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jueves, 23 marzo, 2023
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Signos vitales

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Se trata de una muy buena propuesta poética. Si es que se llega a la conclusión anterior es porque el libro presenta una poesía bien lograda, versos bien estructurados, propuestas de temáticas originales. Y no es nada fácil con lo que se propone en general la autora: encontrar momentos poéticos y luz ahí donde creemos no puede existir más que oscuridad. Pero lo consigue. Y esa es una de las primeras lecciones de “Signos vitales” (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022). Cuando realmente se desea, cuando realmente se tiene el conocimiento suficiente para jugar con las palabras, para conseguir una propuesta editorial que guste a los lectores (hay que recordar que “Signos vitales” ganó el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2016). 

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Hay una muy buena sentencia que el poeta chileno Hernán Lavín Cerda solía emplear en sus famosísimos talleres de literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En primer lugar, pedía que se le restara tanta solemnidad a la palabra. Nos advertía que eso, la solemnidad, la volvía anodina, quizás muy elevada gramaticalmente, pero poéticamente empobrecida. Y claro que si me lo señalan no era algo nuevo. Es un tema que ya toca Octavio Paz en su magnifico libro “El Arco y la Lira”…  casi, casi la biblia de los poetas. 

Pero Hernán Lavín Cerda de repente parecía provocarnos. Entonces señalaba que todos los temas son validos para la poesía cuando se sabe construir y, sobre todo, jugar con las palabras para que encajen bien en la estructura general del texto. Y se reía. Nos advertía que cuando se quiere se puede escribir, por ejemplo, sonetos a las verduras, e improvisaba algunos juguetones ejemplos de versos acerca de las verduras. Había un referente poético en ese momento: Nicanor Parra y la manera que él tiene no sólo de construir propuestas originales sino de presentar versos divertidos, antisolemnes. 

Lo anterior es una muy buena lección para aquellos poetas jóvenes que se esfuerzan, y lo consiguen, para que sus versos sean ilegibles y sus poemas incomprensibles. De tal manera que llegas a ellos y suenan huecos, forzados, sin ninguna calidad literaria. 

Para fortuna de los lectores de poesía, “Signos vitales” de Merari Lugo Ocaña es todo lo contrario. Lo he aclarado en más de una ocasión: no me considero experto en la lectura de poesía porque cuando adquirí mis primeros conocimientos poéticos nos remitían a los poetas del Siglo de Oro. Y estudiar ese tipo de poesía es casi aceptar que todo lo que se diga ahí es insuperable, por lo que si escribes poesía ya sabes que tienes muchos pasos atrás, extraviado. Sin embargo, cuando una propuesta poética me llama la atención procuro preguntarme qué es lo que ocurre para que tal poemario me atraiga. 

Y aquí van algunas pistas de “Signos vitales”: de entrada, cuando lleguen a él, admiren que la poeta nos presenta una propuesta redonda y sólida en cuanto a la temática que ella quiere desarrollar en el poemario. Muchos de los títulos de los poemas nos remiten al hospital, a la zona de urgencias como plano donde se desarrolla el poema; de hecho, me atrevo a admitir que cuando abres la primera página de “Signos vitales” entras a un hospital lleno de una espesa neblina que solo se aclara conforme vas estructurando en tu lectura cada idea planteada en cada uno de los poemas. 

Hay enfermos como elementos recurrentes de cada uno de los poemas. Pero no se hace una descripción vana de ellos: son quienes arman la poesía a su alrededor, bajo sus propias y cerradas consecuencias. Y si la muerte les va a llegar, Merari lo deja en suspenso, no lo aclara (aunque por otra parte aceptes que van a morir). 

Dentro del libro vamos a llegar a un apartado que se llama ‘Pabellón Psiquiátrico” y si ponemos nuestros prejuicios literarios por delante, aceptaremos que en literatura lo psiquiátrico ya casi es lugar común de novelas, cuentos, y por supuesto: poemas. La literatura de lo psiquiátrico está tan choteada que todos quieren hablar de la locura, las pastillas, las escenografías de hospitales casi en ruinas. Aquí, sin embargo, otro punto por el que “Signos vitales” destaca: no nos presenta lo mismo de siempre sino que se vale de un sitio, el pabellón psiquiátrico, para arrastrar junto con nosotros a los enfermos, para enterarnos de sus características, de sus emociones y anhelos, y muy pocas veces de sus derrotas, pues eso no le interesa exponerlo a Merari. Y por eso la apuesta de aterrizar en un sitio de muy lugar común le funciona: porque literariamente ofrece algo distinto, una propuesta donde los enfermos se analizan lo mismo que un bicho raro dentro de un frasco, tal y como acostumbran a hacer los médicos o los psiquiatras, pero también donde todos los enfermos alcanzan a sostener esperanzas, aunque sean ruines, pero esperanzas, incluso cuando ya están frente a la muerte. 

Si se lee de otra forma (una forma, por decirlo, más “primitiva”), “Signos vitales” podría parecer una breve descripción de distintas enfermedades y sus primarios efectos directamente enclavados en la buena salud. Pero esa es una lectura muy básica porque nos referimos a la estructura con la que la poeta arma sus poemas. Lo importante no está ni siquiera en la descripción o en el nombre de la enfermedad, lo realmente valioso es admirarnos de cómo se puede conseguir, a partir de ese punto, a partir de ese embalsamiento, los fenómenos poéticos sin tener que recurrir a la compasión clásica del enfermo. Por eso “Signos vitales” es una muy buena propuesta. De esas que dices: si yo hubiese estado dentro del jurado del Enriqueta Ochoa no habría dudado en darle el premio, se los aseguro que no. Recuerden que “Signos vitales” está disponible en la página de la tienda casa del libro de la Universidad Autónoma de Nuevo León. 

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