Estando en la ciudad de Monterrey en junio de 2011, escribí un artículo que pretendió reflejar lo que acontecía en México en materia de seguridad pública. El 28 de marzo de aquel año, había sido asesinado Juan Francisco Sicilia Ortega –hijo del poeta mexicano Javier Sicilia– junto a otros seis de sus compañeros y cuyos cadáveres fueron encontrados en un vehículo en Temixco, Morelos. Aquel crimen –que horrorizó y levantó la protesta en gran parte del país– ha podido mantenerse vivo gracias a la memoria de sus familiares, amigos y activistas. Tres años y medio han transcurrido desde entonces y la situación en el país está muy lejos de mejorar. Por el contrario, ha venido agravándose debido al aumento en la tasa de criminalidad que, como es bien conocido, el multicitado caso Ayotzinapa mantiene la protesta en las calles del país y del mundo y al Estado mexicano en el banquillo de los acusados…
Sirva esta publicación a la memoria colectiva, en su oportunidad de ligar aquellos acontecimientos con los más recientes, derivados ambos, del sistema y la forma de gobierno que padecemos:
“El martes 7 de junio, hizo su arribo a nuestra ciudad “La Caravana por la Paz, con Justicia y Dignidad” conocida también en todo México como “La Caravana del Consuelo”. Aunque con algunas horas de retraso debido al trajín mismo de la ruta a Ciudad Juárez, su breve estadía en la Sultana del Norte no le impidió dejar constancia de los ardientes testimonios ofrecidos por familiares víctimas del crimen organizado.
Uno tras otro, los relatos ciudadanos (que parecían por momentos interminables) fueron dando cuenta de las atrocidades del gobierno y de esa larga cadena de corrupción y complicidad de la que pronto sabremos cuál es el eslabón más débil.
El asesinato de un joven doctor 15 días después de su matrimonio; la desaparición forzada del “Galáctico” junto a la de otros jóvenes; la muerte de la estudiante de Psicología de la UANL; la desaparición forzada de policías municipales a manos de la propia policía… y más y más narraciones, fueron hilándose hasta que toda la opacidad de la violencia detonó en medio de la plaza pública con un certero y luminoso juicio popular: “Ellos son el crimen organizado”.
Jóvenes estudiantes en su mayoría, los ahí presentes hicieron eco de los gritos de las madres que reclamaban justicia y la presentación con vida de sus hijos. Haciendo a un lado sus temores, las valientes mujeres acusaron –pública y explícitamente– al círculo de la muerte compuesto por funcionarios de gobierno, policías y soldados: “Ellos son el crimen organizado”, lo dijeron cuantas veces fue necesario…
La noche, aún despierta por el bullicio de la juventud, se envolvió con la lente de la noticia. Los rostros de aquell@s jóvenes ponían a prueba sus sentidos para mirar el mundo, para encontrar respuestas. No era fácil entender que todo “el esplendor regiomontano” se disipara en tan poco tiempo, para dar paso a una real y dantesca pesadilla.
¡Ya basta! y ¡No están solos! gritaron cientos de metropolitanos reunidos en un foro de reproche con lo que proclamaban su respaldo a la noble misión de la denuncia. “Esto es tan sólo el inicio de la lucha contra la violencia, la injusticia y la impunidad que se vive, desde nuestra frontera sur hasta Ciudad Juárez.”
Y es que la llamada guerra contra el crimen se ha traducido en la militarización del país. Bajo las órdenes del “jefe supremo de las fuerzas armadas”, se arrastra en cada una de sus criminales rutinas, un fardel de violaciones castrenses a los más elementales derechos humanos.
Relatos desgarradores continuaron estremeciendo aquel auditorio ciudadano que se mantenía firme en un mar de esperanza y sentimiento. Rosario Ibarra -ahí presente- días antes nos recordaba en un mensaje leído en el Zócalo capitalino: “40 mil son las personas ejecutadas desde la llegada del gobierno espurio… Para aquellos que tenían dudas de que si el fraude del 2006 era o no equivalente a un golpe de Estado técnico. Ahí está esa espantosa cifra de muertos y el incremento terrible del número de desaparecidos…”
Pasada la tormenta de almas, detrás del llanto y del coraje, casi al final del evento, Rosario en Monterrey y con nosotros, nos regaló sus años. Su intervención -esperanzadora y llena de luz- citó palabras de la chilena Gabriela Mistral, con las que se dibujó a sí misma: “El milagro de pelear sin odio…”.
Fue finalmente Javier Sicilia, quien cerró el evento con el fraternal abrazo de su mensaje. Dejó la puerta abierta para regresar y algunas prendas de su corazón sobre Monterrey. Esa noche, la plaza Colegio Civil y las calles de la ciudad, dieron cuenta de una marcha de gigantes. Cerca de la media noche, la Caravana y la revuelta metropolitana, sellaron a grito abierto su compromiso con la resistencia civil…”
Continuará… ■
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