudizado violentamente una tendencia de décadas de acoso y violencia contra la vida de las comunidades académicas y su infraestructura, la herencia cultural y la memoria histórica del pueblo palestino.
El pasado mes de septiembre, UNRWA notificó algunas cifras preocupantes a la luz de la avanzada militar israelí en Gaza: más de 10 mil niñas y niños asesinados; al menos 17 mil sin compañía y más de un millón traumatizados con requerimiento de apoyo mental. Esto se suma a cientos de profesores y personal académico que ha perdido la vida como efecto de la violencia. Alrededor de 90 por ciento de escuelas, entre las cuales se encuentran planteles de la ONU, ahora convertidas en refugio, han sido bombardeadas o dañadas. Una destrucción extensiva al nivel universitario: 20 instituciones de educación superior severamente dañadas, más de 51 edificios completamente destruidos y 57 más parcialmente dañados, según las autoridades palestinas del sector.
Los efectos de la violencia han impactado también en el desarrollo cognitivo de los estudiantes gazatíes. Según la Universidad de Cambridge y el Centro de Estudios Libaneses, hasta octubre pasado perdieron el equivalente a tres años de escolarización, lo cual implicaría que quienes cursan nivel elemental, sólo serían capaces de alcanzar, en un buen escenario, habilidades básicas en lectura y matemáticas. Esto únicamente al tomar en cuenta las consecuencias de los días de clase perdidos. Si se consideran además las secuelas del trauma y la desnutrición en los procesos de aprendizaje y desempeño cognitivo, debe agregarse un año más perdido en su desarrollo educativo, afectado también por la pandemia.
Y aun con toda esa destrucción, las bombas de ejército israelí siguen cayendo sobre las escuelas de Gaza.
Aunque indignante, lo anterior no resulta sorpresivo al considerar que, históricamente, la educación en Palestina ha sido una instancia de intervención estratégica del régimen israelí, el cual logró ejercer gran control sobre este sector entre 1967-1993. Después de los acuerdos de Oslo en 1993, en un evento histórico, la Autoridad Palestina tomó el control de la enseñanza en Gaza y Cisjordania. Se creó un Ministerio de Educación y se desarrolló un curriculum nacional y libros de texto. Esto permitió que el profesorado impulsara contenidos académicos de corte nacionalista y de crítica social en las escuelas, incluidas las de la propia UNRWA. También significaba un paso hacia la soberanía educativa de un sistema históricamente intervenido por múltiples actores y gobiernos extranjeros.
No obstante, la soberanía educativa en territorios palestinos ha sido muy difícil de alcanzar en un contexto de acoso militar israelí, presente en retenes militares, detenciones de estudiantes y docentes, control sobre la edificación de escuelas, ataques directos, etcétera.
En tiempos recientes, autoridades y observadores israelíes han agudizado su crítica a la instrucción palestina por alejarse de estándares internacionales, fomentar lo que consideran posiciones antisemitas y por fomentar la radicalización. Algunos plantean preocupación por los planteamientos de liberación presentes en el discurso educativo palestino. No obstante, señalamientos de este tipo no resultan precisamente novedosos, dado que han sido un recurso retórico mediante el cual se ha legitimado la violencia desplegada sobre los centros de enseñanza y de cultura en los territorios ocupados. Incluso, desde el enfoque descontextualizado en el cual se desarrollan, constituyen un insumo preocupante que puede terminar por legitimar la destrucción educativa en territorio palestino.
Ante el educidio palestino en Gaza, se ha comenzado a hablar de una posterior reconstrucción. El gobierno de Israel ha mostrado iniciativa en ello, para lo cual ha buscado aliados. En julio pasado, el periodista Barak Ravid reportó: “el primer ministro israelí desea que los Emiratos Árabes Unidos manden tropas, paguen la reconstrucción y revisen el sistema educativo de Gaza para desradicalizar a la población, algo en sintonía con declaraciones de líderes israelíes que, desde noviembre pasado, insistían en la importancia de desradicalizar Gaza por medio de la enseñanza. Una postura compartida también por magnates simpatizantes del régimen israelí, como Elon Musk.
Sin una lectura compleja sobre la educación y el conflicto social, la formación palestina en Gaza no sólo es objeto de ataque directo, sino también está bajo permanente riesgo de ser borrada.
Es necesario reconocer que la educación y cultura palestinas sólo podrán florecer plenamente con un alto al fuego total y sin la ocupación de sus territorios. Sin militares violentando a las comunidades educativas, sin colonos izando banderas extranjeras en las escuelas, sin la población bajo ataque. Sin muerte en espacios culturales cuyo fin es consolidar la vida y crear un futuro más justo. No obstante, frente al escenario actual, a la par de las muestras políticas de solidaridad colectiva, es imperativo combatir el educidio palestino con el ejercicio de la memoria histórica en las escuelas.
Quizás así podamos comprender cómo la humanidad ha podido permitir semejante barbarie en pleno siglo XXI.