Jorge Carpizo decía que el poder es un fenómeno social que no puede concebirse aisladamente sino siempre en contexto de la colectividad; el jurista mencionaba que el poder fuera de la sociedad no es imaginable porque siempre se manifiesta a través de las relaciones sociales; a su vez, mencionaba Carpizo, una sociedad o agrupamiento sin poder no puede existir porque le es necesaria la energía que la impulsa y que establece las reglas mínimas indispensables para poder vivir en grupo. Así las cosas, en mi experiencia profesional he tenido la oportunidad de conocer personas con mucha experiencia y con una genuina vocación de servicio, pero también, he sido testigo de la trasformación de varios individuos con los que compartí el pan y la sal y, de pronto cuando triunfaron, perdí su amistad a la misma vez de que advertí cómo el poder transformó su vida. Con el poder llegaron los aduladores, los amigos falsos y los incondicionales cuya principal tarea es secuestrar a sus víctimas y aislarlos del grupo que los encumbró con el fin de manipularlos a su antojo. No es difícil detectar a aquellas mujeres y hombres que padecen el síndrome de hybris conceptualizado como la enfermedad de la arrogancia o borrachera del poder, cuyo origen se atribuye históricamente a los griegos quienes utilizaron la palabra “hybris” para definir al héroe que conquista la gloria y que, ebrio de poder y de éxito, comienza a comportarse como un dios capaz de cualquier cosa. Cuántos falsos líderes conocemos Usted y yo; un sinnúmero de dioses de sexenio o trienio que han pasado por las máximas magistraturas; no son pocos los que han podido llegar al poder no precisamente por su alto sentido humano o por su capacidad, honestidad y ética, sino por su habilidad mezquina de engañar y su labia para convencer al pueblo para finalmente ser secuestrados por los aduladores quienes, en muchas ocasiones, los conducen al vacío. Por su parte, Aristóteles en su obra denominada Retórica, señala que: “el placer que se busca en un acto de hybris consiste en mostrar a los demás su superioridad”. Desde la trinchera ciudadana puede apreciar en sexenios pasados, cómo el candidato electo o impuesto, pretendió ser el dueño de la nación, el amo del Estado y sus recursos naturales al más puro estilo de Luis XIV, aquel que se atrevió a decir L’État, c’est moi (El Estado soy yo); cuántas figuras absolutistas están todavía omnipresentes y propagados en las estructuras estatales resistiéndose a desaparecer porque precisamente, los ciudadanos solapamos su existencia. David Owen, médico neurólogo británico, fue quien describió el desequilibrio emocional que padecen algunos políticos, y que él denomina síndrome de hybris; en palabras de Owen, se trata de una enfermedad que afecta a determinados políticos con alta responsabilidad de gobierno, que se inicia desde una megalomanía instaurada que termina en una paranoia acentuada. Según Owen, una persona más o menos normal, de repente alcanza el poder y al principio le asalta la duda de si será capaz de desarrollar esa actividad, pero pronto sale de la duda porque empiezan a merodearle una legión de incondicionales que no cesan de felicitarle, darle palmaditas en la espalda y recibir halagos reconociéndole su valía. De acuerdo con Owen, el enfermo del síndrome de Hybris tiene un mundo más amplio que el de los demás, se convierte en infalible y se cree insustituible por lo que todo aquél que no asume sus ideas, se vuelve un enemigo personal que pierde todos sus derechos. Usted puede detectar a las víctimas de este síndrome a través de los siguientes síntomas: 1. Una propensión narcisista a ver su mundo principalmente como un escenario donde ejercitar su poder y buscar la gloria. 2. Una preocupación desmedida por la imagen y la presentación. 3. Un modo mesiánico de comentar los asuntos corrientes con tendencia a la exaltación. 4. Una excesiva confianza en su propio juicio y un desprecio por las críticas de los demás. 5. Un enfoque personal exagerado, de lo que son capaces de llevar a cabo. 6. Una creencia de que antes que rendir cuentas ante la sociedad, la Corte ante la cual deben responder es: la Historia o Dios. 7. Pérdida de contacto con la realidad, a menudo vinculada con un aislamiento paulatino. Estimado lector, si Usted conoce a alguien con esta enfermedad del poder, ayúdele y oriéntelo; si lo adula y lo felicita solamente está agudizando su patología en detrimento de nuestra calidad de vida.
Álvaro García Hernández
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