Despertamos con Efímeras de Patricia Velasco

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Por: CAROLINA ARANDA •

 Gualdra 587 / Literatura / Libros

 

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Despertamos con Efímeras de Patricia Velasco*

Cuando Patty Velasco me invitó a presentar su libro, no lo pensé dos veces y acepté gustosa el reto. Me emocionaba contactar con su lectura del mundo, con la revelación que las palabras elegidas por ella traerían a mi espíritu, a mis emociones. Qué lejos estaba de dimensionar el maremoto interno que me representaría la lectura de Efímeras. Evoqué una ocasión hace algunos años cuando en un encuentro de escritores o en un evento en el Colegio de Jalisco escuché en voz de la propia Patty un poema de Eugenio Montejo. Ese poema le revelaba a la yo de entonces que la lectura de poesía era una operación no sencilla, pero sensible si una estaba en modo de apertura receptiva de sensaciones o sentimientos. El poema en cuestión se llama simplemente “La poesía” y dice:

 

La poesía cruza la tierra sola,

apoya su voz en el dolor del mundo

y nada pide

ni siquiera palabras.

Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;

tiene la llave de la puerta.

Al entrar siempre se detiene a mirarnos.

Después abre su mano y nos entrega

una flor o un guijarro, algo secreto,

pero tan intenso que el corazón palpita

demasiado veloz. Y despertamos.

 

Despertamos. Según la etimología el verbo despertar no llega a formar frecuentativo porque su acción no puede darse a intermitencias. Es evidente que no se puede despertar reiteradamente a quien ya está despierto, se despierta de una vez y punto. Uno se puede despertar varias veces en una noche, pero para ello necesita haberse vuelto a dormir cada ocasión con lo cual eso ya no sería una acción concebida a intervalos, sino que cada momento sería una nueva acción desde el principio. Intento poner en palabras la sensación que los poemas de Efímeras ejercieron en mí, el efecto de despertar, de ir despertando a revelaciones que por supuesto nunca sabré si estaban ahí, tejidas en las palabras que la poeta eligió o si siempre habían dormido en mí y despertaban. La lectura como experiencia espiritual, como reto a la razón que intentaba poner en secuencias narrativas eso que los mecanismos de escritura iban mostrando mientras la intuición me decía que la intérprete tenía que desaparecer para dar espacio y lugar a lo interpretado. Porque la palabra poética, igual que la pieza de oro, es al mismo tiempo el valor que representa. 

Y entonces aquí recurro a esas palabras reveladoras de Borges en su conferencia sobre la poesía cuando afirma que el hecho estético no requiere de ser definido, que sentimos de inmediato la poesía como la proximidad de una bahía, y entonces se pregunta: si sentimos la poesía ¿a qué diluirla en otras palabras que sin duda serán más débiles que nuestros sentimientos? Si llegara a encontrar palabras serían sólo sombras pálidas, balbuceos, intentos por decir lo indecible. 

Y si para hacer real el diálogo entre la poeta y sus lectores es necesario que aquélla primero le enseñe a los segundos sus mecanismos de escritura, fue por ahí por donde encontré el modo de enunciar lo que me fue despertando cada una de las partes de Efímeras

Portada Efímeras, de Patricia Velasco, Mantis Editores.

Lo primero que logré enunciar fue la noción de la fugacidad del tiempo representada en la vida breve: imagina que tu esperanza de vida fuera sólo de unas cuantas horas, una vida momentánea y fluyente a la orilla de ríos, estanques, arroyos. Las horas llegan en cardúmenes como estos insectos que luego ascienden al cielo, estas efímeras que nacen para morir después del vuelo nupcial y antes del siguiente amanecer.

Lo segundo fue la lectura y relectura de los poemas acomodados en tres partes cada una de las cuales fue construida sobre asombrosas imágenes y una riqueza de vocablos que van nombrando la sustancia de las cosas, de las acciones, de los miedos, de la esperanza.

Y luego me permití usar las propias palabras del libro para hilar mis significados y compartirlos con ustedes.

En Ninfa de agua dulce se parte de la madre, de la estancia en su vientre de la herencia imposible de zanjar, de cada memoria, cicatriz, palabra, de cada casa habitada para reconocerse efímera que va y viene a la velocidad de la luz.

La madre como árbol, como ave, como alguien que riega su polen con tintas de este mundo, la madre como día que anochece apresurado y desahucio en este sitio que se le va quedando hueco. Una madre bruja, almanaque, alcohol, ademán y cicatriz.

