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jueves, 25 abril, 2024
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Los motivos del patriarca

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Por: DANIEL SALAZAR M. • Araceli Rodarte •

La renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas al PRD, ha generado reacciones de todo tipo. Apenas el pasado martes en que anunció su salida argumentando desacuerdos con su dirigencia –particularmente en cómo enfrentar los problemas para recuperar la credibilidad partidaria— la militancia perredista corrió a refugiarse en las corrientes internas, buscando explicaciones sobre los motivos del patriarca y el futuro de la “revolución democrática”.

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No es para menos. La renuncia del ingeniero viene a profundizar la crisis política que el PRD venía arrastrando desde hacía tiempo por lo que, muy seguramente, serán centenas de militantes los que seguirán su ejemplo. Otros, aunque coinciden en que la salida de Cárdenas afecta severamente al partido, se quedarán ahí, a “resistir para no dejarles este instrumento histórico a la Nueva Izquierda”.

Nadie puede negar que Cuauhtémoc Cárdenas sea una figura política destacada. La Corriente Democrática a la que perteneció –junto a Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez– fracturó al PRI y con el FDN ganó la elección presidencial de 1988 que no le fue reconocida. En la Ciudad de México fundó el PRD en 1989. En 1994 se presentó por segunda vez como aspirante a Los Pinos. Tres años después, fue jefe de gobierno del Distrito Federal y, en 1999, renunció a ese cargo para (por tercera ocasión) intentar ganar la presidencia de la República dejando en su lugar a Rosario Robles, hoy secretaria de Sedesol con Peña Nieto.

Tuvo también sus desaciertos. Cuando López Obrador se convirtió en el jefe del gobierno capitalino y fue  desaforado, Cárdenas prácticamente guardó silencio. De manera impropia, meses después, el hijo del General aceptó del gobierno de Fox el nombramiento de coordinador de la comisión organizadora de los festejos del Bicentenario de la Independencia. Más recientemente, buscó ser de nuevo presidente nacional del PRD, pero los Chuchos no estuvieron dispuestos a compartir el báculo ni a dimitir a la dirigencia nacional como se los propuso el patriarca fustigado por lo ocurrido en Ayotzinapa. Fue entonces que el ingeniero renunció. 25 años después de su fundación, su fundador, pudo darse cuenta cómo el PRD fue absorbido por el mismo aparato estatal que pretendieron combatir.

Ciertamente, el PRD se convirtió en una organización funcional al sistema, con perspectiva centrada en una transición a la democracia pactada con el viejo régimen. Dice ser una nueva izquierda, moderna, socialdemócrata, pero abrevó de la influencia neoliberal que insiste en el individualismo frente a los proyectos colectivos, que prioriza la figura de los candidatos sobre programa y partido y, por ende, la aceptación de cualquier candidatura. Que mejores ejemplos que los casos recientes de la familia Abarca en el municipio de Iguala y del gobernador Aguirre Rivero en el estado de Guerrero.

Muchos perredistas se chocan ahora ante la exhibición mundial del caso Ayotzinapa que los tiene metidos en una seria crisis de credibilidad. Pero ¿Cómo fue que olvidaron que en 2006-7 mientras millones de mexicanos rechazaban en las calles la usurpación de la Presidencia de la República, los gobiernos estatales encabezados por el PRD en Zacatecas, Guerrero, Baja California Sur, Michoacán y Chiapas se apresuraron a reconocer al gobierno espurio de Felipe Calderón? ¿Que aquella dinámica popular de ruptura contra la usurpación fue interrumpida debido, entre otras cosas, a que en el interior del Sol Azteca dominó la posición que planteaba que, habiendo obtenido el PRD con AMLO la mayor cantidad de votos en su historia, era desatinado “dilapidarla” en la movilización y confrontación contra el régimen? Que mejor habría que aprovecharla para negociar posiciones con “el usurpador”, a fin de posicionar mejor al PRD.

Junto a eso, tampoco importó que en la elección interna de 2008, Jesús Ortega fuera impuesto en la presidencia nacional de ese partido gracias a los “buenos oficios” del gobierno de la República y pese a que el conteo interno en actas daba el triunfo a Encinas. En fin, una larga y vergonzosa cadena de claudicaciones que, desde entonces y no de ahora, cerraba un ciclo en el PRD. De haber nacido como un partido de oposición, se convirtió en un partido palero y sin autonomía, que permitió a Gobierno Federal, meterse en la vida interna de la organización. El patriarca guardó entonces mesura y discreción frente a los hechos.

Aún con Cárdenas en sus filas -desde la dirección nacional hasta los estados y municipios- el PRD se convirtió en un partido colaboracionista capaz de hacer alianzas con la misma derecha que arrebató los triunfos a sus candidatos en las elecciones presidenciales de 1988 y 2006.

Después de esto, ¿cuántos se quedarán en el PRD “a limpiar los establos”? No se sabe. Pero la ausencia de Cárdenas, el descrédito por la firma del “Pacto por México” y los recientes acontecimientos de Ayotzinapa, han desfigurado a un partido que se encuentra sin identidad ni rumbo, dirigido por mercaderes.

Aunque el gran jefe haya renunciado y abandonado a su descendencia, su historia y autoridad se quedarán ahí. Esta decisión suya, como tantas otras, seguirá afectando y por mucho tiempo, a toda la familia perredista. ■

 

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