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viernes, 3 mayo, 2024
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Jean Meyer, La Cristiada y los «Arreglos»

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Por: Mauro González Luna •

Escuché hace unos días, estimados amigos de Zacatecas, una entrevista reciente hecha a Jean Meyer, historiador, sobre la Cristiada y los «Arreglos» del 21 de junio de 1929. «Arreglos» esos que pusieron fin a tres años de heroica y legítima resistencia armada del pueblo católico mexicano en masa contra el despotismo antirreligioso, feroz y sangriento del régimen de Calles, con sus leyes conculcadoras de la libertad religiosa y de educación. 

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Ilustres escritores del mundo encomiaron la resistencia cristera, levantando sus voces ante el orbe en su favor, «porque su causa es la causa misma de la humanidad»: Bordeaux, Belloc, Papini, Chesterton, como lo registra el Dr. J. Antonio López Ortega, en su libro de 1944, «Las naciones extranjeras y la persecución religiosa», con prólogo de Palomar y Vizcarra.

En la entrevista deja entrever Jean Meyer su simpatía por los «Arreglos», su ingenuidad sobre el significado de una amnistía sin garantías por escrito, y su admiración sin tapujos por Dwight W. Morrow. Por lo limitado del espacio, no abordo otras desconcertantes aseveraciones del historiador alejadas de la verdad.

Los «Arreglos» fueron resultado de una maniobra intervencionista orquestada fundamentalmente por Morrow, embajador de los Estados Unidos en México en ese tiempo convulso, con fines político-financieros disfrazados hipócritamente de buena voluntad pacifista, entrando en el juego avieso del embajador: el chileno Miguel Cruchaga, los prelados mexicanos de triste memoria, de ánimo avaro, Leopoldo Ruíz y Flores y Pascual Díaz, el sacerdote norteamericano Edmund Walsh y otros paisanos de éste.

La apertura del culto a raíz de los «Arreglos», fue muy conveniente para «los fines financieros del gobierno mexicano, ya que el de los Estados Unidos no quería entrar en arreglos de la deuda exterior mexicana, cuyo pago exigían ellos mismos y los banqueros de Wall Street, si no se solucionaba el conflicto religioso; y por eso el Sr. Morrow se empeñó tanto en arreglar de cualquier forma el conflicto…». Así lo señaló en su momento el valiente obispo Leopoldo Lara y Torres, testigo insobornable de los acontecimientos.

Dichos «Arreglos» fueron una patraña, un engaño, un artificio para doblegar el espíritu indómito del pueblo católico,  puras promesas, simples declaraciones del presidente pelele en turno, Portes Gil, rabioso enemigo del catolicismo, y por separado, declaraciones del prelado Ruíz y Flores, a espaldas de los obispos mexicanos y del mando militar cristero, y mediante engaños a S.S. Pío XI, quien después en su encíclica «Acerba animi» de 1932 (con ánimo angustiado), da cuenta del incumplimiento de las promesas de los perseguidores.

Además, Ruíz y Flores, señaló, con palabras semejantes a las del tirano: «no hubo fuera de las declaraciones publicadas nada que significara pacto secreto o compromiso del gobierno», como se hace constar en el volumen VII, Tomo I, del libro, «El Caso Ejemplar Mexicano», de la Editorial Rex-Mex, de 1952.

Ruíz y Flores y Pascual Díaz «no se cuidaron de exigir al gobierno garantías por escrito para los cristeros que deponían las armas» con motivo de tales «Arreglos» de 1929, advierte Vasconcelos. El resultado: al entregar sus armas en heroico ejemplo de obediencia al prelado Ruíz y Flores, eran asesinados sin escrúpulo alguno por los esbirros callistas. 

«Más que arreglos, ¿se trata de una total rendición de los elementos católicos a las exigencias del gobierno?». Pregunta terrible esa aparecida en la revista de dominicos, «La Ciencia Tomista», en octubre de 1929. El mismísimo Portes Gil, unas semanas después del engendro de arreglos, en el restaurante «El Retiro», dijo sin tapujos ante la masonería en pleno: «…el Clero ha reconocido plenamente al Estado, y ha declarado que se somete estrictamente a las leyes…. La Lucha comenzó hace veinte siglos». Hace veinte siglos en el Gólgota contra el Divino Nazareno, precisamente.