Afirmar el miedo del tiempo en que no se tiene edad para entender el fuego, el miedo, ese fantasma delirante que impregna la noche y oprime hasta que por algunos atisbos de la memoria se pueden fundar certidumbres nadando en el cauce de los ancestros.

La niña está asustada y se construyen puentes para evitar el aspecto tenebroso de los días. El amor es un tsunami de oleajes agridulces donde la hija espera a que la madre despierte y la rescate. Viendo el mar con los pies plantados en la espera, se reconoce como libélula, como niña, como caballito de mar. En el anhelo de entender la noche y su tumulto estelar, este yo de la poeta que se ha vuelto el tú de quien la lee, habita la soledad, rescata abejas, acicala a un hombre para poder llamarse y pretende los contornos de un hogar. Mientras la noche llega y en los ecos lejanísimos de un afilador de cuchillos y de un cilindrero, consigue al fin perdonar su propio nacimiento.

A un paso del sol, a la espera de despertar, cierra la primera parte del libro.

En eclosión de otoños leí la metáfora de la crisálida que se rompe y emerge un nuevo ser que conecta con la trascendencia, con ese sobrevivir a los mandatos de la familia, donde se corrige el rostro enmarañado, donde se enmudecen las heridas y se trata de entender lo que no tiene nombre. Hay un punto en el centro del miedo que la poeta abraza, reconociendo su atiborrada humanidad en cada ser. La noche entonces se transmuta en madrugada y la metamorfosis adviene en una mariposa de luz donde el ser canta con el mundo y se desparrama por todas partes hasta quedarse hueco. Hay una recomposición de sí misma como volátil hoja, como efímera que duerme, nada y vuela. Deja atrás el pasado con la promesa de sembrarse cada vez que desaparezca.

Sin necesidad de disfraz para andar por el mundo se reconoce efímera, sin nombre, flotando en el agua de los otros; ligera, sin miedo, autónoma en su propio vuelo. Y vuela en el tiempo como una hoja en otoño, en el tiempo que da vueltas a los nombres porque nada puede llamarse de una manera solamente. Y esta efímera a veces extraviada en los reflejos transcurre en días de fuego, de silencio y su vuelo apunta hacia la luz de la palabra.

En la superficie del Universo la efímera interactúa con una red de hermanas, fotones alados que gravitan brevemente habiendo dado origen a otras redes, cuerdas de luz, «una raza básica pero constante/ cuyos enjambres de hijos suceden a sus padres de corta vida”, expresa, citando al poeta George Crabbe el epígrafe con que inicia la parte final del libro: Teoría de cuerdas.

En este punto mi lectura se conecta con la noción de transmutación, en palabras de Patricia: luego de la mudanza tracé mis ojos y comencé a mirar. Del río de la boca salen las palabras que deshielan el corazón. El cuerpo que había sido una ciudad de amargos puentes se vuelve luz y el cabello un árbol que anida gorriones. Hay ecos de la infancia que recuerdan las muertes vividas en cuarenta y tantas noches, la pretensión de ser efímera de esencia irrepetible que muere en una sola dimensión buscando encajar entre las alas de la madre o aferrarse a los sueños de la abuela, se revela fugacidad que colma el sentido de las horas, conciencia de volverse historia, palabra que abrace corazones a oscuras, dolor apaciguado que incendia y gotea luz. Al final, la poeta discípula del viento que pronunció su nombre,

 

anda

el camino de ser

cada vez más

siendo cada vez menos.

 

Dice Octavio Paz que por la poesía el humano adquiere al fin conciencia de ser algo más que tránsito. Que el poema es una careta que oculta el vacío; para mí la experiencia de leer Efímeras me reconectó con el misterio del arte, con la belleza de esta alquimia que Patricia Velasco ha ejercido con el lenguaje para revelar la riqueza de su mundo interior y descubrirme a mí misma la fugacidad y la trascendencia.

 

Sobre la autora:

Patricia Velasco. (Guadalajara, 1973). Poeta, locutora y gestora cultural. Ha publicado varios libros de poesía, el más reciente es Efímeras (poesía, 2022, Mantis Editores y Gobierno de Guadalajara). Compilada en más de una decena de antologías locales, nacionales e internacionales. Antologista y prologuista de varios libros de poesía. Produce y conduce en radio “Al pie de la Letra” en el SJRTV desde 2004. Organiza los eventos literarios y ¡LiberFilia! en Patán Ale House. Dirige los talleres de creación literaria Puente Poesía. Coordina la Colección Puente Poesía de Literalia Editores.

Patricia Velasco. Foto de Alejandro Ochoa.

* Para presentación del libro Efímeras de Patricia Velasco, Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz, agosto 16, 2023.

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