Llego al restaurante conocido como Rincón Típico y al entrar, Don Jesús me saluda con singular amabilidad, así como si fuera un pariente al que no ha visto en un buen rato; me acomodo y busco un lugar un tanto alejado de la entrada; este día, quiero disfrutar la compañía de mi mejor aliada e inseparable compañera: la soledad. Después de algún tiempo, por fin puedo hablar de este mágico lugar y mientras escribo estas líneas, me integro a mi familia temporal compuesta por desconocidos, algunos estudiantes y otras personas que, como yo, añoran el calor del hogar materno, aquél en el que se respiraba el olor a comida, donde se escuchaba el sonar de los trastes, de los cubiertos y el hablar de mis hermanas. Recuerdo cuando mi padre llegaba a comer y el esmero de mi madre por tener algo en la mesa por más humilde que esta fuera; las tortillas calientes, los frijoles, la sopa y de vez en cuando, algún trozo de carne. Pienso en la inmensa riqueza que tenía cuando mi familia, mis hermanas, mis padres y yo, éramos un conjunto complejo e indivisible, llenos de amor, pues mi madre se encargó siempre de hacernos sentir ese maravilloso sentimiento a pesar de nuestras carencias y dificultades, ella siempre miró con optimismo la vida y nos hizo disfrutar lo que teníamos en nuestra fugaz infancia. Mi padre siempre trabajando de sol a sol a cambio de unos pocos pesos sin sucumbir a jornadas extenuantes o temporadas de mal genio de sus patrones; siempre honesto, inteligente, hombre de poca estatura y una grandeza que tuve que descubrir hasta después de su muerte hace ya muchos años. Crecimos y emigramos a varios destinos de nuestro querido México y, con el pasar de los años, nuestras vidas se hicieron adversas, mis hermanas se hicieron mujeres e iniciaron los éxitos y los fracasos personales al igual que los míos; lamentablemente los días de gloria de nuestra familia pasaron muy rápido y hoy en este rincón típico, evoco lo grande de nuestros tiempos, cuando en familia recorríamos aventuras en unión, en tristezas, en alegrías, en las buenas y en las malas. Regreso de mis pensamientos y ya me encuentro rodeado de varia gente, me siento menos triste y al fondo se escucha Joan Manuel Serrat: Mediterráneo, aquellas pequeñas cosas, la mujer que yo quiero, pueblo blanco y otras melodías, hacen de mi comida una verdadera proeza, me siento menos solo, menos hambriento, reflexiono en mi hoy y la incertidumbre de mi mañana, pienso en los míos y me pregunto si pensarán en mí. Soy un privilegiado, pues no todos los días se puede comer junto al Che Guevara, Fidel Castro, Cantinflas, Miroslava y Tin tan, pues las paredes del rincón típico están tapizadas con un estilo muy personal, con fotografías de los clientes frecuentes y artículos personales donados o de la propiedad de Don Jesús, anfitrión único que de forma peculiar, atiende mesa por mesa ofreciendo la comida y el agua de sabores y, siempre esmerado en la atención, nos hace sentir de nuevo en casa, con una familia que cambia de integrantes de vez en vez, con el mismo calor de aquellos días, con platos de barro y una sopa de nube, de estrellas y arroz, que nos hace sentirnos arropados, aceptados y esperados nuevamente. El rincón típico, es mucho más que un restaurante de comida mexicana, es la llegada a un hogar que intimida entre las soledades de los comensales y los hace sentir bien. En lo particular, me despojo de los avatares diarios, disfruto mi estancia en este mundo y cada que mi corazón advierte la necesidad de comer para el alma y satisfacer algunas de mis carencias emocionales, acudo a este sitio, pues a veces se dificulta el encuentro con los nuestros, aquellos de vínculos inseparables que sortean sus propios retos o que se encuentran en otras latitudes geográficas o astrales, sentados tal vez, junto a nosotros sin ser vistos, cuidándonos, velándonos, secando nuestras lágrimas o abrazándonos en tardes como éstas en dónde nos creemos solitarios entre multitudes. Gracias al Gran Arquitecto del Universo por estos lugares y por estas personas que brindan paz y compañía aun sin saberlo, gracias al rincón típico.
Álvaro García Hernández