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martes, 16 abril, 2024
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Emilio Carrasco 30-10-20

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Por: JORGE ISMAEL RODRÍGUEZ LÓPEZ DE LARA •

La Gualdra 454 / Emilio Carrasco. In memoriam

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Conocí al gran Emilio Carrasco a mediados de los noventas por una afortunada serie de rebotes. En esos días, además de los frecuentes viajes para visitar a mi familia, don Federico Sescosse me invitó a realizar la restitución de un par de elementos de la fachada de la Catedral y la creación del Museo Zacatecano. Más o menos por esas fechas estaban preparando los festejos para conmemorar los 450 años de la fundación de Zacatecas y convocaron a un concurso para hacer un gran monumento en la loma en donde ahora está el Campus Zacatecas de UAD, por supuesto quise participar y en el proceso de investigación fui al Museo de Ciencias de la UAZ a consultar a mi querido amigo, el Ing. Antonio Villarreal; necesitaba información sobre la flora nativa de hacía 450 años para poder hacer el plan de reforestación de esa zona y un jardín botánico como parte del proyecto monumental.

Toño había ido a una junta a la rectoría “pero no tardaba”; ahí estaban Bertha Michel y casualmente Emilio Carrasco, les conté mi proyecto, de ahí pasamos a historias locales, por Bertha derivamos a los cuentos de Ende y se nos alargó la plática, llegó Antonio y decidimos comer ahí juntito, en La Garufa, creo que antes de que nos sirvieran la primera copa de tinto zacatecano, las mollejas y la ensalada de queso azul con manzana que pedimos de entrada, ya nos habíamos encontrado un montón de amistades en común y rutas de vida paralelas.

Saliendo bien comidos y un poco eufóricos, Emilio me invitó a conocer la Galería Puerta Nueva del Teatro Calderón, vimos la expo en turno, me invitó a exponer y también para ir al día siguiente a su nuevo taller de cerámica en Guadalupe, en su maravillosa casa; llegando me recibió con más tesoros: Lina con una jarra de agua fresca, Emilio ya tenía en su punto un muy buen barro zacatecano que estaban probando y me presentó al muy querido y llorado Gerardo Padilla; estuvimos horas jugando con los materiales y platicando de todo, ellos tenían un colectivo generador de proyectos (3 algo, no recuerdo el nombre), muy creativos, derrochaban energía, navegaban en aguas varias, tenían en puerta su encuentro de escultura en barro. Cada uno a su manera reflexivos, audaces y matéricos; a Emilio se le notaba que “traía mundo”, estaba tallando unos cilindros de madera que podían ser esculturas y usarse para imprimir, además trabajaba en una serie maravillosa sobre “El jardín de las delicias”; ambos se notaban muy pero muy entusiasmados con las virtudes de los nuevos medios, ya eran parte de comunidades internacionales de grabadores, arte correístas y exlibristas en la web y la comunicación era vía e-mail; imaginarán mi sorpresa, pues en esos días (hace no más de 25 años) las convocatorias internacionales llegaban a México por correo solo a las escuelas famosas de arte como San Carlos o La Esmeralda y esas eran las oportunidades más democráticas que teníamos para ir poniéndole participaciones internacionales al CV.

De la serie El jardín de las delicias, de Emilio Carrasco

 

Conocer esa herramienta fue la cereza del pastel, el planeta se hizo chico, amable y cercano, empezamos a invitarnos; me acuerdo que una de las primeras muestras a la que me invitó fue “Exlibris, una pasión: Colección de Mario de Filippis” que presentó en la Galería Puerta Nueva, de la UAZ y en el Centro Cultural San Ángel del D.F.; otra, “Exlibris en homenaje al poeta zacatecano Roberto Cabral del Hoyo”, que estuvo en el Teatro Calderón; y con especial gusto recuerdo el “Homenaje al árbol” exlibris, que da vida a la deliciosa idea del “Bosque de la utopía”, una acción detonadora para reflexionar sobre la sustentabilidad que sigue vigente; en esos días yo era curador de la Bienal Guadalupana, Emilio se sumó y como siempre, les abrió la puerta a varios artistas zacatecanos.

Para entonces nos habíamos hecho muy buenos amigos, yo viajaba a Zacatecas con frecuencia y él tenía que viajar al DF a cada rato por motivos de salud; casi siempre dedicamos esas tardes para salvar al mundo, en serio nos gustaba saber de los éxitos del otro y festejábamos chocando los tarros rebosantes de la cerveza prohibida para él. También, muy a nuestro modo, con frecuencia nos buleábamos… que si mandaste algo a Sabedónde y pusieron mal tu nombre, que no voy a enviar nada a Parallá para que tengas oportunidad, que si estoy haciendo un parque en Bienlejos o que si mi mural de China está buenísimo…

Ay, querido Emilio, no estoy preparado para tu ausencia; qué coraje no habernos visto últimamente, qué tristeza. Ya no vamos a poder compartir estas maravillosas casualidades que solo les pasan a los artistas rancheros que andan por el mundo con cara de azorados como nosotros. ¡Ay, hermano! Ya no compartiremos “la resaca” ni ese brillo en los ojos que deja la chamba bien vivida.

Buen viaje, querido amigo, en unos años le seguimos.

 

 

 

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