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martes, 13 mayo, 2025
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Buenas nuevas desde el mundo líquido

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO •

Podemos notar, no sin cierta arbitrariedad, que a partir de 1998, con el arribo de la izquierda al Gobierno del Estado de Zacatecas, comenzó una secuencia de cambios en el paisaje urbano de la ciudad capital que llevó, en paralelo, un cambio  en los hábitos de consumo de su población. Aparecieron VIP´s, Sam´s, Sanborns, Starbucks, pollos Kentucky, Galerías, Sears, Liverpool, se expandió la UAZ y emergió ese complejo urbano denominado “Ciudad Administrativa”, que merecería llamarse “Amaliopólis”. Sin duda los zacatecanos estaban preparados para experimentar una expansión de su crédito al consumo y una remodelación constante de vialidades y plazas públicas. Y si no lo estaban ya están, de cualquier manera, en medio de  ello. Todos estos cambios podrían parecer un despropósito a un observador poco avezado pero habituado a creer que todo responde a una voluntad explícita plasmada en documentos oficiales. Sin embargo, tienen resultantes simples: integran un mercado, desarrollan una sociedad de consumo, despliegan en cada individuo una subjetividad individualista. Como tales, esos cambios quizás no responden a un plan sistemático de mejoramiento urbano, o de elevación del nivel de vida de la población, o de eliminación de los flagelos sociales que suelen enarbolar los reformadores de toda laya. Su fin, a la vez simple y complejo, es contribuir a sostener y elevar el consumo de mercancías y a justificar el gasto del presupuesto estatal.

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Lo de menos es que esos cambios no tengan ningún otro propósito, resulten contradictorios o superfluos –como los teatros al aire libre de Miguel Alonso-. Su impacto social se mide en su capacidad de constituir individualidades que elijan sus consumos y carguen con las consecuencias de esas elecciones. Por supuesto que la construcción de mercados no tiene límites porque, como sostuvo Karl Polanyi, somos la primera civilización que hace del mercado el eje de la existencia. Por ello la diversidad de centros comerciales tiene su reflejo en todos los ámbitos de la vida, comenzando con la elección de cuenta individual, que viene a sustituir al agotado procedimiento de la jubilación solidaria, y continuando en la diversidad de partidos políticos que reemplazaron al partido único. Por tanto es medianamente claro que esos cambios no se detendrán, incluso quizás se incrementen hasta que todos los vínculos sociales se aflojen e ingresemos, si no lo estamos ya o lo hemos estado largo tiempo, en la fase líquida de la modernidad. La analogía entre la disolución de los vínculos sociales con la fluidez de los líquidos pertenece a Zygmunt Bauman, y podría haberla patentado, así que la usaremos con cuidado. Lo primero que fenece en el mundo líquido es la ideología –aunque Daniel Bell y Simone Weil ya lo sabían-, lo que le sigue son los gestos. Así, en 1998, la candidatura de Ricardo Monreal por el PRD iba acompañada de un gesto de ruptura con el PRI que la potenció –al menos discursivamente-. Hoy día el mismo gesto de Pedro de León Mojarro no implica nada sino una manifestación más de la fragilidad de cualquier vínculo y de la intercambiabilidad de los partidos. De la misma manera todos los proyectos de rescate y conservación del centro histórico van a contracorriente, y así como la Alameda y la Plaza de Armas fueron remodeladas, tarde o temprano la Corona será dueña del edificio del centro comercial El Mercado, para poder transformarlo en alguna cosa que durará tan poco como todo lo demás.

De acuerdo a Bauman, en su libro “La cultura en el mundo de la modernidad líquida” (FCE, 2015, México), las clases instruidas tenían dos tareas en la fase sólida de la modernidad: i.- ilustrar al pueblo, ii.- la construcción de instituciones adecuadas a ese nuevo pueblo ilustrado. Ambas tareas dependían del Estado, como nos lo recuerdan a diario los universitarios que claman, con las vestiduras rasgadas, “salvación” por el Estado -i.e. abundantes fondos públicos a fondo perdido-. Si estamos, como todo parece indicarlo, en la fase líquida de la modernidad esa salvación no llegará, y los que la exigen enfáticamente están perdidos. Es tal vez natural que haya sido la izquierda la que inaugurase la modernidad líquida en nuestro estado porque, después de todo, ha sido ella la que asume portar el cambio, aunque en su arsenal lo único que quede sean consignas obsoletas y políticas públicas dispendiosas propias de la fase sólida. Aunque no siempre, porque Ricardo Monreal, hoy día dirigente de la delegación Cuauhtémoc y vigoroso defensor de la educación pública –como todo miembro de Morena- se negó a apoyar a la UAZ, como sí lo hizo, y generosamente Amalia García. Pero, en retrospectiva, esa disparidad de juicios en el seno de la izquierda es una muestra más de la fluidez de todos los vínculos. Sin duda para aquellos criados en la fase sólida todo lo que trae el futuro son malas noticias: no habrá jubilaciones solidarias, lo que significa que si no se ahorra no se tendrá jubilación, no habrá presupuestos ilimitados del Estado, lo que implica que se debe ser juicioso en el uso del presupuesto asignado, las calles cambiaran constantemente, así que se debe uno habituar a conocer las vías laterales. La buena noticia es que todo eso es transitorio, como debe serlo en la fase líquida. ■

 

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