Los «Arrreglos» significaron una derrota humillante para los valientes cristeros que luchaban por las libertades más sagradas en materia de conciencia y educación, en momentos de pujanza militar con el general Gorostieta al frente, asesinado, por cierto, un poco antes de tales arreglos; en momentos de enjundia de los dignísimos obispos José de Jesús Manríquez y Zárate, y José María González Valencia, que apoyaban la epopeya cristera desde el exilio con fe y esperanza inquebrantables. 

El desánimo y la indignación cundieron por todas partes. La lucha heroica tuvo como final, «una transacción con los enemigos de Cristo que tiene al menos las apariencias de una cobarde apostasía», en palabras del insigne prelado Manríquez y Zárate. Más que un «Modus Vivendi» fue un «Modus Moriendi», como lo sentenció Monseñor Lara y Torres.

Me causó estupor oír decir a Jean Meyer, en el contexto de tal entrevista, que Morrow, era un hombre sincero, un buen protestante. Morrow, el banquero, socio de la casa Morgan, el «Procónsul», el «consumador de la obra de Poinsett», el verdadero «Jefe Máximo de la Revolución», ya que Calles era jefe de opereta, conforme al buen juicio de Vasconcelos, el genio educador de la juventud. 

Pero no paró allí el elogio al Procónsul por parte del señor Meyer. Relató el historiador que Morrow había celebrado con júbilo la reanudación del culto católico a raíz de los «Arreglos», que había abierto las ventanas de su casa al oír repicar de nuevo las campanas de un templo católico, y que le había dicho a su esposa metodista en tal momento: «¡Hemos devuelto la paz religiosa a los mexicanos!». ¡Cuánta ternura bobalicona e hipócrita del Procónsul, del banquero después de tanta sangre y lágrimas de miles de cristeros traicionados por una «paz» financiera y mezquina! Por favor, seriedad, objetividad, señor historiador -se lo ruego con afecto y respeto.

Una cosa es ser erudito, conocedor de hechos históricos, y otra muy distinta es comprenderlos a la luz de una reflexión profunda que solamente brinda la filosofía y la moral. Ya lo decía el sabio John H. Newman: acumular conocimientos de hechos de historia no sirve de mucho si no hay filosofía de por medio para juzgarlos con acierto. Las consecuencias de la debilidad con la que procedieron los dos prelados que coadyuvaron con Morrow para que se dieran los «Arreglos», fueron «desastrosas», lo que significó «la más desalentadora de las caídas que ha tenido México», según palabras del gran historiador y sabio de demoledora ironía, Carlos Pereyra G., en su libro, «México Falsificado». Consecuencias esas que perduran en mucho hasta ahora.

Finalmente cabe decir con Carlos Pereyra, que «…La pujanza de Gorostieta y el desconcierto del callismo, atacado de frente por Vasconcelos, candidato presidencial (en 1929) opuesto al infeliz nopal que postulaba Calles, todo eso se esfumó, desapareció como algo inexistente, mediante una maniobra». La maniobra antes descrita. Todo el sacrificio de un pueblo echado al abismo por una ¡maniobra!  Y, sin embargo, tenemos la firme convicción de que la sangre de los mártires de la Epopeya Cristera no será en vano, la de Miguel Agustín Pro, S.J., la del Maestro Anacleto González Flores, calumniado, torturado, asesinado brutalmente sin juicio alguno en 1927; la del Chinaco Gómez Loza, la del niño José Sánchez del Río y la de tantos y tantos otros, monjas, laicos y sacerdotes perseguidos, encarcelados, fusilados o colgados por los sectarios callistas. Los designios del Altísimo son inescrutables.

Dedico este artículo con admiración infinita a la memoria de Anacleto González Flores, rebocero de niño en Tepatitlán, Jalisco, donde nació; abogado, Maestro, orador, líder, mártir, santo; una gloria imperecedera del México católico, un ejemplo consolador de grandeza moral, de valentía a toda prueba, del linaje de los grandes héroes, un campeón de la Fe, en suma.

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