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sábado, 4 mayo, 2024
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La era de la posbroma

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

¡El crepúsculo de las bromas! ¡La era de la posbroma!
Milán Kundera. La fiesta de la insignificancia.

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Nuestra conversación pública se ha deteriorado. La capacidad para deliberar (en el sentido amplio del término: es decir, debatir, de manera más o menos informada, a partir de bases mínimas y con la pretensión de llegar a una conclusión parcialmente consensada) se ha esfumado en los últimos años. En parte porque cada vez gozamos menos de valores compartidos, ni siquiera en lo más esencial: nos encontramos en la época de la posverdad. Sí es así, si la verdad ha perdido su valor de piso mínimo común del cual partir rumbo a cualquier discusión y hoy la apostillamos según convenga el caso, también estamos en la etapa de las posbromas, como diría Milán Kundera en su extraordinario libro La fiesta de la insignificancia, dado que la broma ha perdido su valor en sí mismo en la vida pública: hoy ya no se puede apostar con seguridad a que cierta publicación, mensaje, idea o perorata, no es sino un mal chiste intencional sin éxito, sino que podríamos encontrarnos frente a la franqueza y nada más. Ideas francas que son ridículas, absurdas, lamentables y reprobables; que antes pudimos haber pasado por una mala broma y hoy, no solo no lo son, sino que, además, gozan de un coro indigno de apologistas en las redes. Como la posverdad, la fuente del crepúsculo de las bromas (públicas, claro está), no tiene un bando exclusivo, no es una estrategia original y con patente, sino que es plural, diversa e igualitaria. De un extremo a otro, pasando por los medios (si es que aún los hay), recorre este síntoma la vida pública, no solo de nuestro país, sino del orbe entero.

La circunstancia, claro, agrava nuestro contexto de polarización. Sin diálogo, entendimiento y el más elemental acuerdo, nos encaminamos a la imposibilidad de un pacto social viable, pues se va carcomiendo en su legitimidad, al grado tal que ni la anarquía sería una respuesta. En ello, discursos que han sido verdaderas conquistas en pro de los derechos humanos, la igualdad, libertad, democracia, y tantas otras ideas que caracterizaron a nuestra civilización, hoy encuentran cuestionamientos, sin llegar siquiera a cada esquina: los tuits no andan por las calles, sino que deambulan en una dimensión ingobernable.

Los retos del presente y del porvenir no son atendibles en la división y el sectarismo: la desigualdad que creció alimentada por la pandemia; la violencia que ha alcanzado en distintas formas, cada una más despiadada que la anterior, a cientos de miles de personas en este país, y la corrupción, que encuentra asilo en cualquier edificio del poder, no se verán amenazadas si no se conjugan las mentes, las respuestas, las ideas y las experiencias, con respecto, disposición, tolerancia, voluntad y apertura política.

De continuar en esa vorágine sin rumbo ni lógica de agresión a la diferencia, pronto, nos encontraremos ante el escenario desarrollado por Kundera en el libro ya citado al inicio, en el que los más cercanos colaboradores de Stalin se desconcertaban ante la más inverosímil de las anécdotas del dictador soviético: todos a su alrededor habían olvidado ya qué es una broma. Ni la más elemental seriedad y, por tanto ni el más indispensable humor serán posibles.

@CarlosETorres_

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