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sábado, 19 abril, 2025
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Carta a Juan Manuel García Jiménez

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Por: La Jornada Zacatecas •

La Gualdra 650 / Juan Manuel García Jiménez (1970-2024) / In memoriam

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Por Esteban Ascencio

 

Querido Juan Manuel:

¡Tarde! Muy tarde escribo esta carta, lo sé, pero no es tarde si atendemos las razones del corazón como decía Pascal, además, en eso de contar la vida sucede que, el tiempo obedece al recuerdo que es de lo más humano que poseemos, y hoy que has dado vuelta a la esquina, donde todos, querido amigo, algún día doblaremos igual. Mas, no es de eso de lo que te quiero hablar, te cuento que cuando uno es terco en eso de colarse en la memoria de otro, no hay artefacto que logre sacar de ese reducto donde el querido se ha instalado y construye su gran reino en el territorio del alma, asimismo lo hiciste tú, querido Juan Manuel. Recuerdas cuando nos vimos aquella mañana en la plaza pública del centro de Zacatecas. Llegaste a encontrarte conmigo, días antes lo habíamos hablado. La escritora Yolanda Alonso tuvo la deferencia de invitarme a decir mi palabra y ahí te vi, caminando con ese dilatado paso que te caracteriza. Bajé del estrado para alcanzarte y nos dimos aquel abrazo que es nuestro y que cada uno guarda a su modo. Terminé mi diálogo y me acompañaste al hotel donde me quedé por esos días. “Qué chida está tu playera”, me dijiste, apenas me viste volver para irnos. “De verdad, ¿te gusta?”, te pregunté. “Sí”, repetiste. Te dije que me esperaras y de nuevo subí a la habitación, sin decirte nada. Bajé y al tiempo que te entregaba la playera que al frente tenía la máscara del Santo que brillaba, como tu rostro cuando te dije: “Es tuya”. Guardo aún aquella sonrisa de asombro en tu cara cuando te lo dije. Vi en ese momento por primera vez al eterno niño que fuiste y seguirás siendo. Tú seguías bien acompañado de esa bolsa de papel estraza que dentro escondía una botella de un tinto, que más tarde en el restaurante de Lucky, y flanqueados por una vasta comida en carne y ensalada, nos supo a gloria, y sin estar seguro, te cuento que desde entonces me empeño en creer que tocamos el cielo con la yema de los dedos. El admirable Lucky, nos había dispensado –como el gran anfitrión que es–, de aquella suculenta comida que degustamos escuchando la historia de cómo un día de pronto se encontró en la ciudad de Zacatecas. Reímos harto. Y ya entrada la noche salimos del restaurante de Lucky. Caminamos calle abajo, y llegamos donde se hallaba la fiesta –eso me pareció a mí–, se regaba entre calles. Nos detuvimos por instantes en ese cruce de avenidas cuando nos encontramos con Jánea Estrada Lazarín, a quien me presentaste y de quien seguimos siendo amigos. Luego de despedirnos continuamos la marcha hasta encontrar una bifurcación. La fiesta quedó atrás y sólo el ladrido intermitente de algunos perros nos siguieron. Queríamos beber una cerveza. El lugar era pestilente y sucio. Las muchachas que atendían el lugar tenían en abundancia bilé en los labios y pestañas postizas. Una de ellas se acercó y le pedimos dos cervezas, y luego otras dos y otras dos… Tú coqueteabas con ella, mientras yo tiraba la vista por todos los rincones del escandaloso lugar, del que salimos, como horas antes habíamos entrado. Sólo que ya no éramos los mismos. Ahora te tenía a ti como amigo y tú a mí. Quiero decirte también que tú estás en casa como yo aquel mediodía lo estuve en la tuya, mirando desde la azotea el mundo, tu mundo, querido Juan Manuel. 

 

Iztapalapa 22 de diciembre de 2024. 

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