14.8 C
Zacatecas
martes, 19 marzo, 2024
spot_img

María Zambrano o la meditación como poética onírica

Más Leídas

- Publicidad -

Por: SIGIFREDO ESQUIVEL MARÍN •

La Gualdra 544 / Filosofía

- Publicidad -

Tenemos noticias de Diotima y Safo y algunas otras cuantas, contadísimas mujeres que han incursionado en las artes del pensamiento. Sin lugar a dudas, hace falta hacer justicia a todas esas mujeres pensadoras, creadoras e investigadoras que han sido silenciadas por la densa niebla del olvido y ninguneo falocéntrico. 

El falocentrismo es el anverso del logocentrismo occidental. Por eso mismo no deja de sorprendernos que en la España franquista conservadora y machista, una mujer haya destacado en la filosofía. Con maestros mediocres y reaccionarios, curas o excuras, una joven de cuerpo menudo y salud frágil va a ser frente a siglos de historia del pensamiento racional falocéntrico. Quizá cabe destacar algunas excepciones de buenos maestros y divulgadores que tuvo la suerte de encontrarse con García Morente, Xavier Zubiri y el gran ensayista José Ortega y Gasset, quienes, no obstante, sin bien no dejan de reconocer su capacidad intelectual y entusiasmo filosófico, se extrañan por la presencia femenina en un campo prioritariamente masculino. 

Si bien tuvo cierta presencia en el círculo de la Revista de Occidente, nunca dejó de ser ancilar y subalternizada, el reconocimiento le llegaría antes de la muerte con el Premio Príncipe de Asturias y el Cervantes. En enero de 1939 inicia un largo, cruento y sinuoso exilio, París, México, Morelia, Nueva York, La Habana, entre otros lugares, recorre una existencia trashumante. 

Tristemente, profesores menores también trasterrados españoles conspiran para que sea exiliada en México y mandada a universidades de provincia. Quizá su profunda vivencia del exilio le hizo hermanar, voviéndose, alma gemela casi, con ese otro gran poeta y pensador barroco que vivió el exilio interior en la isla de Cuba, José Lezama Lima. Albert Camus, Octavio Paz y Emil Cioran también se sienten próximos y cautivados por el genio femenino de Zambrano.

Cioran confiesa (en sus Ejercicios de admiración) que gracias a su encuentro, en el Café de Flore, a fines de los cincuenta, “tomó la decisión de explorar la Utopía”, a partir de una cita de Ortega en una plática informal sobre nostalgia y espera de la Edad de Oro. Y en verdad quienes la conocieron no dejaron de advertir que se trataba de una persona que tenía un pie en este mundo y quizá otro en la eternidad de lo sacro y numinoso. Hay páginas memorables en El hombre y lo divino (México, FCE, 2012) donde elucida que la experiencia fenomenológica de la religión es humana, su raíz no: “La aparición de los dioses, le hecho de que haya dioses, configura la realidad, dibuja una primera especificación que más tarde, cuando la lógica haya sido descubierta, serán los géneros y las especies. La presencia de los dioses pone una cierta claridad en la diversidad de la realidad ya existente desde el mundo sagrado más primitivo” (p. 42). 

Filosofía y Poesía (México, FCE, 2006) nos sugiere que filosófico es el interrogar y poético el cantar. O sus reflexiones sobre el sueño y la experiencia onírica como elementos claves de una antropología simbólica ampliada me parecen de una absoluta fecundidad, no tienen desperdicio alguno. Después de San Agustín, Kierkegaard y Unamuno, pocas plumas han registrado las confesiones y meditaciones íntimas con tanta profundidad como la autora de Claros del bosque (Madrid, Alianza, 2019), obra de clara impronta heideggeriana, pero con una escritura clara y transparente. 

Por desgracia, el reconocimiento de Zambrano ha venido acompañado de su museificación. La fama infame póstuma está afectada por su reconversión en una estatua oficial, dejando de lado, no pocas veces, su provocador y fresco pensamiento. Habría que leer a la Zambrano directamente sin esos molestos intermediarios eruditos que estorban su lectura. 

Nuestro querido amigo y maestro Tomás Pollán nos ha contado que conoció a María Zambrano poco antes de su muerte y le produjo gran simpatía su “notable vanidad infantil”, lo cual nos muestra cómo una gran pensadora también es demasiado humana, simple mortal. Asimismo las noticias de que al final de su vida, su hermana y su tía y su familia de gatos se encuentran deambulando por varias ciudades de Europa sin cobijo ni resguardo da cuenta de la enorme fragilidad humana, y al mismo tiempo, de su potencia creadora. Quizá a la pensadora malageña le hubiera hecho gracia que en su terruño se haya inaugurado en el 2003 un hermoso parque con su nombre. En su verdor interminable, ¿acaso no es el eterno retorno de la naturaleza la prueba irrefutable del arcano de lo sagrado?

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/lagualdra544

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -spot_img
- Publicidad -spot_img