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viernes, 29 marzo, 2024
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Una transición democrática tersa que jamás llegará

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Por: QUITO DEL REAL •

■ El son del corazón

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No queremos luchar con el viento, con el aire; lo que resiste apoya.
Jesús Reyes Heroles

Me produce náusea el tono apasionado con que los comentaristas editoriales y los moderadores de los paneles televisivos aluden al proceso de transición democrática.

Es tradición que en nuestro país lleguen tarde los temas políticos más serios, que ameritan respuestas inteligentes y una posición crítica permanente. Por lo general, es posible observar que los impulsores de la corrección democrática realizan su trabajo de divulgación con mucha ignorancia; asumen su tarea como una chamba más y solo por dinero.

Los generadores ideológicos del actual régimen neoliberal se dedican a redactar textos y artículos para perseguir y ridiculizar a partidos opositores, elaboran encuestas a modo y hacen interpretaciones a favor de quien les pague. La tarea de los comentaristas y agencias de encuestas y publicidad, es inocua. Es material del retrete, es pobre de contenido.

Mala cosa: respondemos a la crisis política y moral de México con productos intelectuales reciclados y de bajo argumento. No abundan las elaboraciones propias y el despliegue fino del discurso político se confunde en los gritos de cantina.

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Los temas de la transición democrática saturan el espacio mediático del país desde hace 25 años. Perro todavía antes, en 1987, cuando la reforma política de Jesús Reyes Heroles no sufrió demasiado para reclutar o cooptar a las diversas agrupaciones políticas sin registro, generalmente pequeñas, caracterizadas por lo ínfimo de sus productos ideológicos, señaladamente oportunistas y carentes de organización, fue posible advertir que bajo el agua crecía una corriente incontenible, cuyo sustrato provenía de la imparable crisis económica mundial aparecida en 1972.

Con esa reforma se intentaba descabezar a priori a cualquier dirigencia que pudiera conducir los movimientos de protesta que se avecinaban. Acaso en esta iniciativa, reconocida como genial y visionaria por los oficialistas, se concentra el tono laudatorio con que la oligarquía mexicana se refiere a Don Jesús.

Los años ochenta señalaron el fin del crecimiento económico de México, mantenido todavía durante el periodo del Desarrollo Estabilizador y aún en el lapso de la “Docena Trágica”, con índices de crecimiento económicos del 6% y por encima de la tasa demográfica. En cambio, los primeros dos años del régimen de Miguel de la Madrid nos golpearon con una devaluación persistente y sufrimos durante todo el sexenio los ataques de una inflación desaforada, por arriba del 300% anual.

Los ochenta presentaron a los Paros Cívicos Nacionales y a los primeros ensayos para organizar la Huelga General; además, emergió el Movimiento Urbano Popular, se golpeó al aparato corporativo del PRI con la insurgencia del sindicalismo independiente y los movimientos campesinos. Había una crisis del régimen y el discurso histórico y político posrevolucionario comenzó a ser expropiado por los trabajadores, mediante los libros escritos por historiadores excepcionales.

Don Jesús había avizorado atraer, con su Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procedimientos Electorales (LOPPE) de 1977, mediante un proceso rápido y terso de transición a la democracia, a la insurgencia de la época, e incluía a los militantes derrotados de los grupos guerrilleros de Genaro Vázquez, Lucio Cabañas, y aún de la Liga Comunista 23 de Septiembre.

Su LOPPE fue exitosa porque conocía la forma de actuar, resistir y responder de los grupos convocados. Sabía mucho acerca de sus problemas internos, de su moral y de sus crisis, sobre todo económicas. Era gente que, de faltar el cheque mensual de la LOPPE, caería en el marasmo y tomaría las oficinas de sus partidos por asalto.

Pero Don Jesús falló en la caracterización de la crisis de 1972 y su inacabable derrotero; no previó que sería el escenario de fondo de los futuros tropiezos del régimen. No pudo leer que la crisis económica mundial incidiría en las venas del sindicalismo independiente y del movimiento campesino de los ochenta, y que mantendría en jaque al régimen de Miguel de la Madrid Hurtado.

El presidente de la República y el PRI necesitaban una nueva estratagema para generar otro plan de transición a la democracia, asentada jurídicamente en la impulsada en 1977 por Reyes  Heroles.  ¿Cómo se fraguó esa treta?  Con la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia en 1988, postulado por una Coalición de Izquierda y el Frente Democrático Nacional. Cárdenas había renunciado al PRI en protesta por la desastrosa política económica del gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado; sin embargo, su discurso de campaña fue poco persistente en temas laborales y de justicia social, y denotaba una postura poco amigable con la radicalización de los trabajadores. De ganar, Cuauhtémoc hubiera emprendido un proyecto de contención social.

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En la actualidad, todavía nos envuelve el lastre de la crisis del 2008, generada en los centros financieros de los Estados Unidos, causada principalmente por una crisis crediticia, hipotecaria y de confianza en los mercados.

Si en 1988 Cuauhtémoc Cárdenas actuó como agente de contención de las masas, en 2018 podría disponerse del prestigio de Andrés Manuel López Obrador para apaciguar la irritación en ascenso de los trabajadores mexicanos, víctimas del desempleo, de los bajos salarios, la violencia y la corrupción.

Hoy se insiste en impulsar otro capítulo de la transición democrática por parte de los propagandistas del régimen, e imponen un ambiente de persecución y castigo mediático en contra de los remisos. Las próximas elecciones para el gobierno estatal del Estado de México, aparecen como un ensayo general de lo que podría impulsar el PRI en el año 2018.

De ganar Andrés Manuel López Obrador, nada cambiará en nuestras condiciones de dependencia ante el capital financiero y el gobierno de los Estados Unidos, porque nuestro país está desarmado políticamente y se inhibe la organización independiente de las masas.

Se desea una transición limpia y tersa, sin consecuencias sociales posteriores que animen a experimentar con nuevas formas de organización social. Se teme a la independencia política de los trabajadores y los campesinos que podrían generar experiencias de acción directa, toma de fábricas y campos, de autogestión de la producción, de vigilancia ciudadana, de sanidad colectiva y de educación.

La crisis económica mundial nos empuja  e impone sus condiciones, más allá de los comentarios adormecedores de los propagandistas editoriales. Cuando existe una crisis económica de onda larga y se manifiesta en la lucha de clases, aparecen programas favorables a la transición democrática o a un gobierno de Frente Popular, y se rechaza toda insinuación revolucionaria. Esta es la receta habitual; habría que recordar la Francia de León Blum en 1936 y la república chilena de Salvador Allende de 1973.

El futuro de México, sin organización social y sin dirección política, se confrontará con las opciones más violentas de la derecha. De fracasar y ser rebasado el posible gobierno de Andrés Manuel, y con la conspiración permanente del oficialismo, la oligarquía local y la izquierda espuria, ¿el capital financiero podría preparar el elenco del fascismo para secuestrar el espacio político nacional? ■

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