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martes, 23 abril, 2024
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Obsesión, aberración y consigna por evaluar al docente

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Por: RAMIRO ESPINO DE LARA •

Cierto día le notifican a la directora de un centro educativo la llegada a su plantel de la mejor maestra dado que había obtenido la calificación más alta en su examen de ingreso al Servicio Profesional Docente, así lo consignaba la lista de prelación, dicha directora divulga entre los docentes la noticia tal cual la recibió, implícitamente daba el mensaje de que estos no eran los mejores. Al cabo de dos meses de la llegada de dicha maestra, se vio en la necesidad de renunciar puesto que, a decir de ella misma, la docencia no era su vocación; estimado lector, esto puede tener muchas lecturas, haga usted la propia, la mía es precisamente la relacionada al título del presente artículo.

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De suyo, desde el momento mismo de la aplicación del examen para ingresar a laborar al sistema educativo, causa angustia al aspirante, por ende, una enorme desesperanza. A nivel nacional un número no preciso pero considerable de maestros que fueron elegidos a evaluarse para la permanencia en esta primera etapa, denuncian presiones para aceptar la evaluación, se implementan operativos persecutorios para notificar a los maestros sobre la misma; dicho sea de paso, se han presentado una serie de marcadas irregularidades en cuanto a la asignación de claves de acceso a la plataforma virtual, una plataforma que ha sido insuficiente para dar servicio a los miles de maestros que están “ganosos” por subir los documentos que les son requeridos.

Llamémosle evaluación a lo que podría parecer un examen; una cosa u otra,  es visto por el magisterio como una aberración, obsesión y consigna de parte de las autoridades educativas, es un grito de guerra y mensaje que dan a quienes en un futuro serán evaluados o examinados. Se implementa un modelo de disciplinarización improductiva puesto que los maestros en vez de encontrarse diseñando su práctica profesional con sus alumnos, planeando actividades disciplinares, pedagógicas y didácticas,  están pensando en el tormento que les espera con un examen de poco impacto ante su profesión y la formación de los educandos; examen que por sí solo es incapaz de garantizar la tan anhelada calidad educativa.

La administración educativa hoy día funciona como una máquina social que solicita información a los músculos y nervios donde la única finalidad es adiestrar a los cuerpos vivientes para que respondan a meros procesos mecánicos y, lo que es peor, les transmiten a los docentes un enorme sentido de culpa, motivo por el cual aceptan el sometimiento a los mecanismos evaluativos, haciéndoles saber que la evaluación servirá para deshacerse de aquellos docentes que no cumplen con la norma, misma que se impone por la lógica del mercado. Con toda esta serie de irregularidades académicas y administrativas que han surgido en torno a este proceso de evaluación, nos da la idea de que no contamos con autoridades idóneas, ¿cómo exigen a los docentes algo que ellos mismos no cumplen cabalmente desde la naturaleza de su propio puesto?

Cierto es que la evaluación en gran medida sirve para mejorar procesos y convertirlos en factor de mejora, pero, ¿realmente se verá la mejora del docente con la aplicación de exámenes?, creo que el único lugar donde puede verse dicha mejora es en el espacio áulico. Un examen de conocimientos teóricos no sirve para evaluar la práctica docente, lamentablemente si algún docente no aprueba este examen lo toman como indicador para aseverar que su práctica profesional es mala. En los exámenes que el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) diseña, no se precisa la base de una evaluación docente sino de una evaluación al docente vista desde una perspectiva de nivel de conocimientos pero no de trabajo áulico.

En consecuencia, se ha profundizado en una verborrea evaluativa de manera tal que se ha llegado  a una perturbación anímica producida por una idea fija, idea que con tenaz persistencia asalta la mente de la comunidad educativa en general. En sí, ante el estado de cosas que se vive en este tenor, lo más recomendable es que deje de considerarse al examen como único instrumento para determinar el ingreso, promoción y permanencia del docente, existen otras acciones que pueden ser consideradas, tales como la oferta de cursos de actualización disciplinar y didáctico-pedagógico a los aspirantes a ser docentes así como los que se encuentran en activo; la evaluación del docente en el espacio áulico y en general al sistema educativo y, el diseño de instrumentos de evaluación de conocimientos del docente pero que no sea por vía de exámenes dado que estos no reflejan el conocimiento real de los mismos. ■

 

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