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jueves, 28 marzo, 2024
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Contra el neo Maximato, manos limpias

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Por: Agustín Basave •

Al soltar los primeros nombres desde su trono mañanero, el presidente López Obrador inició formalmente la carrera por la candidatura presidencial de Morena. Su incondicional número uno, la jefa de gobierno, sigue siendo favorita, pero la debacle en CDMX la debilitó y obligó a AMLO a meter varios caballos negros al arrancadero. Todo indica, además, que dejará correr al “condicional” puntero, el canciller, para no perder al funcionario más eficaz de su equipo. Sabe que quedó lisiado por el golpe del peritaje sobre la Línea 12 del Metro –que dictaminó vicios de construcción como causa de la tragedia– y que en esas condiciones no podrá ganar ni contender por otra cuadra.

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No es ese, sin embargo, el tema que me ocupa esta vez. Me limitaré a advertir que, adepto como es a las anécdotas de Ruiz Cortines, AMLO actuará con socarronería: hará fintas, probará lealtades, gambeteará con diversos nombres. En lo que no habrá engañifas es en su determinación de irse con todo contra sus adversarios de cara al 2024. Y es que, si bien el pasado 6 de junio el electorado diversificó su voto con tal complejidad que, salvo los que perdieron el registro, todos los partidos se pueden considerar ganadores según la faceta de los resultados que se privilegie, el hecho es que contra todos los pronósticos prevaleció la narrativa de triunfo de los opositores y no la de AMLO. Por eso el presidente está tan enojado y por eso ha redoblado sus catilinarias, lanzando un alud de insultos mal disfrazados de sarcasmos a “los conservadores”. Su escarnio sería penoso –nada es más grotesco que una ironía fallida– si no fuera preocupante. Echará sobre ellos “todo el peso del Águila”.

AMLO se ha atrincherado crecientemente en el foso de la lucha de clases. Su radicalización ha llegado al grado de hacerlo cometer un error estratégico: malquistarse innecesariamente con la clase media –tal vez a fuer de repudio al hábitat de sus malquerientes pequeñoburgueses– y constreñir así su base electoral a poco más de quienes se asumen pobres y son inmunes a la alienación “aspiracionista”. Esto no ayuda a ganar una elección, a menos que la sociedad se pauperice. Con todo, AMLO se siente confiado no sólo por sus cifras de aprobación sino también por la ausencia de retadores potentes entre sus contrincantes. He aquí el meollo del asunto: más allá de las fortalezas y debilidades de su gobierno, ¿dónde están las figuras capaces de vencer al aparato del poder? El panorama no luce prometedor para los integrantes de “Va por México”. Cierto, le arrebataron un pequeño trozo camaral a AMLO y sus otrora fieles escuderos del PT y del Verde –cuya fidelidad flaquea ahora que encarecen su apoyo en la Legislatura entrante–, pero la coalición no cuenta hoy con un liderazgo capaz de cohesionar y potenciar una reedición aliancista.

En buena tesis democrática habría que privilegiar el proyecto de nación. Pero el realismo se impone: si antes solían ser las fibras sensibles de la gente las que decidían los comicios, en la era de la ira la primacía de las emociones sobre las razones es aún mayor y las personalidades que las transmiten cuentan todavía más. Personalidades respetadas, empatías carismáticas, trayectorias limpias; sin ellas la oposición, junta o separada, no podrá competir. Le urgen rostros nuevos y manos limpias. Si no es por razones éticas, por pragmatismo deberían escudriñar en la reserva moral: sería suicida soslayar la honestidad. Aunque no es el único requisito, sí es el primero. ¿No han entendido el fenómeno de la resiliente popularidad de AMLO? Perdón por el cliché: peguen una cartulina que diga “¡Es la corrupción, estúpidos!”.

La nueva correlación de fuerzas en la Cámara de Diputados demuestra que AMLO no es invencible, pero la alianza opositora se equivoca si cree que lo que tiene le basta para ganar en 2024. Dicho sea de paso, hay quienes están convencidos de que el presidente buscará reelegirse, y a su convicción no le faltan asideros: cada vez que AMLO dice que importan más las personas que las instituciones y que la voluntad de quienes acuden a una consulta pesa más que la Constitución, los que creemos que no caerá en la fatal tentación del reeleccionismo –que ha llevado al abismo a varios expresidentes mexicanos– nos ponemos a dudar y a repensar nuestro vaticinio. Con todo, yo sostengo mi pronóstico de que no buscará la reelección sino un nuevo Maximato. Sí, creo que AMLO quiere ser el jefe máximo de una 4T transexenal y quiere un(a) candidato(a) de Morena que sea incondicionalmente leal a él y a su proyecto. Y para eso, para garantizar que esa persona cumpla su papel, pretende conservar su fuerza social y con ella la potestad de castigar incumplimientos.

¿Quién va a derrotarla? ¿Un político de cola larga, inerme ante los pisotones de AMLO? Sobre él caerá el SAT, la UIF, la FGR y –a diferencia de los candidatos de la oposición a las gubernaturas– lo hará sin miramientos, con antelación y contundencia. Claro, sólo si es necesario, porque si el abanderado en cuestión carece de buena reputación y prestigio, si carga corruptelas en su alforja, es probable que los mismos votantes lo rechacen. En unos cuantos casos, en las recientes elecciones, funcionó la aberración de reforzar candidaturas impresentables para impedir el triunfo de Morena. Pero la Presidencia de la República es otra cosa. Si a pesar de todo AMLO mantiene una aprobación alta es justamente porque muchos lo perciben como un hombre austero y honrado. Y un candidato de pasado cuestionable no va a derrotar al delfín del jefe máximo, por más yerros que arrastre su gobierno. ■

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