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viernes, 29 marzo, 2024
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■ Miseria, inseguridad y hambre en la Montaña Alta

En Guerrero, estudiar es lo último para niños que sólo comen tortillas con chile

■ Maestros proponen que los alumnos se queden en albergues; exigen que la gobernadora cumpla la promesa de crear la Subsecretaría de Educación para Pueblos Indígenas

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Por: La Jornada •

En escuelas con muros de adobe o bajo techumbres de lámina, sin infraestructura ni equipamiento, maestros rurales, en su mayoría mujeres, atienden a niños y adolescentes hablantes de la lengua me’phaa. En esos planteles multigrado, afirman los educadores indígenas, muchas veces ni el pizarrón sirve porque, de tan viejo, ya no se puede escribir en él.

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En la Montaña Alta de Guerrero, donde se ubican los municipios con mayor población en pobreza extrema del país, como Cochoapa el Grande y Atlixtac, no sólo hay inseguridad en los caminos que recorremos a pie. La miseria en que viven las familias de nuestros alumnos es tanta, que muchas veces sólo comen tortilla con chile, aunque trabajen de sol a sol.

Los estudiantes de primaria, en su mayoría indígenas, cuidan chivos y cortan leña antes de ir a la escuela. Además, muchos asisten pocos meses al año a clases, pues cada 2 de noviembre se van con sus padres a los campos de Sinaloa a pizcar uva o tomate, porque también son migrantes jornaleros, exponen educadores de la región, quienes pidieron el anonimato.

En entrevista con La Jornada, reconocen que el rezago educativo que se enfrenta en sus escuelas es mucho. Tenemos alumnos monolingües que no saben leer y escribir, aunque casi han terminado la primaria.

En el municipio de Atlixtac, según la Secretaría de Bienestar, 60 por ciento de sus habitantes viven en pobreza extrema y sólo 84 habitantes se consideraron como no pobres ni vulnerables.

Ahí la Beca para el Bienestar Benito Juárez, que entre los sectores más pobres otorga 840 pesos mensuales a alumnos de educación básica, sólo beneficia a un hijo por familia, cuando tienen tres o cuatro, lo que hace insuficiente el recurso para garantizar que asistan a clases.

Prioridad al campo

En mi comunidad, narra uno de los educadores, no hay luz ni drenaje. Mis alumnos se levantan e inmediatamente se involucran en las labores del campo, en el cuidado de animales. Regresan y, si tienen agua, se lavan o se bañan y se encaminan a la escuela. Al volver a su hogar retoman las actividades del campo porque tienen que ayudar a sus papás tres o cuatro horas más. Terminan sin energía, comen, y en la noche le dedican tiempo a las actividades escolares, pero cansados, mal comidos.

Por ello, los docentes señalan que se requieren albergues para que los alumnos tengan un lugar dónde vivir y comer cerca de la escuela y puedan dedicarse a estudiar. Es una iniciativa que tenemos varios compañeros de la zona escolar. Lo primero es convencer en las comunidades y después iniciar la gestión con las autoridades que correspondan.

Mejorar las condiciones de vida y estudio para niños y adolescentes indígenas de la Montaña Alta requiere, afirman, que se cumpla la promesa de la actual gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado Pineda, de crear una Subsecretaría de Educación para los Pueblos Originarios, que entre otras demandas resuelva la precariedad laboral de casi un millar de maestros indígenas rurales.

Sabemos, explican, que la disposición para su creación ya fue publicada en el Diario Oficial del estado, pero desde el gobierno de la entidad no se ha dado un paso para crearla en los hechos, lo que afecta principalmente a maestras, quienes perciben salarios muy bajos de 5 mil 500 pesos y con plazas docentes interinas.

Es el caso de una de las educadoras del municipio de Cochoapa el Grande, quien desde 2007 imparte clases en localidades de la región bajo un contrato como maestra interina, incluso en aulas sin muros y con sólo un techo de lámina.

Hay muchas compañeras que se llevan a sus hijos pequeños a las comunidades porque no hay con quién dejarlos y como estamos a ocho o seis horas de la cabecera municipal sin acceso a transporte, hacemos el camino a pie, como podemos, con nuestros hijos y cargando los materiales didácticos que podemos comprar para los alumnos, relata.

Es una labor ardua, asegura, y no queremos ningún privilegio, simplemente que se haga realidad el compromiso de justicia social, de que los pobres, entre los más marginados, reciban la atención que necesitan para acabar con esa pobreza ancestral que tanto nos duele.

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