Que un autor como Arturo Medellín Anaya haya decidido entregarnos en esta novela su visión de la epidemia, es, a todas luces, un agasajo, una reivindicación de lo que es capaz de hacer a lo largo de su trayectoria en la literatura latinoamericana, ser original en extremo, retratar el entorno, encausarlo con la alegría ante las tragedias, darles tono a las voces desiguales pero integradas en un país tan rufianesco como lo que acontece en San Miguelito del Bernal.
Un género literario de gran fertilidad para los públicos latinoamericanos deseosos de conocer al pícaro incendiario, al cronista del pueblo decidido a ser el más verás en toda su historia, tanto así que LA CURVA se convierte en un rico bagaje de datos históricos reales y convertidos en una adaptación gozosa de explicarse y de extenderse con la autoridad que le da la mejor narrativa castellana, rica en vocabulario y de voces populares que enaltecen el contenido en una novela sin parangón en la escena continental.
Arturo Medellín se explaya, recoge el sentir popular, no le dice adiós a las víctimas, recrea a todo un pueblo con sus ángeles de la guarda que hacen bromas, que se mofan de la moralidad y las buenas costumbres incendiarias, su lenguaje brotando de forma cotidiana en la sorpresa, organiza un reporte que ahonda el sufrir de los náufragos, el cachondeo de las hembras maduras, aguzando sentidos, organizando entuertos, dando pues, un reporte que alcanza pronto la magnitud de una novela de altos contenidos estéticos por su poder que no se detiene en los detalles sino que se expande para cumplir con su cometido: la propia hazaña del personaje Cipriano López Cámara y su suerte quizá fatídica en la suerte del mundo.
Poner especial atención en el capítulo QUE LINDO SE MECÍA EL AGUA, pues ahí la novela pone en su punto más alto el desarrollo expresivo con su extraordinaria originalidad, pregona lo mágico, asume no temerle a ningún tema y ser abordado con su maestría narrativa, amarra bien las agujetas y camina entonces con ultraliviana literalidad decidido a romper los cánones sagrados.
La curva era necesaria, es esta una novela de aventuras e historias verosímiles, de agasajos narrativos y de la sorna y la picaresca como recursos de un escritor en plena madurez y con la resolución, la destreza y la entrega de una obra narrativa capaz de trascender fronteras y entendimientos.
Arturo Medellín Anaya nos presenta un símbolo de sus manos y sentires en esta novela LA CURVA, en donde retoma la picaresca con una audacia que desnuda el impulso artístico del hampón de la política, el vagabundo víctima de las malas artes, al desheredado frente a una pandemia no vista y los dispone con artificios oportunos para explicarnos su sentir, su tragedia, su burla. La Curva es el pueblo de todos los males que nos aquejan, San Miguelón del Bernalillo el eje de la historia. Sus personajes revelan la suerte efímera y constante de una población víctima del prejuicio, de la mala suerte en una epidemia con sus virus desquiciando la vida cotidiana, dándonos motivos para la recreación, el reporte de la ironía, la burla y su vagancia.
El autor aporta un lenguaje que inunda la escena de un decenio que nos confinó a todos a reflexionar desde las ventanas del prejuicio, las desigualdades, la puntillosa recreación en la vida cotidiana de ese paisito y sus dos personajes fundamentales: Cipriano López Cámara, periodista autodidacta y su informe detallado y tragicómico ante don Marcelino Galván Menchaca, gran inspector de la inteligencia epidemiológica de la salud mundial.
El lector gozará y padecerá ante un lenguaje rico en contenidos, la anécdota no se pierde en la banalidad; sus resultados reviven el calado informativo, poniendo un orden entre datos dispares, en la confusión y al desmán de las moralidades. LA CURVA, novela que endereza el entendimiento y la pasión popular por saberlo todo.
Nota: de próxima aparición Novedad editorial 2022.
