En mayo de 1915 Italia entró a la “Gran Guerra” del lado de la triple entente. Uno de aquellos soldados italianos, de nombre Filippo Tommaso Marinetti (nacido en Egipto, un 22 de diciembre de 1876), combatió en la región del lago Garda, situada entre los Alpes y la llanura Padana en el norte de Italia. Su unidad militar se denominó: Battaglione Lombardo Volontari Ciclisti Automobiliste, y estuvo en acción de octubre a diciembre de 1915. Años atrás, Marinetti había escrito en un periódico parisino (Le Figaro, 20, II (1909)): “Ya no hay belleza sino en la lucha. Ninguna obra que carezca de carácter agresivo será una obra de arte. La poesía debe ser concebida como un violento asalto contra las fuerzas ignotas, para obligarlas a postrarse ante el hombre” y “Queremos glorificar la guerra -única higiene del mundo-, el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los libertarios, las bellas ideas por las que se muere y el desprecio de la mujer”. Sí, Marinetti propuso, antes de enlistarse, cantar a las locomotoras, las fábricas, los buques, las muchedumbres, los aeroplanos y, claro, la guerra como síntesis total de todo lo anterior. Una guerra, en el siglo XX, se gana no sólo con valor y muchedumbres, sino con capacidad industrial. ¿Cuántos aviones, morteros, rifles, tanques puede una nación hacer estallar en el teatro bélico? Tantos como su planta industrial, sus obreros y la planificación puedan generar. Marinetti fundó el “futurismo” “porque queremos liberar este país de su fétida gangrena de profesores, arqueólogos, cicerones y anticuarios. Durante demasiado tiempo ha sido Italia un mercado de ropavejeros”. De paso fundó las vanguardias artísticas del resto del siglo XX. Les proporcionó a sus sucesores en todas partes del mundo una postura, algunos gestos, un discurso incendiario y la tendencia a prosperar bajo el mecenazgo de los poderosos. Más aún, Anne Bowler argumentó (en “Politicsas art: Italian futurism and fascism” Theory and Society 20 (6) 1991) que la aparición conjunta del futurismo y el fascismo no es coincidencia, sino producto de un momento histórico en el que las energías sociales de las masas italianas aspiraban al poder mundial, la aniquilación del pasado y la estetización de la política. Este último punto fue, sin embargo, el origen de las desavenencias entre el futurismo y el fascismo: la realidad política del régimen de Mussolini tendía a la rutinización y el compromiso con el pasado. A fin de cuentas, las fantasías de los poetas no pueden imponerse a las realidades de la realpolitik, ni reducirse a estas. Marinetti era un desencantado de la izquierda: Turatti, el reformista del Partido Socialista Italiano y Labriola, el sindicalista, eran para él figuras de parodia. Algo más, una revolución mucho mejor y más profunda que las hasta entonces imaginadas debía lanzarse para trastornar la vida. Italia, en 1909, estaba al inicio de un proceso histórico de industrialización que se sintetizó en la larga guerra que culminó con la derrota del fascismo (pero no del futurismo). Otro fue el momento del “estridentismo” en México. Manuel Maples Arce, en diciembre de 1921, pegó volantes (Actual #1) junto a los anuncios de corridas de toros y bebidas medicinales en la Ciudad de México. Era el manifiesto del estridentismo, cuyo comienzo está la final de una guerra civil. Emiliano Zapata había sido asesinado en abril de 1919, Venustiano Carranza en 1920 (lo que impidió el censo de ese año) y Pancho Villa lo sería en 1923, el año del manifiesto estridentista #2. Visto en la superficie, en lo manifestado en sus comunicados, el estridentismo aparenta ser una continuación del futurismo. Pero no lo es, aunque compartían el gusto por el escándalo. La principal diferencia surge del momento histórico: Italia iba a la derrota, México estaba a punto del “Milagro mexicano”. Hacia 1940 Italia formaba parte de las potencias del eje, mientras que México declararía la guerra a estas en 1942. Pero esos eventos se ubican en el porvenir de esos movimientos. Maples Arce exigía centrarse en el presente, destronar a los héroes patrios, amar el cosmopolitismo y “exaltar en todos los tonos estridentes de nuestro diapasón propagandista, la belleza actualista de las máquinas, de los puentes gímnicos reciamente extendidos sobre las vertientes por músculos de acero, el humo de las fábricas, las emociones cubistas de los grandes trasatlánticos con humeantes chimeneas de rojo y negro…”. Una imagen urbana en un país con el 68.85 % de la población en el campo. ¿A quién le hablaba Maples Arce? a un público que nacería cuando el estridentismo estuviese agotado, es decir: centrase en el presente es otro gesto equivoco, confuso, parte del tinglado para lanzar una propuesta poética. O como lo reitera List: “Al fin surge el poeta en la hora en que negamos todos los caminos anteriores y avizoramos una aurora nueva”. Contrario a las opiniones de los entusiastas, las vanguardias no tienen vigencia indefinida. Aparecen en un momento histórico y allanan el camino para otra cosa o nada. Alabar el maquinismo no es parte del momento histórico de 2021, como tampoco alardear respecto a la guerra y la destrucción. Debemos cruzar la calle del estridentismo y dejarla atrás, porque ésta ya nos ha dejado.