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jueves, 18 abril, 2024
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Zacatecas, la clase obrera irá al paraíso

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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR • admin-zenda • Admin •

Historia y Poder

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Cuando se trataba de proteger a las familias más pobres en suelo zacatecano los sindicatos y las hermandades obreras mutualistas no dudaban en sacrificarlo todo.

Muchos ejemplos de verdadero heroísmo en el que ante todo estaba disminuir las embestidas de la represión, el encarcelamiento, la agresión vil y descarada y seguir fortalecidos pese a las traiciones, los hurtos y las desbandadas del miedo ante peores catástrofes que asolaban por entero en olas de violencia y homicidios a la clase obrera zacatecana.

Las ciudades mineras de nuestro estado bullían de poderío por todas partes en un mundo en donde la escasez y la penuria era abatida con el esfuerzo y la argucia y las cuadrillas de obreros de las minas se aletargaban en las mismas haciendas de beneficio que inundaban la ciudad repleta de esclavos negros y chinos traídos de los viajes de Manila para abastecer a la ciudad de los grandes insumos necesarios en  la operación de obtener los ansiados lingotes de plata y oro.

La ciudad de Zacatecas era entonces un enclave de naciones indígenas en la que cada una mantenía sus rituales y costumbres, ya los tlaxcaltecas, texcocanos, los cholultecas, los tarascos u otomís traídos para fines diversos, en artera convivencia con los miles de zacatecos , caxcanes e irritilas en donde los más diversos nuevos oficios “mecánicos”  se distribuían en aras de surtir conocimientos y eficacia en los “ámbitos cerrados” de las haciendas y barrios de la ciudad.

Herreros, Carpinteros, zapateros y sastres, convivían con los arrieros, muleteros y tamemes cargadores y otros oficios en un impresionante cambio en apenas 50 años en que un puñado de españoles había inaugurado las aventuras en pos de nuevos centros urbanos con el soporte de los campos agrícolas y de ganado. Zacatecas fue entonces, pilar de ciudades y madre de muchas batallas victoriosas.

Carne y maíz bastaban para que miles se sintieran aliviados y abastecidos, aun así, permeaba el castigo a quien sobresalía o impedía la ley de la corona, ya hemos señalado aquí, por ejemplo, de lo duro de las autoridades zacatecanas ante los esclavos negros que intentasen vender en la calle cualquier cosa, o que las indígenas se ataviaran vistosamente o con joyas, siendo castigadas públicamente con azotes y otros escarmientos que advertían de un cierto orden que se debía pactar y cumplir.

Se cree que la clase obrera zacatecana vino a relucir en sus miserias y poderíos en la instauración de las primeras fábricas, sin embargo, como tal se erigió desde el inicio de los tiempos en el que el afán de obtener ganancia con su fuerza de trabajo, derivó en la creación de amos y patrones, de asalariados y de pupilos de un régimen colonialista adverso a los lineamientos de la religión católica que proponía no solo el sacrificio sino la solidaridad , la caridad y la sapiencia humana en aras de convivir y abastecerse.

Los barrios de naciones indígenas en la ciudad de Zacatecas, Mazapil y Fresnillo según las etnias, se asentaron de tal condición que mantuvieran de modo natural sus costumbres para que los naturales de la gran chichimeca zacateca aprendieran de ellos la subordinación, el oficio, la gratitud ante los nuevos dioses y sobre todo, el afán de obrerear los oficios que les diera continuidad y manutención recíproca.

Al paso de los siglos, innumerables huelgas, paro de labores, expedientes de arbitrariedades y otras fechorías, dieron paso a la evolución de las demandas, a la victoria de la conquista laboral, los derechos y las libertades como paradigma de la nueva era, y no la barbarie asalariada, la poquites, la burla de las tiendas de raya, el azote de los cobradores y la creencia que la propiedad privada sigue siendo la prevalencia de la justicia y la divinidad humana.

Numerosas acciones agitadoras se sucedieron al paso de los años, el estado y la sociedad reconocieron como legítimas muchas de las demandas de sus obreros, ya del pan y el nixtamal, ya de fábricas o de cooperativas, de minas e impidiendo en muchas ocasiones se alzaran victoriosas proclamas socialistas y anarquistas de un nuevo proletariado sin cabeza ni guía claridosa.

Por ello, ante ello, la clase obrera zacatecana irá un día al paraíso, será reconocida en el desfile de las grandes victorias, se acabará por siempre el incendio de la maldad y podrá sentarse al lado de un dios misericordioso que nunca olvidó ni la injusticia ni el agravio.

Al pintor Jesús Ramos Frías, in memoriam. ■

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