La lucha por lograr el reconocimiento de los derechos políticos de la mujer ha sido permanente en la historia de nuestro país. Y no han sido protagonistas de esa lid únicamente las mujeres, sino también sus compañeros los varones. En los albores del siglo XX, un grupo de mujeres socialistas yucatecas bregaba por igualdad con respecto del varón. A sus empeños se sumó la iniciativa para concederles el derecho de votar y ser votadas, promovida por cuatro diputados: los hermanos Felipe y Benjamín Carrillo Puerto, Manuel Berzunza y Edmundo G. Cantón. Años más tarde, diciembre de1923, el maestro Aurelio Manrique expidió un decreto que concedía a la mujer potosina el derecho de votar y ser votada en las elecciones municipales. Un ordenamiento similar, mayo de 1925, decretaba en Chiapas la igualdad de derechos políticos entre hombres y mujeres. El 19 de noviembre de 1937, se aprueba la iniciativa del Presidente Lázaro Cárdenas, que consagra los derechos políticos de la mujer. El 12 de octubre de 1947, la mujer adquiere el derecho de votar y ser votada en las elecciones municipales. Finalmente, el 17 de octubre de 1953, el Presidente Adolfo Ruiz Cortines propone iniciativa que concede a la mujer la plenitud de sus derechos políticos, la cual es aprobada y convertida en ley.
Sin embargo, no se piense que el reconocimiento de derechos políticos a la mujer, es una concesión de los varones o una dádiva del sistema político mexicano, no, fue la lucha tenaz desplegada por ellas mismas, acreditada por sus innumerables acciones de valor y madurez, lo que creó las condiciones idóneas para abolir el régimen de exclusión que les mantuvo preteridas por un largo período de la historia.
Recuerdo con emoción difícilmente contenida el relato referido por Benítez en su obra: Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana, Tomo I El Porfirismo, tomado al parecer del muro de César Valdés. Cito: “Estando presos Jesús y Ricardo Flores Magón, su madre (Margarita Magón) se encontraba en trance de muerte. Algunos amigos gestionaron ante el mismo Porfirio Díaz que los hermanos despidieran a su madre, de modo que el tirano envió a un propio: ‘El Presidente los dejará libres con una pequeña condición’. ‘Una condición que yo tengo que cumplir ¿no es eso?’, contestó la madre. ‘El Presidente sólo quiere que usted pida a sus hijos, como su última voluntad, que dejen de atacarlo’. Afuera caía la lluvia. Margarita habló con voz tranquila: ‘Dígale al Presidente Díaz que prefiero morir sin ver a mis hijos. Y dígale, además, que prefiero verlos colgados de un árbol a que se arrepientan de lo que han hecho o retiren una palabra de lo que han escrito’. El hombre, levantándose, respetuoso, salió en silencio, subió a su coche y partió. Nada había que añadir. Hasta el último minuto, la madre decidía la suerte de sus hijos. Había vencido la adversidad y ella encarnaba todo lo que un pueblo humillado podía dar de sí en las peores calamidades’. ‘Mis hijos, mis hijos’ -decía- tendiendo su mano helada a Enrique quién la tomó frotándola suavemente. Media hora después estaba muerta”.
¿Y cómo no mencionar, con amor, respeto y gratitud, la valerosa acción de la Corregidora de Querétaro, doña Josefa Ortiz de Domínguez, quién, jugándose la vida, apremió a los insurgentes iniciar cuanto antes las acciones tendentes a la liberación de México, ya que la conspiración había sido descubierta? ¿Qué decir de la temeraria actitud de Leona Vicario al comprometer abiertamente su honor, integridad física y los bienes de su propiedad, en favor de la insurgencia? ¿Acaso permaneceríamos impasibles ante la mágica demostración de desprecio por la muerte, cuando, en un momento de tirantez extrema de la Huelga de Río Blanco, Veracruz, Lucrecia Toriz, llevando entre sus manos la bandera nacional, se plantó frente al batallón de fusileros al servicio del patrón, quienes ya apuntaban con sus armas a la muchedumbre enardecida dispuestos a cometer una masacre?
Podríanse mencionar muchos más ejemplos de valor, temeridad, patriotismo y entrega a las mejores causas de la humanidad, protagonizados por mujeres.
Con razón José Martí pudo regalarnos este bellísimo y certero pensamiento, que consta en el periódico Patria, (mayo de 1892) y fue reproducido por Trabajadores, órgano de difusión y orientación de la Central de Trabajadores de Cuba (07 de marzo de 2019): “(…) las campañas de los pueblos sólo son débiles cuando en ellas no se alista el corazón de la mujer, pero cuando la mujer se estremece y ayuda, cuando la mujer (…) anima y aplaude, cuando la mujer culta y virtuosa unge la obra con la miel de su cariño, la obra es invencible”.
Acertó el héroe cubano, las mujeres son como árboles frondosos que nos llevan de la mano entre la selva de la vida. Sin ellas todo en el mundo sería incompleto y gris, son la razón de nuestra existencia. No está de más, por ello, incluir aquí la severa advertencia de Vicente Lombardo Toledano: “Sin la participación de la mujer no hay democracia; sin democracia no hay progreso del pueblo; sin democracia no hay sentido profundo de la patria; sin democracia no hay posibilidad de hacer de México un país dueño de sí mismo”.
Los nostálgicos del régimen neoliberal, temerosos del poder femenino, pretendieron obstruir los caminos de su participación en el reciente proceso eleccionario, sin embargo, entre más insistente fue su afán y más burdos sus enredos, mayor y más potente fue la cohesión de la mujer y una muy amplia mayoría de ese valioso segmento de la población votó para que Claudia Sheinbaum Pardo fuese electa Presidente de los Estados Unidos Mexicanos.
Ahora se yergue ante nosotros un magnífico desafío: unidos, hombres y mujeres y acuciados por el peso de la historia, debemos persuadir hasta el más modesto y humilde mexicano, hacer suyo el compromiso de llevar, hasta sus consecuencias últimas y de mayor alcance, la actual y decisiva etapa del proceso de transformación moral, cultural y material de México.