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viernes, 11 octubre, 2024
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Mis colaboraciones Primera parte

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Se acaba de publicar una entrevista que le hice a Cristina Rascón en ‘Laberinto’, el suplemento cultural del periódico “Milenio”. Fue mi última colaboración. El cuanto ya es viejo: el presupuesto, ya no alcanza, ya no da el ancho. Y ello me llevó a recapitular mis colaboraciones en los distintos suplementos culturales, revistas y periódicos.

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Yo debía tener unos trece, catorce años, si no es que menos. Cada sábado acudía al puesto de periódicos en busca de los suplementos culturales y los leía, emocionado, de una sentada y con un sueño: un día iba yo a escribir ahí, en esos mismos suplementos culturales tan destacados, al lado de tantos autores y autoras tan gigantescos. 

Ni siquiera tenía claro qué género literario iba a escribir, pero yo veía mi nombre, mi caja con su texto debajo, incluso hasta agregaba una fotografía o una bella ilustración. Sí, iba a publicar en esos suplementos culturales que para mí eran sagrados. Lo mismo con las revistas literarias. En “Nexos”. En “Letras Libres”. Ahí donde en esa época se pensaba publicaban solo los inteligentes, los del grupo de los intelectuales, antes de que se volvieran los clubes jupies de privilegiados del Colegio Madrid donde se multiplican lo mismo que las cucarachas.  

Aunque había que hacer sacrificios económicos para adquirirlas, cada mes las encargaba a la señora del puesto de periódicos y las devoraba en cuanto las tenía entre mis manos. Recuerdo que en varias ocasiones me sentí un idiota cuando luego de cuatro leídas al mismo texto no conseguía entender nada. Eso me ocurría, sobre todo, con algunos autores de “Letras Libres” que, años más tarde, entendí aquello que señala con tanta precisión Jorge Ibargüengoitia: el idiota no era yo por no entender lo que me querían decir en esos sesudos textos, los idiotas eran ellos que hasta la fecha tienen una mente llena de ideas magistrales, pero una redacción lamentable. Y supongo que “Letras Libres” no tenía presupuesto para pagar a correctores de estilo. No lo sé. 

Llegué a tener una muy buena colección de “Nexos” y de “Letras Libres” que un día se fue al camión de la basura. Y claro: sentí que en esos montones de papeles se iba buena parte de mi adolescencia. 

Como adolescente entré al Colegio de Bachilleres porque tuve promedio bajo en la secundaria, y aunque hice el examen y me quedé en la preparatoria número seis, la de Coyoacán, la UNAM no aceptó que me faltase unas décimas para el promedio que pedía para ingresar. Adiós a mis sueños de ser un jipi pachequísimo en la fuente de los Coyotes o un casi pordiosero con un puesto de artesanías, también jipiosas, con las cuales iba a comprar libros, cigarros y algo de alcohol, no mucho, de tal manera que me permitiese leer sin que las letras se me movieran. 

Entré entonces al Colegio de Bachilleres y conocí a dos de mis mejores maestros de literatura: María de Lourdes Prado Gracida y David Magaña. Gracias a ellos llegué a la literatura. Gracias a ellos hice mis primeras lecturas de Julio Cortázar. Lo que es más: gracias a las clases de la maestra María de Lourdes Prado Gracida participe en un concurso de crónica a nivel nacional y gané. Y todo gracias a sus puntuales y literarias asesorías. Si por alguien llegué a la crónica fue por ella; lo mismo a Julio Cortázar: aún recuerdo que fue en una de sus clases donde leímos “Instrucciones para llorar” y a partir de ese momento inicié mi delicioso desvarío por toda la obra del gran Cronopio, y tal y como asegura primero Aristóteles, luego Robert Louis Stevenson, según yo ya tenía listo mi primer libro de cuentos: malísimas imitaciones de algunos de los cuentos más famosos del escritor argentino.  Conocí al gran David Magaña: hasta el día de hoy no he vuelto a conocer a un hombre que sea capaz de leer tanto, que sea capaz de analizar tanto, que sea todo un melómano de corazón. David Magaña sabía todo de literatura. Y lo digo sin exagerar. No había autor del que te pudiera decir no lo conozco. Al contrario, los había leído, pero no solo eso: era una maquina humana de ensayos, pues bastaba que le jalaras un poco el hilo para que te analizara la obra literaria con un perfecto análisis, para llegar a la conclusión de si había que leer a ese autor o no perder el tiempo. David Magaña era la literatura en ese colegio de bachilleres y llevaba a escritores a sus clases. Ahí conocí por primera vez a Guillermo Arriaga, muchos años antes de “Amores perros”. Ahí conocí por primera vez a Ignacio Trejo Fuentes. Ahí conocí a Conde Arriaga, excelente poeta. Ahí a Gonzalo Martré. Y David Magaña me obligaba a hacerles preguntas acerca de sus libros. Pregunta, pregunta, Óscar, y claro, para preguntar tenía que leer el libro y hacer el mismo análisis literario que David hacía en cada una de sus clases. 

Luego me convertí en el mil usos de su editorial, Daga Editores, donde lo mismo publicó a Eusebio Ruvalcaba, Emiliano Pérez Cruz, que a Severino Salazar, Jorge Arturo Ojeda, Eduardo Cerecedo, María Eugenia Merino, Hugo Argüelles y a un hoy casi desconocido Enrique López Aguilar, excelente narrador y mejor ensayista. Los trabajos para la editorial darían para un texto más: iba por las novedades editoriales a la imprenta, repartía libros en las secciones de cultura de los periódicos, ayudaba a organizar las presentaciones de los libros y hasta me tocó ser el mesero en más de una ocasión. Iba de allá para acá con una muy modesta paga que apenas si podía sacar David Magaña, pero con una recompensa especial: cada que volvía con los paquetes del nuevo libro de tal autor o autora, al llegar a su departamento, David abría un paquete, sacaba un libro y me preguntaba si me había gustado la portada… y lo ponía en mis manos, y para mí esa era mi mejor paga: al salir de su casa ocupaba cualquier banca y me sentaba a leer el libro completo de una sola sentada. 

Entonces conocí a una de mis grandes admiraciones: José Luis Martínez, quien ya para entonces dirigía el suplemento cultural ‘Laberinto’ del periódico “Milenio”. Y claro que le pedí chance de publicar, porque para ese entonces yo ya me sentía una futura promesa para la literatura mexicana y creía que no había publicación que fuese digna de mis textos. Y tras muchos intentos José Luis Martínez me dijo que le hiciera llegar algo. Ya previamente le había pedido también una oportunidad de publicar a un joven Héctor de Mauleón, quien dirigía el suplemento cultural de ‘Confabulario’ para el periódico “El Universal”, sin embargo la historia con este señor, quien por cierto tiene un libro de cuentos excelente, “La perfecta espiral”, que David Magaña se lo publicó, y que luego lo publicó Cal y Arena porque Mauleon quería ver exhibido su libro cada que iba a desayunar a Sanborns, quien conozca de cerca la vanidad de los escritores me creerá, fue oscura, grosera y desafiante, por lo que no, nunca se me hizo publicar en ‘Confabulario’. Y ahora, como se acostumbra, diré esta historia continuará, nos vemos la semana que viene: [email protected] 

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